jueves, 30 de julio de 2020

ohmygod


Si el Ángel impusiera su poema,
convocaríamos una rueda de prensa, hablaríamos del arte por los codos... Escribimos
incluso en esta tarde de faz dominical, nuestra mente se pronuncia,
discursea un nombre extemporáneo, se lima inconsolable
o da una voltereta, trata de pasar los 2,25 al primer intento.

Ahora que escribimos, damos gracias, nos congratulamos. Este es el día,
la hora perpendicular al calendario, la hora
decimal, el momento intrascendente; no podemos decir menos que esto. He aquí nuestra revelación
embarazosa: la poesía no vale para nada.

Ohmygod, si alguien osara, si alguien, imbuido de alguna
precognición o algún arrojo preternatural, alguna sabiduría tántrica, si alguien,
ser de ultratumba, ser único y unánime, nacido de mujer o de guía turístic@, si ese
pedazo de ser humano nativo encontrase algún valor en algo de lo escrito, si le hubiese servido de algo,
entonces, habríamos fracasado.

Y qué descanso,
qué desahogo, qué desproporción
estética, qué nunciatura apostólica y qué reprís. La luz nos sobrecoge
ahora, nos atora, nos silencia y nos pone en evidencia, es una martingala de narices,
nos deja estupefactos, y no es broma.

Querríamos… Haber sucumbido a la catarsis, persignarnos debidamente sin omitir
un solo tic, escondernos del cinturón del padre, machacarnos los ojos en la oscuridad,
mofarnos de la gente que trabaja.

Pero… Fumábamos del aire y éramos tan felices como morsas. Escribíamos
con tinta china en la gran muralla, con sangre en el pupitre
nacional. Sentíamos el viento en el cogote como una gran inspiración. Viajábamos en tren
por el espacio y nuestra piel hacía números
con el eco grumoso del futuro.


martes, 28 de julio de 2020

cinecittà


cine en casa


Esta ciudad arrugada, fantástica
sin mar, este rectángulo homicida
de luz acartonada. Tenemos el encuadre excelente, objetivo
celeste, la teleportación más afinada.

Sobre las estrellas, cabalgamos. Desembocadura y cuerpo, esta es Cinecittà,
la ciudad arrogante, madreperla. Aquí
vestimos todos el hábito del KRIT, su marca es nuestra
inconsolable corrupción.

Barrio se escribe con sangre, entra por los ojos; el barrio
es un transeúnte, nómada del acero, ah, corre el hierro por sus venas
heroicas, nada la luz.

Nada de luz, acabamos rendidos en un talud de la autopista; desde donde se ven las navidades,
también las atracciones. Es un Parque reunido en un solo deseo,
untado de verdura.

Qué fortaleza, alguno que ha orquestado su propia
reverencia, su terco aggiornamento; está la dignidad de las personas, está el mundo
horrible de la gente, están las apariencias incineradas en el crematorio anejo al cementerio municipal. La ciudad
que se consume lentamente, sola,
que solo tiene ojos para el cielo.



chatarra express


Chatarra que se escapa de la obra
flexionando sus latas oxidadas, humo que arbola la carpa de tejados
oscuros y agrietados, agua que se filtra, se mece entre las quebraduras, bordea la humedad
sencilla de los cuartos.

Cada pared, un museo
sin alma. El agua ronca como un pequeño murciélago, es algo nostálgico,
tremendamente insustancial.

Así los niños vaguean satisfechos, hacen
la tarea por los suelos, juegan al balón con un peluche
deificado.

En el supermercado han acaparado la leche condensada, se han acabado las tonterías; incluso
hay un cometa en la caja número cinco, un pararrayos
en la número tres. Tomates de oferta, una fundación granada,
acuífera, limones y sal de mesa.

¡Ponte, mesita! Poner la mesa
supone un esfuerzo interrogante, una aproximación a la magia,
¿quién pone el pan encima de la mesa? Es la pregunta que llevamos haciéndonos
un millón de años. Es el mundo, el mundo pone el pan
encima de la mesa y luego se lo come sin dejar ni una miga,
ni una mísera miga de pan.


lunes, 27 de julio de 2020

dársenas de imaginación


Tomamos el nocturno desalmado, tren que infunde los valles y los puentes.
Nuestra locomotora lleva el viento de cara, desciende tanto
que arruina el nivel del mar, se despide del cielo encapotado, corta la respiración de las abejas.

El tren desata su humareda triunfal, es puro movimiento
triunfante, archisabido es su movimiento, así funciona su ecualizador paisajístico apaisado, su artesanía
siglo XIX, oh, sus crímenes contra la Humanidad. En cualquier pasillo del tren
aparecen los fantasmas de las maravillas, qué maravillosos
y trágicos, cómo fanfarronean su viveza.

Ahora, hic et nunc, consta una parada
programada, se trata de una estación invernal, something so. Tenemos la noche encima,
el invierno a la espalda, la negación del tiempo que hace: un calor
intravenoso, superfluo, un tórrido otoñal
vivito y coleando como un pájaro muerto.

Sobreviene una detención indelicada –stop resisting!–, pasamos por un tramo
ful, las vías carraspean, parece que suben una cuesta
penosa por la vía rápida, parece que alguien arroja algo por las ventanillas, parece que se arrojan
varios pasajeros vestidos de domingo o con una flor en el ojal.

El luto es natural para los trenes, la sospecha
arbitraria es afín al recorrido; la Luna es la sospechosa habitual,
se trata de un principio de autoridad romántica, un principio de realidad.

Nos vamos por la tangente corporal del Ángel, con ese crudo balanceo de alas nuevas,
ese estruendo rompedor de ultrasonidos perrunos. El menú,
mejorable, la vida, inmejorable. La vida se recoloca o se acomoda, quién sabe,
prepara alguna sorpresa; la vida es un fardo que oscila
o pende de una rama alta igual que un suicida con dársenas de imaginación.



domingo, 26 de julio de 2020

homer y el sentido de la vida


Supongamos que el nombre de Dios fuese Simpson
(La suerte de Omensetter, William H. Gass)


Es Simpson. Menuda predicción. Y el Ángel lo ha corroborado
(esa sabihondilla). Supongamos que el nombre de Dios fuese
un nombre inventado, fortuito, buscado en el santoral por una madre sin tiempo que perder.
¡Que fuese el nombre del abuelo Simpson!

Resulta que los nombres cambian, se estiran, trazan
un recorrido vital, llevan la carga abrumadora del amor.

El poema sabe cómo se llaman las estrellas, pero no suele chivarse porque
se debe a la síntesis y la sinceridad; cualquier nombre de una estrella es mentira, será
mentira hoy, es falso ahora, ¡siempre! Una estrella varía de espesura, deforma su protocolo estelar, su devenir
galáctico, su peso; una estrella se pone a dieta y acaba ocupando un espacio minúsculo,
su cintura de avispa (es la operación neutrón).

Destiny® reconoce su pensamiento entre las diferentes
vías, escudriña la salsa picante de su pasmo filosófico, se las ingenia para
identificar la idea, el concepto impoluto, la llave maestra que abrirá el monasterio y la jaula del pájaro. De ahí,
extrae, sonsaca el origen, te vende una parcelita en la urbanización del Paraíso.

Es Simpson, ¡qué velocidad! Qué autonomía;
un dibujo animado instalándose en la mejor galería del Hermitage, en los sótanos del Prado,
dando la bienvenida a los aldeanos a la pirámide del Louvre.

Ahora, ¡vamos a corromperlo! Hagamos que se trastabille,
que dé pasos en falso hacia el precipicio de la renunciación y el abandono. Dios mío, como un animal abandonado,
vaya suerte la suya. Propietario de una finca en el Averno, hectáreas de fuego
ignominioso, oh, escaleras de lava y un cielo pixelado de olvido.

Ahora su rúbrica corrupta
exonera al mundo de toda responsabilidad, no vale nada,
es un as en la manga, un chemtrail que esparce su verano por los siglos.



jueves, 23 de julio de 2020

migas de la creación


Ángel con nombre y apellidos,
tan indecoroso, propio de un alegato
pordiosero, expresado con esa voz golondrinesca de los predicadores novatos. Vicarios,
como el porvenir.

Todo tiempo ha pasado. El futuro es un pasado in péctore,
en prácticas, vicario o becario. El pasado tampoco nos pertenece, es un tiempo muerto.

Refocilarse, acoplarse, retenerse y estallar como una supernova
es difícil. El Ángel ha reproducido
actitudes humanas, se ha licenciado en persecuciones, en desinencias, en genealogía (nada genital).

Dicen que el Ángel firma los documentos Destiny® –la ® es como la L del carnet de conducir
(almas). Es quien ocupa el pescante de la diligencia y escapa a toda máquina de los forajidos,
es el forajido Watson pleiteando
con su testamento, eligiendo una muerte dulce.

Suburbial, sensacional, la homilía de hoy ha sido Altisonante;
salían muchos hombres sabios, mujeres eruditas, salían parejas
bíblicas, jesuíticas, algo indecoroso con nombre y apellidos, migas del Génesis y su beatitud
forzosa.

Decir siempre es decir la mitad de la mitad, es confesar bien poco, concluir
por lo bajinis, suspender la credulidad de la materia,
o tomar los hábitos malsanos de la libertad.

En la esquina del Parque –siquiera un fulgor real de la Avenida, uno de los suyos–,
el Ángel insinúa, endosa, golondrinea su mercancía –santa vicodina–, su verecunda palabra
atea. Ha difundido la verdad y apenas la escuchaban, apenas alguien
en su sano juicio.

Solo una muchacha corriente (señor juez, algo sumamente extraordinario),
solo una persona en sus cabales, un accidente temporal,
testigo de cargo de la creación.



martes, 21 de julio de 2020

noche de paz


Quien no mató una mosca, yace muerto,
pero no lo mataron los adversarios de las moscas, sino los de los hombres.

Pintura amarilla para llenar las calles,
pintura para pintar las vallas de amarillo ceniza,
los árboles.

El Ángel distribuye arándanos frescos, bayas multicolores, algunas prebendas,
drogas fuertes como el peyote, ligeras como el humo del hachís. El Ángel ha construido
un mundo detrás de la casa del padre, una serie de extensiones
radiales, una concatenación de habitaciones enormes, plazas de garaje, jardines prohibidos, atlas mágicos,
rocas artísticamente derramadas, aparcamientos,
casas altas como bosques, casas verdes como la hierba, casas soñadas.

El sueño es producto de una hemorragia
verbal; ríos de sangre, hormigas cautelosas, gente que muere en la calle como si nada,
como si expirar fuese un derecho inalienable
y no una clamorosa maldición. De hecho, el reloj sabe lo que cuenta: cuenta las horas de trabajo, los billetes,
pierde la cuenta de los corazones.

Quien no mató una mosca, yace muerto, parece
aletargado, parece muerto; dejó de respirar hace un instante. Oh, tenía miedo de morir,
no fue un héroe ni un cobarde, solo un hombre.

Pero el Ángel no comprende esta reciprocidad, este estilo
ansioso de las relaciones humanas. Incluso uno como Destiny®, tan milagrosamente humano,
no acaba de entender la soledad, no acaba de completar
su vuelta al mundo.

Pintad el cielo de amarillo, ¡es un espejo!
Que no hagan falta más el sol ni su lujuria, ni este calor insultante, ni esta noche
contraria, ni esta luz.



Elijah McClain

sábado, 18 de julio de 2020

maravillosa luz sin nombre


Se eterniza, se eterniza la fronda de tus ojos; bajo esta luz
que inunda el aire de fantasmas. Rosas sintéticas porque el Parque es un ártico
sinfín, Hyde Park en la espesura del invierno, hierba
colérica y cortante como un banco de lágrimas.

Lloras a lágrima viva, el flanco
celestial que arropa tu ventura te arroja
en brazos de la soledad. Soportamos bajas temperaturas bajo la luz estival, su arrullo materializado en un piar
inconstante, su sobrecogedora menudencia; asistimos a la voracidad de la palabra. El verso
tan frío es maravilloso, su sabor a sangre nueva, a profecía y éxtasis,
su gélida sintaxis frente a la cultura unánime de la variedad.

Nuestro diario avanza, Claire, hacia tu personalidad, hacia tu encanto,
ahora se detiene tras un seto ingrávido que no le dice nada, grita parte de la noche que cubre su garganta
(nuestra inflamación). Es la gravedad de nuestra
pequeña alma intratable –¡qué maravilla!

Anuncian la pereza gatuna de un gato excepcional, se trata de Omensetter y su anfibología
declarada (cosas de Gass). Animales silvestres como flores,
anónimos como flores sin tratamiento. Quién tuvo una rosa llamada Rose, quién
supo hablar de la felicidad de los nombres.

La poesía de tu voz (nos) es familiar, fabrica
casas para nadie, pisos de tres habitaciones con terraza al mar. En una habitación
dormirá ella, dormirás tú, florecerás como una selva
clara, híbrida.

Tu luz comba el paisaje, curva la curva del verano,
luz solar color de miel. Qué humildad de tus brazos trabajadores, tus dedos
tímidos, manos que preparan la comida, tocan la guitarra a la sombra del árbol,
sueñan el baile de las golondrinas, manos que recogen, forman gavillas en la antesala del bosque,
se arrojan al vacío y ovacionan el mosaico de la oscuridad.



jueves, 16 de julio de 2020

húmeda, obstinada poesía


La poesía es menos. La poesía es lo de menos. La poesía
se repite. Repetimos. Hay una literatura que redobla su inocencia, esgrime
una cámara (semi)automática, dispara
cerca de veinte instantáneas por segundo, tiene algo que decir:
sufre una patología afirmativa.

Reiteramos una disposición; la bronca por el Arte,
la tristeza que produce un buen poema elegante, el poema de marras, qué poema. Verso
triste, apagado de día, triste de noche. A las tantas,
el verso se destrona, se toma algo y sucumbe como un alfabeto tenebroso
o un crucigrama políglota.

No tiene qué decir, posado en el crucigrama de la literatura –que es un sudoku del máximo nivel, pero
letrado. De estrofa en estrofa,
dormitan las variaciones goldberg de la poesía, se enganchan en la valla (al saltar),
meten el pie en el agua, se raspan, se arañan, resultan heridas en cualquier sentido
metafórico, obran realidades
inestables.

A la estabilidad por el Arte; sofocados y todo, interrogados por un técnico
estimulador, taseados y todo, vapuleados a conciencia hasta quedar inconscientes, medio muertos en un juego
culpable. La asonancia vertical, el horizonte que se apodera del tiempo como un pequeño robinhood
perfeccionista.

La lejanía no sirve, tampoco la procedencia
ni el arraigo. De milagro, hay equilibrio en una gota de agua. Somos
militantes de la lluvia e inventamos hologramas domésticos que acaban por calar los corazones. El poema
nos entra por los ojos como una mariposa, nos salva
heroicamente de nuestra inacción.



martes, 14 de julio de 2020

100 años


Sobre el áspero
lienzo del futuro queda expuesta la vida (y a la vista)
y cualquiera puede atisbar el trozo amable, el rayado imprudente,
el garabato ecuánime –seudoliterario– que no significan nada.

Veinte, 30, cien años: no significan nada. El bailoteo de una mosca, su vuelo
centinela, su molesta autonomía son el calco de las vicisitudes humanas, el pataleo
residual de la insatisfacción, la cumbre anónima y profundamente
religiosa del arte.

Literatura y perdición, poemas secos como ramas,
soflamas expulsadas por el altavoz universal del premio y la economía, del gremio y la parsimonia,
testimonio de otra generación quemada.

Oh, todo es arder, desinhibirse, probar un camino
silencioso y ponerse a gritar a pleno pulmón, casi como un pájaro,
y morir casi del modo que se muere un gorrión en la corriente. Todo es vivir
del mismo modo que se muere, con esa renuncia grabada a fuego en la memoria,
fundida en el cuenco de las manos.

El espejo nos dobla, vivimos dentro de una prodigiosa
simulación, marionetas digitales. Habitamos en una habitación cerrada, enorme,
prodigiosa, sin cielo alrededor, solo aire
débil, insano como un bucle de tormentas.

Los trenes cruzan el desierto,
abanican el campo con su zalamería, su estacionamiento
inofensivo. La vida es un tren de cercanías que nunca llega a su hora. La vida es un espacio común
donde pisarse los cordones del zapato, donde tropezar en un cabello,
es una mancha de olvido tan minúscula como una gota de sangre.



domingo, 12 de julio de 2020

esta rara manía de vivir

Nos âmes se parlaient à deux mille ans
Dans une langue que personne ne comprend*
(Pomme)

Esa obsesión de los franceses con la muerte. No tenemos arreglo,
solo miedo. La soledad se le parece un poco, un estado
intermedio, intermitente, por ejemplo entre la multitud, por ejemplo en un estadio abarrotado,
entre el gentío que colorea las aceras, una entre un millón.

El Ángel es una entre un millón, su contoneo tiene algo de esperpéntico para los mortales,
algo demasiado coherente, una elegancia aritmética,
práctica como un manual de buenas intenciones, un matiz llamativo.

          Llaman a la puerta y siempre es la policía
que pregunta por la noche anterior, por la noche de autos, dónde estuvo usted a las tres de la mañana:
tomando el té. Llaman a la puerta y es un efecto
llamada que te pone los pelos de punta.

Sabemos que toda muerte es natural, pero no es preciso
acelerar los trámites del procedimiento ordinario; la melancolía ya hace su trabajo, y suena
la hermosa voz de Pomme acompañada por su arpa contenida, su guitarra espacial,
su francés lyonnais y formidable (y su extraña obsesión).

Los ángeles dijeron que no podían morir aunque lo deseasen con la fuerza
incalculable de los que van a morir, aunque saludasen con firmeza a su verdugo. A ver si los dioses
van a desear la muerte ahora, después de haber
soñado toda esta guerra santa, este exilio aplastante.

Oh, petite pomme, tan exigente, autónoma y radical. Su pequeña manía
con los ojos desorbitados, su boca de manzana que paladea despacio la palabra es-que-le-to,
la calavera que sobresale de la hierba mal cortada, que está como escondida quizás y ha permanecido
así de quieta durante una eternidad insuficiente.

Ah, esta obsesión nuestra con la vida, esta terquedad respiratoria, esta inflamación
de las posibilidades, esta contumacia nuestra
tan ajena y tan propia de los pobres de espíritu.


* Nuestras almas se hablaron hace dos mil años
en un idioma que nadie entiende.


viernes, 10 de julio de 2020

matadero existencial


Debo impedir que mis ideas se evaporen en poesía
(Kierkegaard)

Quien no conoce la biblia, la historia de Abraham, las penalidades,
quien no parece ser
un arribista. El dilema pertenece al ser, será que somos asesinos en potencia,
nuestro exponente es un cartucho de dinamita colocado entre dos cuerpos, nuestro avatar
es una bomba de arena, un monte.

La palabra es el monte. Decimos la palabra
y se nubla, el cielo adquiere una ignorancia, una ondulación, son colinas
actuantes, diseñadas así para los ojos, encañonadas por el sol en la distancia,
horadadas por cientos de oscuras madrigueras. Decimos
que la hierba es la fuerza motriz, el ser y lo último que veremos antes de la muerte.

No somos existencialistas, pese a lo extraordinario, pese a la longitud
honrosa de nuestra carrera artística, esta vida llena de tiempo perdido; se busca tiempo en tiempo real,
en la caja de los truenos del pasado. Nuestro futuro
pende de un cuchillo carnicero, somos matarifes de toda una nación de víboras, somos
el águila que asciende en el pecado y lleva una vida entre las garras.

Mudos (a primera vista). Permanecemos
atentos como Job (en un ¡ay!), el estoicismo es nuestra patria, nuestro único patrimonio, la unanimidad
de las emociones nos guía por los túneles del cielo.

Hemos subido al tren del mes que viene, un tren
orgulloso de su recorrido vital; saludamos a Katerina, bella y desconocida, saludamos
a todos y todos nos dirigen la palabra, organizamos un baile entre vagones de distintas
categorías filosóficas. Luego, el salón yace vacío como una escuela un día de verano,
como un espejo en medio del olvido.

Nuestra locura bajo el mismo techo, bajo el digno paraguas de la realidad;
manga por hombro, la literatura, la manga ancha de la literatura adaptándose a la jeroglífica crítica voraz,
el cristianismo hecho carne por una sola vez,
nuestra aleta dorsal descollando sobre la superficie de la nada.



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