sábado, 6 de abril de 2013

a este lado del cielo


En los márgenes, suena una música inexacta, no esférica,
angulosa y menos dulce, erizada de pequeñas estatuas.
Los metales agudos reproducen un sonido lánguido que atrapa,
que atrasa los relojes y, a veces, desinfecta los ojos y afila los colmillos.
El tiempo, en esta orilla, desaparece en parte, dura poco,
se esconde detrás del minutero, vacila con el péndulo,
no rinde cuentas al movimiento ni lleva la contabilidad
instantánea de la realidad cambiante, se desentiende del espacio común,
diríase que retrocede al mismo cuarto de hora que produjo el pánico
o la revelación. A este lado del cielo es imposible rastrear las huellas
de los muertos, que caminan en círculo asfixiando el pasado con su sangre.
El calor es otra cosa. Aquí, el calor no responde a una indicación,
ni a una inclinación al tedio o a la redundancia,
el calor es una recaída en toda regla,
pues la pauta es el frío que ralentiza el espasmo, la helada que fulgura
con su traza esquemática de nieve; en el patio del aire no se concibe la llama,
el fuego es un fantasma desteñido, una palabra oscura que no vuela,
un pájaro en ciernes.

Alguien se asoma al borde mismo de la pulcritud, donde no abrasa el humo
que asciende a las alturas en tiernas espirales de miseria,
ni la ceniza es una maldición que ennegrece los campos
y absorbe el parvo espectro de la luz.
Desde su rama desértica, alguien observa
la concreción de un sueño, una marea blanca cuajada de virtudes.
Y quiere ser el único, el primero en beber de ese cáliz perfecto,
el primero en sanar. Mira hacia atrás e imagina una senda, un camino
recto, ancho, hábil para las familias, para los pueblos  y sus caravanas,
hombres y mujeres vacíos de voluntad y coraje, abatidos por el cansancio.

Es la ilusión, la esperanza, el fogonazo rápido de la justicia
que ilumina a los héroes, el fin de la tormenta. Es una fe minúscula,
insensata y humana en el poder de la razón, la súbita certeza
de que un día tañerán abiertas las campanas como tambores de paz,
serán derribados sin estruendo los muros de la patria
y un niño avanzará desnudo hacia la gloria, sin miedo,
ni frío.





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