viernes, 17 de octubre de 2014

retazos del sentido de la vida


Fuera de palacio, por el barrio, en la ciudad antigua, hace un poco de calor que no es bastante.
Un autobús hacia ninguna parte, parada tras parada por la infinita avenida, algo como South Presa en San Antonio,
donde la chica milagro hacía de las suyas. En el cartel puede leerse: no se obran milagros hasta la hora de la cena,
es decir, hasta que empieza a cantar. Aleatorio, arbitrario. Keny hace milagros con un solo de voz.

Hoy es natural decir su nombre, escribir las cuatro letras de su nombre, pronunciarlo de esta forma con un énfasis
parecido al acento, vagamente indiscreto, positivo y audible. Pues ella no puede negarse al verbo desde su lugar en el arte
(una frase más, aunque encierra el esbozo de un atisbo de verdad, la verdad que se agota en la boca del ciego).

Esta chica milagro no puede ocultar su discrepancia. No impone sus manos poderosas, impone su voz
que se extiende hasta un campo de nubes e ilumina las cumbres con su estilo. Se dice que nombrarla
es jugar con su espíritu, tenerla entre los labios, pero es
derribar con un soplo transparente una columna de aliento, nada menos.

Los poetas suelen causar dolor de cabeza en general, en el público causan estupor y malestar,
no grandeza. Un malestar indefinible que se define muy bien: su poesía no es que abrume, es que es la antesala
de una sinrazón, de un funeral a dos velas. Como sabía Gombrowicz, el poeta es ridículo porque su obra lo es a ciencia cierta.
Que se pasa el día fantaseando palomas níveas cuando son animales erróneos, como creía Tesla antes de enloquecer.
La dignidad es precisa, no perderla sería deseable: no realizar fornicaciones insensatas con el lenguaje por bandera
ni inventarse un idioma a salto de mata para dar impresión de genio temerario.

Tampoco es que sean fingidores al uso, por más que ella los encuentre aburridos y zafios, anafóricos e insanos,
no es que sean actores de segunda interpretando papeles secundarios en producciones de segunda fila.
Existe una subclase esclava del amor; su clave es un latido, su sello un corazón rojo de sangre en vano derramada. Ellos
no seducen, ni hablan con serenidad, nunca sonríen; su sello es también un lágrima derramada en vano, tatuada
en la mirada, en el tic de la sonrisa o en el beso. Ah, pues sus besos son estómagos agradecidos.

Dos veces ya escribir su nombre, de nuevo hacerlo y esperar el efecto, la elevación del verso. Keny se halla fuera de palacio.
Lleva una camiseta negra sin mangas y sus brazos son flexibles y bonitos. Silba una canción sencilla y una legión
de chicos la sigue, salen de los callejones, salen de los portales, de la comisaría. Hay un botellón de humo
que flota como un alma gigante. Ella sopla y una dulce columna de aliento es derribada, canta y abre expectativas,
señala el camino como una estrella fugaz. Ha dicho amor.

Ha dicho Amor con un soplo de voz. Brilla un deje de acero en el alma que rima con sus ojos. Es la artista que triunfa
más allá del horizonte. Ha dicho libertad, ha dicho hambre, y luz y sol y gente. Ha dicho que está enamorada
(pero nadie lo ha oído). El futuro es un mensaje grabado en la pared de una celda, en la arena de la playa,
en la puerta del baño al lado de un número de teléfono. Un mensaje que dice: la poesía ha muerto,pero está dormida.
Y no es una broma, tiene otro sentido.



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