viernes, 5 de abril de 2013

un sermón del siglo veintiuno


Cada poema es una especie de oración
(Robert Walser)


Bienaventurados los ricos porque ellos heredarán más tierra,
nuestra tierra toda que paseamos y queremos,
donde hemos plantado nuestras semillas e ilusiones de barro,
la tierra en la que descansan muertos nuestros abuelos;
porque toda la tierra será suya, según las escrituras.

Bienaventurados los brutos porque la violencia es su naturaleza,
porque ven en la cultura del pueblo un enemigo irreconciliable,
en los libros, una contradicción,

                                                                                   porque cultivan
un ansia de sangre que será imprescindible para salvar los templos
del rencor y la inquina de las masas hipotéticas.

Bienaventurados los reyes porque suyos son el mundo
y los planetas, el sol y los pequeños satélites consagrados al amor,
los veloces cometas e incluso un porcentaje regular
de aquellos asteroides que amenazan
con publicar sus célebres noticias de impacto.

Bienaventurados los avariciosos porque su ruindad es la máquina
que mueve los engranajes de la historia, su codicia
es el combustible más demandado por la industria emergente,
su mezquindad homicida es el material del que están hechos los sueños
húmedos de los irascibles mercados.

Bienaventurados, en fin, los que odian y aborrecen al hombre,
los que tanto abominan de su propia inocencia como de su humanidad,
porque suyo es el triunfo, suya la gloria bestial en la batalla eterna
que sostienen los dioses contra el paraíso. 





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