lunes, 13 de octubre de 2014

señales de humo desde un palacio en ruinas


Urna sagrada. La pequeña maleta del emigrante, su ligera historia comparada con el peso oscuro de los siglos de occidente.
El dolor que todo lo inunda como un ciclón de nieve, el desarraigo que transita los límites de la infancia
como un perro guardián, todo cabe en la maletita cogida con una cuerda pelada,
en la mochila de la adolescente llena de amuletos y pañuelos para el pelo, su cabello hermoso, negro
como un ala de cisne, negro como el fin de los días.
                Ella que conoció la compacta inmensidad de los parques y lavó su ropa en la fuente al abrigo del éxito.

Fue una soledad envuelta en bruma y humo americano, soledad imbuida de música y fragancia,
todo un bazar oriental sacado de la manga como si fuera una paloma;
de momento los aplausos restringidos a un lugar, las escaleras escondidas donde sentarse a ver
pasar las horas, fumar y sonreír, hacer las bromas más graciosas y ensayar la risa de una vida, luego
seguramente el fulgor de la compasión, apenas subyacente, apenas digno de mención
entre la vorágine de los acontecimientos que estiran el tiempo, sucesivos e importantes, trascendentales siempre.

La compasión hecha un ovillo en su rincón, dejada de la mano del hombre
a casusa de su pasividad y su falta de ingenio. De pronto un fulgor repentino y demasiado feliz
para ser tratado, estudiado, casi visto y no visto, suerte de resplandor que responde a una intuición fuera del mundo,
divina en un sentido más que humano, la eclosión del espíritu, la irrupción del alma en la escena mundana
con su egoísmo sobrenatural y su decencia, la culminación de una conciencia colectiva y una conciencia expresa,
el establecimiento del deber no impuesto, sobrevenido, aceptado de buen grado.
La solidaridad que es una fuerza gloriosa, un canto indestructible.

                En cada estación hay un jilguero que señala el camino con su melodía, marca el paso a golpe de color:
                su plumaje en contacto con la luz del sol, su fragilidad espontánea.

Todas las calles se terminan. Tal vez no hubiera tantos besos como habría sido deseable, tal vez
corriera la sangre a mayor velocidad de la prevista formando arroyos naturales.
La alborada mece ahora el encanto de unos ojos hambrientos de belleza y tumulto,
focos que alumbran continentes y separan multitudes. Está la voz formidable como una tormenta
que instaura su ley de hierro, su poesía inaudita compuesta de sabores, argot latino, una poesía hacia la piel
que reluce en su frecuencia, esa verdad derivada del timbre, la dulce suavidad de una mirada hecha canto,
una balada en cada verso. El poso de la rabia que no se decanta y abre la puerta a una industria afectiva.

Sola y asomada al balcón viendo pasar actores de comedia, algún príncipe grotesco vestido con disimulo.
Tensa espera con el sentimiento a flor, en flor, rosa augusta, rosa pálido, lejos de la piel maravillosa
que recibe su hálito dorado, virgen como una selva en el corazón del aire donde hay un río grande
que discurre paralelo al futuro y se pierde en el espejo. También la sombra ofrece su realidad en forma de arte
y ella la coge de la mano, estrecha su fondo, no ignora que el poema vino para quedarse: es el hogar al calor de la lumbre
que reverdece los instintos y derriba los muros de la historia, horada las prisiones,
                desalambra, desmilitariza sentimientos y miradas, abunda en la función de los jardines.

Allí retornarán los pájaros de invierno y las palabras trazarán círculos en el espacio, los corazones darán vuelcos ante el cristal 
y uno de ellos se sentirá gigante y otro será un lecho de plumas agitadas.
La revolución por fin tendrá su nombre, sus cuatro letras por turno, una salud profunda
invadirá las piernas de los jóvenes y ella saldrá corriendo hacia la lluvia, hacia la luna llena de promesas
y su esperanza será una solución, su aliento un compromiso perfecto. El pueblo se reunirá en las plazas en acto de silencio 
para dejar constancia de su magia, habrá un momento de pánico justo antes de la revelación,
ella cantará en directo para todos los ángeles en su lengua delicada y amarga y nada volverá a ser lo mismo,
ni la paz ni el deseo, ni siquiera el arduo tesón de la inocencia.


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