martes, 29 de noviembre de 2016

laborista


Es la sordera del ángel que no le deja ver. Su tamaño es tan estético, hada,
gorrión, línea tirada entre dos columnas que se miran, sostienen
ambas el mundo y su diámetro es el de un anillo de pedida.

El ángel monta su caballito de mar; su misión es liberarse. Se trata, pues, de una criatura liberal (no demócrata-cristiana),
un ángel laborista que lee a Cynthia Ozick y se expresa con exactitud
sobre las últimas novedades (artísticas), con pulcritud
exánime (o ecuánime) y nada johnsoniana, es decir, poco académica para el gusto de la tradición.

Jordan, que no ha leído nada (tal y como Keats) compone, sin embargo, una figura áurea;
sus proporciones mandan un mensaje tajante, diáfano, que se regodea en el lenguaje
positivo, se detesta también como si no fuese con él tanta entereza. La belleza es cosa del espejo, pero el arte
cree en sí y no se desmorona, no se equivoca de puerta
cuando elige la puerta de la cárcel. Y siempre elige la puerta de la cárcel.

Postrado en su hamaca de verano, el músico incendiario diagnostica su propio corazón, se medica
fuertemente, entresacando fauna de sus muelas, ojos negros de su memoria, acordeones de su rama muscular.

Ha probado el milagro y quiere más, ha consumido las drogas familiares y sabe
que su religión tiene forma de fracaso. Sugiere una manía redentora como cura universal,
vacuna contra el tedio, y una salva de aplausos condecora su elocuente iniciativa. El ansia está nadando
los cien metros espalda sin una sola mariposa por el aire. El aire
está nadando entre dos aguas oscuras y los hijos de dios parece que se ahogan en su atávica herencia.

Estamos con Jordan que posa para un reportaje, ofrece una entrevista,
está monísima: un vestido favorecedor, un discurso francotirador, un arma favorecedora.
Su alma ha regresado del paraíso sin mella; se ha traído un refrigerador y una torre de sonido que retumba
como si fuese a arrasar la melancolía de las voces que, a lo lejos,
regurgitan el código del hambre.

La familia ha fumado demasiado, ya no entiende ni oye ni puede ver. Pero la montaña
ha recogido nieve en su caldera y las nubes siguen tendiendo la ropa vieja
asomadas al canto general.




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