viernes, 26 de marzo de 2021

cocinar un error

 

En el amor hay una adivinanza, una cataplasma que anula
distracciones; te tomas una taza de té –la tacita– y algo te está profetizando como si te cogiera
por el cuello y apretase fuerte. Algo te está explicando el día de mañana, algo
explora y descabalga frentes de batalla, utiliza un casco de minero, un palmo de luz.
 
Para el amor. Para cocinar el amor, la receta es equívoca,
esquiva: lleva perejil. No lleva perejil según de dónde venga, lleva un puñado de besos rebozados o serrados
en menudas barras, lleva un poquito de sal y ya está demasiado
salado, es demasiado pesado para ti.
 
La dulzura equivale a un espacio semántico concreto
e imperfecto indistinguible de la realidad, indivisible del ritmo de la literatura; en el amor existen
categorías y mercados, mercaderes y mercachifles,
doncellas mortificadas, pajes indeseables, mortificados peones
eslavos escondidos en el armario de la noche como profesores de ciencias.
 
Hay un exilio en el cariño de los otros, un continente extraño, es un afluente de la soledad,
un bólido extraterrestre que se inflama. La tierra recibe
huesos y otras artes, semillas y una gama infinita de grises, restos de cielo.
 
El amor se nota en el amor; todos lo frecuentan, entran
y salen como patriotas, como políglotas, entienden su lengua materna, bracean solos en su maternidad inapelable,
deambulan hasta la madrugada por sus ojos glaciales,
hierven de melancolía.
 
Suerte que la montaña ha escalado
su nombre. Suerte que la poesía exhibe un gran título en blanco, contiene
un mal ejemplo, un besuqueo inconsciente, un tuteo exasperante y un exceso de confianza con la sombra.
Solos el amor y tú en un verso de doscientos kilos tutelado por un foro de psicólogos
hirientes, solos en el centro geométrico del salón de baile, bajo la araña celeste,
con el cuaderno apócrifo y la soga.


Between Heaven And Hell, Jacek Yerka

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