martes, 9 de marzo de 2021

tiempo después

 

Ahora vemos sus ojos, no solo las plantas de sus pies, las venas
madres, la proporción exacta del tobillo. Hay una inundación de tierra que molesta,
ensucia un poco; el cielo se reprime, interroga, adopta
un lenguaje insospechado que no responde al mandato de la física, yace inconsciente, pues.
 
El cielo ha tomado conciencia de la justicia,
los valles han tramado una elevación astral. Las palabras
abordan el problema peliagudo, sintáctico, brutal de la resonancia. Repetición o acorralamiento (una de dos);
el arte apostaría por el ensamble discreto de un concepto mayoritario, presentido, bien pensado,
explicado con profusión de imágenes
concretas, malas interpretaciones del espacio real.
 
Destiny® se ha convertido en una mujer. Su rostro ilustra el cómic
aguerrido de la nueva crónica; detrás de todo pensamiento hay un brazo
poderoso que echa raíces, arranca ensoñaciones. El verbo ha quedado en nada. Por la ciudad
circulan accidentes y derribos, los rayos reducen la población, las nubes crean un ambiente irrespirable,
demasiado promiscuo, un aquelarre químico que desbroza las aceras,
reconquista las copas de los árboles.
 
Ahora vemos como el mundo asciende por la soga de la evolución:
trata de sobrevivir. El tiempo se debe a su potencia: infinito + 2. Elevamos los valles a la altura
cósmica de la narración y nos introducimos en la historia, desnudos y pobres.
 
El verso ha conseguido una cita con ella. Destiny® llega envuelta en su jet lag californiano, sus deportivas
brillan como soles de terciopelo, blandas y flexibles. Trae un rectángulo
azul cortado a pulso, una letra W gigante, un lazo amarillo cosechado en la guerra contra el sol. Su voz
comparte tono con el agua, volumen con el aire, destino
con la tiranía de la eternidad.




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