sábado, 13 de abril de 2013

sortilegio


Fingía rosas en el pelo, floreciente y tranquila
como una mañana nueva.

Cubierta de calor, dejó de ser la estrella
y se vistió de luna con los labios pintados.
Alcanzó su raíz, tiró de ella y sacó a la luz una iluminación
de huesos parlanchines. Así es la luz, se dijo.

La voluntad aérea de los nimbos colmaba de salud
la madrugada. Donde estuvo la fuente,
había un bajo estanque de premeditado reflejo
que irradiaba un centelleo constante, caleidoscópico,
de miradas antiguas. Ella tensó la estructura lineal de su sonrisa
y aligeró su paso alegre hasta la próxima ribera (la ribera del sueño).

Pensaba una palabra con nieve entre las letras,
con relieve en su adentro y un espeso brillo
acentuado. Pero había dejado de proteger el recuerdo,
ya no miraba hacia los besos perdidos; su hermosura
era un estricto bálsamo para quién sabe qué derramamiento.

Fue la canción, como otras veces, la más sensata,
la primera en oírse y la primera en dar la bienvenida
al deseo.

Iniciaba un suspiro musical, cuando cayó a sus pies la maravilla:
una forma de ala, un álamo de sangre, un alma traspasada
por la flecha del tiempo.

Ella se puso de rodillas -tan humana- y sin alzar la vista al cielo
abrió su corazón al puro sortilegio
del amor.

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