jueves, 29 de julio de 2021

una sola y repentina flor

 

Sales a la calle y modificas imperceptiblemente tu canon de belleza ―click. Sales a la calle
y buscas una forma de novelarte, de asediar tu propia e irreductible
contradicción.
 
El tiempo que hace. El tiempo que hace que no ves
a nadie, el frío que recorre cada instante de tu recolección, cada momento
disipado en el aire, cada significado. El frío
significa hierro y tiene otras acepciones: hielo y sucedáneos metafóricos. Significa
fuego y posee pautas diferentes, según.
 
Cuando te encuentras con el Ángel ya es tarde. Suele
ser tarde porque tu mente habrá dado ya una vuelta de campana, estarás
ya cerca de la extremaunción: la posibilidad de un exorcismo tampoco sería desdeñable, desacoplarse
sería notable (sería poético).
 
Apenas tienes constancia
del milagro lo anotas en la libreta taquigráficamente, en líneas
generales. Se habrá producido un estrago muy bello, algo sin identidad. No será obra de un superhéroe
apesadumbrado (o delicadamente insatisfecho). No se trata de un Ángel
más. Será el tuyo, tal vez.
 
Entonces, la manera de mirar el segundero se diluye, nada fluye ni se comporta; la Avenida parece
rodar contrarreloj, parece una epifanía demacrada, el radio del horizonte de sucesos,
la compota de manzana del chef:
es un campo ontológico que describe una serie de líneas de bajo
bajo la propia realidad, sombras irrepetibles
que contienen el mundo en una sola y genuina flor.



martes, 27 de julio de 2021

dogmas de otra religión

 

"Es el síndrome del poeta seco, que necesita sacar inspiración
del aire errático, igual que Jean Marais en el Orfeo de Cocteau"
El año del mono (Patti Smith)
 

Qué ampulosidad figurativa, qué desgarramiento
infantiloide; ah, terminar un libro es un escándalo privado, un apocalipsis pero íntimo,
desnivelado: aparece un vacío cordial por donde se relanzan
las novedades editoriales y el espacio entero, todos los docudramas y los acercamientos al modelo
diáfano de la posteridad.
 
Por la segunda página aparece de pronto un individuo con un cucurucho
en la cabeza, un perro suelto, otro vaso de agua con gas. Son las maniobras
típicas del estancamiento, la facundia de la ilustración pasada por el tamiz de las insinuaciones
maliciosas y su verificación.
 
Puede que no se alcance a conocer una respuesta. La divinidad
accede normalmente a disipar las dudas de la indiscreción, aprecia el ruido
y sus apartes.
 
Llega el poeta nómada y cruel armado con un lápiz
todoterreno y una especie de aspiradora intelectual entre ceja y ceja. Llega la seriedad
personificada en un coturno de rebajas, una masiva
identidad grecolatina, un gongorismo adolescente.
 
Estamos secos como una gran depresión, como un pantano del que emergiera la torre de la iglesia,
como un tema de los Rolling. Ahora escuchamos la normatividad del Jefe de la M, algún
compendio. Emily siempre nos desatora con su espanto,
con su canto emancipado y tan silvestre, tan poco romántico y escasamente
azul.
 
El libro está ahí, carcomido y felibre,
archiconocido; vedlo con su alzacuellos y sus colgantes, su cruz
hermafrodita y sus psicofonías. En una mano cabe. Hay que tener
valor para enfrentarlo, para darlo por muerto. Hay que ser de otro país para tenerlo en cuenta, de otra religión
o de otra poesía.



sábado, 24 de julio de 2021

el síndrome cocteau

 

Sobre Bukowski:
atendemos a nuestros admiradores. El poeta se esmera, difunde
inexactitudes como cielos empedrados, miente en todos los colores del espectro. Ha patentado
un letrero luminoso encomiable, escrito en ruso, da igual.
 
La cuestión de la diversidad geográfica
y neumática de la poesía, su contorsionismo ideal. Hay una larga
tradición de redentores, tipos altos de largas zancadas, tipos naturales y deportivos, con ese idioma
atrevido y esas recomendaciones.
 
Suponemos que la gente
no entiende de ángeles ―lo que nos interesa. Conjeturamos en varias lenguas,
pensamos en francés chapurreado, por eso nuestros cálculos
son indescifrables.
 
La escena
siguiente presenta un derivado de la noción artística y sus refritos decimonónicos, su top estructural.
 
Pero la hierba asciende ―humareda celeste― húmeda y característica;
neoplatónica, no entumece, clarifica
la visión, cualquier estampa de una mañana de domingo cualquiera, una protegida por un ramal
de pinos entusiastas, un recodo de aristas y agujas
milenarias.
 
Sobre el poema tenemos una impresión
liberticida, un insecticida literario, una misión atroz; soñamos con el ala
izquierda, tomamos café en la mejor compañía: alguien nos soplará una historia que no sea metáfora
de ningún presentimiento.


Cuaderno de apuntes de JW Turner

jueves, 22 de julio de 2021

un lugar en el art


Ninguna buena novela es un buen lugar para vivir. Vivimos
para el Arte, nos da cobijo un tejado de zinc (a pleno sol). La literatura
se ha comido una coma, arrecia como una lluvia de pedrisco sobre la planicie inmaculada, el campo
intrínseco (de secano) y mesetario, encastillado.
 
Hubo también un bosque donde las brujas cocían sus pócimas
artísticas, sus recetas afrancesadas y rubias; había incendios, entonces,
que calcinaban hectáreas de caminos, infinitos
matorrales, matojos y arboleda esencial. Hubo escarcha de todos los tamaños, pájaros
disecados en las ramas oscuras, aves inteligentes, búhos
consternados.
 
La novela seguía con su proverbial sonido a riachuelo, a corriente
envenenada, esa fuerza del agua que arremete contra el mundo. Los protagonistas
actualizaban el enredo a gran velocidad, abarcaban un elenco
cuidadoso de caracteres públicos: 12 hombres sin piedad, 7 novias para 7 hermanos, Casablanca, Alien
y The Walking Dead.
 
Todos los estereotipos
del momento, todos los accidentes geográficos, todas las vicisitudes, la corteza del tiempo (máster
en intensidad reluciente y formación de casualidades), emblemas
lingüísticos como medallas de primera comunión, signos de flaqueza.
 
Aunque la novela discurra plácidamente entre
admoniciones y consejos, héroes nativos y camiones de la basura, camionetas rojas y perritos calientes,
siempre llevará algo de sangre seca en la comisura de los labios,
siempre le quedará un regusto a poesía rancia entre los dientes:
el aliento visceral de la miseria
y el éxito.




domingo, 18 de julio de 2021

noches de trabajo edificante

 

Flores de lavanda y abejas industriosas, un verano en trámites de divorcio, una luz
retadora, esta física tonal. Como cierta noche de verano Alisha Boe fumando en su balcón
edificante ―es verídico. El aire fresco
se aglomera virtuoso, hace suyas las grandes intenciones.
 
Paramos en un motel barato y nada sórdido. Richard Brautigan ha escrito
aquí algunas de sus metáforas más consideradas, también una escritora europea ha deshuesado aquí un esqueleto
de quinientas páginas. De sobra. A lo lejos,
los lobos intuyen una carrera de categoría y se lanzan al rescate de las insinuaciones sepultadas
bajo el carmín del extremismo literario.
 
Las abejas ahora permanecen a la espera de un levantamiento
satisfactorio, a la espera del impublicable selfie protector, el significativo escarmiento, su revolución
oportunista.
 
Todos trabajamos; después nos subíamos al ático a escribir
la novela aclarativa, el estupefaciente invento no-verbal que habría de sorprender a la academia, el verso
descompuesto en una loca factoría de la mismísima ciudad de Minneapolis (MN).
 
                O en una pequeña ciudad lituana de frontera (es algo místico).
 
Algunas mujeres se han roto las espaldas en el río, se lanzaron a la carrera del hambre;
escépticas, libres en la poesía
(únicamente). Mano de obra.
 
Flotamos carretera abajo con banderas de conveniencia, es una imagen
retroactiva de la contaminación que viene. Árboles minúsculos sin nombre biológico ―ecuaciones
irreductibles― presentes en la representación del diluvio, actuando para ella, observadora
natural y propietaria de una granja de abejas sibaritas.





viernes, 16 de julio de 2021

en el mundo

 

Oh, es un viaje de verano, el mítico sueño
aeroespacial; damos la vuelta al mundo en una nave soviética, sobrevolamos
el Báltico y su profundidad, todo por (ella). Su dacha
es un pronóstico acertado, apartado. Hemos ganado la lotería ―apostamos todo al rojo.
 
La cuadrícula se impone como haz de rayos láser que impide el robo del siglo, tal vez como
cuaderno infantil.
 
El pasado es un objeto no identificable (punto), se camufla entre la parodia
escénica de la realidad, oculta sus necesidades, su proceder obsesivo-compulsivo. En el pasado
hacía un calor de oficio, desmesurado, también un frío
cuaresmal, bautismal, invertebrado y próximo. El tiempo
es tiempo porque bulle de intensidad,
luego acontece.
 
Nuestro viaje no es en tren (es en tren, pero no en el transiberiano). Nos quedamos a mitad de camino,
dentro de una burbuja orgánica. Nos quedamos encerrados en el baño, nos
bajamos en una parada tan inexacta como un despeñadero. El caso es que la máquina
nos ha mirado a los ojos, ha escupido
toneladas de carbón.
 
En el mundo
ella toma el sol sobre la hierba desproporcionada del Parque; su piel
absorbe la temperatura, las nubes que transcurren,
los tibios segundos de la eternidad.




lunes, 12 de julio de 2021

poesía para qué

 

Es un punto negativo, de transición: las alas no pueden
nacer bajo las bombas. Pasamos por un campo de lavanda y el aroma. Hay una exaltación
interclasista: árboles y monte, nubes y desánimo. El descampado se antoja
verificable y así es por el voto unánime de la fauna, que sostiene
el paisaje y sus elementos afines.
 
Todo es poesía para nada,
el silbo y su estiramiento legendario, la terraformación del multiverso; somos
fruto indecoroso de los tejemanejes del cosmos,
sus artificiosos lanzamientos.
 
El meteorito inspira cualquier clase de verso, cualquier novela
corta, incluso una novela importante de Cynthia Ozick o María Garza, un bazuca literario
musitado en los pantanos industriales de la realidad.
 
Contribuye a crear una sensación inestable ―el poema. Es como un barrido electrónico, un barrio
norteamericano con sus casas paralelas, alineadas y alienadas, sus callecitas
mecánicas para que pase el culto Cadillac del KRIT, su melancólico
día de acción de gracias (y su mala
educación).
 
Por eso andamos boca abajo,
diseminados en la tierra nada fértil de la literatura, entre vanos
caracteres, números romanos y números irracionales; conocemos la tabla de multiplicar, nos multiplicamos
como animales felices, es una pulsión
introvertida pero inexplicable: escribimos deprisa, siervos de una nación
entregada al protagonismo insuficiente, la presunción
de conciencia y el fatigoso
descrédito del Arte.



viernes, 9 de julio de 2021

el infinito mapa de la soledad

 

Solo forma, una brizna de maldad entre los ojos, en aquel
espacio reverberante de la oscuridad; hay una mirada que esclaviza la noche, un teorema
falso sobre la melancolía y el deseo.
 
Dicen que todo es verdad. Dicen que todo se esconde, que la luz se ha diluido en una frase
afortunada, que la tinta no mancha según qué pieles
de inmaculado volumen. Que el silencio no retrocede hacia el sonido
enfático del trueno.
 
La hierba se contradice, primaveral
y absorta, incómoda para los enamorados. Qué embarazoso el tronco
basal y despintado; esta Naturaleza amarillea adrede las orlas del otoño que fue, hace fuego en el bosque,
veranea en el alma y se atrinchera en el mundo.
 
Por si acaso.
 
Tormenta de piedras, ligereza, nombres de plantas, vademécum y taxonomía del desierto, atlas
de las enormidades, una microscópica visión del universo ―con un poco de mercromina bastará. El universo
se acentúa en el primer robusto cuásar de la serie, el remolino
original y sus corpulentos brazos espirales, la mancha gorbachoviana en el terso
cráneo de la divinidad.
 
Ah, ella escribe una carta bajo la batuta mágica del entusiasmo
rebelde de su corazón malvado, sigue el ritmo mecánico de los árboles que mecen la frescura
de la soledad ―el árbol cae de todos modos. El punto se retuerce
como si dependiera de su ruido el fondo estático del cosmos. Emily calcula la potencia de uno y habla
con el infinito en su lengua de signos; luego,
despliega un mapa que nadie reconoce.



miércoles, 7 de julio de 2021

lo que pesa una noche en la distancia

 

Toda la noche buscando el epitafio, la plegaria indefensa. Destiny®
vuela bajo, raso, al ras de una aurora compasiva, vuela sobre las tumbas, increíbles
tumbas, sobre las cruces indecibles, los cruceros
de piedra, las losas, estas lápidas feroces. Todo es pesado aquí como la tierra; cargad un saco al hombro,
veréis lo que pesan las flores.
 
Sabréis lo que pesa un recuerdo, la concreta reinserción del pensamiento; explorad el disco
duro de vuestra conciencia (hallad la coincidencia). Es penoso
bajar a la calle y saludar a la gente que mira con aire de sorpresa
y decepción, todos esperando la verdadera eclosión de la belleza, el milagro
que habrá de sostenerse.
 
En un caballo blanco, Emily pasa por delante
del tiempo, por delante del mundo que sonríe con una piedra en el bolso. Ah, las cruces son de piedra,
las fosas son de piedra y pesan tanto
como los besos tímidos del amanecer.
 
La noche es permanente para el Ángel, acostumbrados sus ojos al radiante
secuestro de la luz, su aristocracia radiante, su infinita paciencia. La luz fortalece la seriedad del campo;
también el campo es roca pura. Hay un cielo que desciende
lentamente de la altura más desconcertante, algo que notifica, se sobrepone,
alza la mano y escribe con su caligrafía congelada.
 
Si eres un Ángel, Emily, si lo fueras, de tus largas
alas brotarían las mil hojas del espejo, el cristal deshilado del prodigio, saciarían los árboles
su sed antigua de misericordia; ¡es tu sangre que nace del silencio! Es tu sangre
dividida en renglones de lluvia, es la hierba que acoge
tu cuerpo sin medida.



domingo, 4 de julio de 2021

pura rutina del amor

 

El amor ha muerto ―como la poesía y el hip-hop. Lo han deducido
algunos entendidos. En la plaza ya no se escuchan los versos irreductibles del silencio
culpable, ahora solo hay guitarras eléctricas, cargas de Tash Sultana (y ataques cardiacos). Ahora los anuncios
de detergente han suplantado a la mera compulsión artesanal.
 
Ni siquiera las flores.
 
Han resistido como alucinadas a la desertización
y el escaso refrigerio, la potestad indefinida de la densa y globulosa vegetación, esa Área
militarizada entre dos bloques consecutivos, esa taiga
venenosa y ardiente (haciéndose al clima)
varada en algún puerto mesetario.
 
Recientemente hemos buscado entre toneladas de basura indicios del amor
poético y se nos ha aparecido un Ángel victorioso pero mudo,
estático, oh, gesticulante y dominante, dirigiendo las operaciones desde su torre de control
astrológico con esa filosofía pura de los contrarios.
 
Se ha puesto ―se especula― de moda
no estar enamorado. Así como a desmano, desorientados, hechos un lío de manualidades que riman con la edad,
viendo pasar estorninos en vez de golondrinas; ah, y aquella estatua de Lenin
alzada todavía en el patio de la escuela.
 
Llevamos la genialidad del gremio ―marca impertérrita― debajo o cerca, milimétricamente, del bigote,
inclinada a cierto articulo redundante. Solo nos falta el ramo, un racimo
de uvas verdes, de esas que nunca se alcanzan por la pura
rutina del fracaso.



sábado, 3 de julio de 2021

el jilguero y la flor

 

Único mandamiento: no arrancarás la rosa. Aunque sea de noche
y la lluvia restriegue su innumerable forma por el campo, te lapide la aurora. El jilguero de Mandelshtam
ruge en la monotonía de las madrugadas, adorna su nubosa locuacidad
universal.
 
Representad un tercio de la sombra, dadle alas al misterio de la emancipación; cautelosa, la serenidad
del príncipe descenderá los peldaños
crujientes de la poesía.
 
Habéis destronado de cuajo la industria
aumentativa de la naturaleza, su colorida especie, la terca
corazonada del instinto, que adolece de un nombre extrañamente cabizbajo y tétrico.
 
El poeta se lanza de cabeza al tornado presciente de la literatura (¡dime una adivinanza!). Honramos la palabra,
resolvemos un problema matemático planteado por los extraterrestres de Vorónezh, nos levantamos
cerca del rosal apodíctico ―solo porque nos obsesiona la distancia.
 
Simetría y proselitismo, estatuas
viscerales, ríos montañosos, ¡es el campo con su parque de atracciones! Nos olvidamos
entonces de la civilización (¿nos olvidamos?), inventamos la imprenta en una desangelada buhardilla
del Soho, imprimimos la biblia que nos hemos ingeniado ―dictada por un Ángel
fuera de contexto.
 
Ella en pecado mortal, dolorosa como un epitafio o una comunión; parecida
al recuerdo de la primera estrofa, sincronizada con el aire del primer estornudo
creativo, fumigando poemas de hace tiempo. Último mandamiento: no apagarás la luz
ni mentirás.



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