miércoles, 14 de septiembre de 2016

jordan se codea con cierta arquitectura espacial


Deambular y encontrar la biblioteca. Algo no calcinado, baldas repletas,
aliento para las habladurías. Así que el poema reverdece, crece entre líneas paralelas, se muestra
inédito, no parpadea. La firmeza del verso es proporcional a su ocultación,
cuanto más oculto más firme en sus contriciones. Rácano o arcano.

La colección incluye: Banks, Bunker, Gaddis y Echenoz. Entre otros. Jordan
tiene tiempo para todos: no parpadea. Lee a sacudidas, luego como una estatua deferente, su ingratitud
es proverbial, su contoneo, mental, no existe movimiento como ese,
relativo a cierta propiedad del espacio, bucles que se comunican pero no mantienen la continuidad deseable, ni siquiera
en el tiempo. Es decir, se lee por impulso, a cada verbo. Echenoz
procede de una seriedad sin mácula, tan contenido, demasiado imperfecto para serlo:
no mezcla las palabras, apenas se decide por una historia feliz y ya ha creado un nuevo error
extraordinario. Aún no se ha echado a perder. Bunker, Banks, entre otros,
asfaltan el camino hacia Donnie Ray y su estereotipo bastardo,
su poema incólume, la liviandad de su parte descriptiva, esa ciudad incongruente de la infancia,
con sus drogas de diseño, su infantilismo contumaz, su matemática liosa.

Vamos a ver por debajo de las faldas, miremos por debajo del nivel de la pobreza. Jordan cree en Los Ángeles,
por eso tiene uno en la cabecera de su cama (pájaros en la cabeza), uno de madera basta,
con pinta de dinosaurio, alas de dragón. Y ahora resulta que el ángel es de una belleza
turbadora, posee un estilo tremendo, formidable resorte; lleva deportivas y una sudadera dos tallas mayor.
Es un pequeño dios –con su pequeño flow– que desaparece o se toma unas cervezas, las multiplica,
echa sangre como un surtidor, alta de espuma. Y se bebe el pasado a sorbos ciegos.

Esto ya se desertiza, hay bronca. La novelas ocultan su arma blanca, no disparan contra el argumento oficial. Pasan
autos derrotistas, carbonizados del calor, descapotables cubiertos de oscuridad que contaminan de noche
las conciencias. La música recuerda a Roth dejándose caer como una bola de fuego sobre el Hudson,
su teatro corrupto, pura escuela, la Yeshiva y el Kaddish. No hablaremos de aquellos
que riman con velocidad absurda sus revelaciones,
dominan el ritmo con monosilábico esfuerzo, se agregan a la tradición
borrachos de poesía, profetas de la hierba, anodinos como látigos en el silencio del bosque,
pértigas para asaltar la rosa que dormita.

Jordan cree, crea, anula términos asiduos, enteras conversaciones entre iguales, se diferencia,
se determina. Es toda determinación y énfasis; consume el vértigo de Albertine, la ferocidad de Nadie (¡qué bien escribe!).
El poema remonta su espalda como un cachorro leal,
hace deporte entre sus muslos. Mañana dios dirá. El arte es un proyecto ajeno a la existencia.




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