martes, 2 de marzo de 2021

incomparable

 

Ella es pobre en comparación, su bronce empeorando, su vocabulario
atípico; cuando pasa bajo el campanario vegetal, el claustro de las emociones, cuando
aborda un problema incipiente. Todo sale a relucir, las monedas, el tiempo, el tipo de cambio.
Cambian las estaciones y el tren llega siempre detrás de su sombra.
 
En la vereda del Parque, al pie de la ciudad (a una pulgada
y media), la masa acude al party, la música define una confederación de curiosidades,
una trama histérica de la existencia, la vida que chisporrotea, los cables pelados que atraviesan la carne.
 
El poema huele a ropa usada con unas gotas de silencio, los vagabundos
atrofian sus dedos curvos y conservan el papel entre los ojos; aquel libro en el banco recién pintado,
aquella cartera llena de billetes por el suelo, en contacto con las hojas que el viento disemina. Ahora
porque no hay luz; no hay modo de verse la sustancia, el traqueteo
infame de las situaciones que se hilvanan con un pie en la depresión, otro en el espacio.
 
Vacío y consideraciones. Considerando. Que ella es pobre pero nadie la mira, tal vez
porque sus ojos crean un espejo entre dos mundos, una formidable
función protagonista; y su programa vende ejemplares a ambos lados del océano, es la crema de los niños,
el catálogo del mediodía, la cháchara que se masca a cada instante.
 
En la puerta del templo, sacar a relucir el carácter, la nota
alta. Ella sabe que todo es especial, que todo tiene un precio, que la inocencia es un proceso,
el vértigo, una maravilla. Dice: no tenemos dinero. La plata viste un terno miserable, el aire lleva
polvo en los bolsillos, la noche es un zigzag.
Vamos amando.



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