domingo, 28 de octubre de 2012

fórmulas de lluvia y otros poemas de ayer


fórmulas de lluvia


Es la luz que te baña
 del tacón criminal a la cabeza,
 que a mí solo me daña
 con ávida destreza
 y solo a mí me duele de una pieza.

Es la sombra que arrojas
en todas direcciones del abismo,
que tiras y no aflojas,
y siempre con el mismo
anhelo sepulcral de oscurantismo.

 Es mi rígida sombra,
 carcomida de planos luminosos,
 que solo a ti te nombra
 con ecos melodiosos
 y solo con los nombres más hermosos.

 Es la luz que se quiere
 mirar en tu espectral melancolía,
 espejo que la hiere
 de oscura simetría,
 de tanta gravedad que la desvía.

---

Lóbregos resplandores
 me anuncian el descrédito supremo,
 dignos embajadores
 de tu imperial extremo,
 heraldos de la sombra que más temo.

 Formas conquistadoras
 surgidas de la calma combatiente.
 Y tú que me devoras
 sin asomar el diente,
 mordiendo con tu ausencia solamente.

 Oh épocas audaces
 de épicos matices saturadas.
 Tiempo en pequeños haces
 de luz, horas sagradas,
 ¡a qué falsa deidad sacrificadas!

Sombra llena de luces,
 luz que mide la sombra del pasado.
 Noche que me produces,
 suave destello helado
 de un día que durmiese demasiado.

...

Son lágrimas antiguas,
 diezmadas por el Sol alabardero;
 secretos que averiguas
 teniéndolos primero,
 guardándolos con fuste verdadero.

 Son nuevas claridades,
 partículas que entienden de su oficio.
 Y tú que las evades,
 con mínimo artificio,
 y yo que de tu acción me beneficio.

 Pues reconozco el justo
proceder de tu alma, y lo valoro.
 ¡Qué suerte de buen gusto
 reconocer el oro
 entre el metal baldío y sin decoro!

Entre metales llanos,
 hallar intacto el ángulo diamante
 -la cumbre de tus manos
de carne exorbitante-,
 la magnitud homérica, gigante

...

Yo te digo que son
 palabras incendiadas en la boca,
 digo que son legión,
 digo de pura roca,
 y maldigo la parte que me toca.

 Pero tú no escatimas
 elogios al silencio de las luces,
 ni halagadoras rimas
 a las calladas cruces.
 ¡De qué feroz manera te conduces!

 Son fórmulas de lluvia
 grabadas en tremendas ecuaciones.
 Tú dices que diluvia
 y yo digo que pones
 el énfasis debido en tus razones.

Y son malas estrellas,
 falsos luceros, como estrellas pardas,
 desangeladas ellas,
 herméticas, bastardas, ...
 ¡alabarderos sin sus alabardas!

 Cuando podrían ser:
 la flor agazapada en tu cintura,
 el sueño del ayer
 -gobierno que perdura-,
 o el reflejo inmortal de tu figura.


epílogo

 Te digo lo que veo,
 tú eliges lo que es y lo que no
 lo mandas a paseo
 -qué pena, se murió-.
 Me mandas a paseo, digo yo.




naturaleza muerta                     


Se fue la luz, naturaleza muerta.                                 
Tomó ventaja el régimen oscuro,                               
que fundó una misión tras cada puerta                      
y una prisión detrás de cada muro.                            

Se fue la luz, quedó la noche abierta                          
de par en par mostrando el hueco puro,                     
el vacío global que desconcierta                                  
incluso al ojo clínico y seguro.                                       

Se fundieron los cielos como plomos                          
en una procesión de anocheceres                               
al filo vertical del mediodía.                                           

Y fuimos a parar en lo que somos:                               
yo en la sombra que soy, tú en la que eres,                
los dos en el fulgor que se perdía.    


una soledad        


Soledad se revuelve en el espejo.
Soledad es hermana de la muerte,
es la hermana menor, menos inerte,
menos llena de vida en su reflejo.

¡De cuánta soledad ya no me quejo!,
en cuánta me consumo por haberte
querido con el ánimo más fuerte
y el deseo más fuerte y más complejo.

Soledad aparece en la penumbra,
donde crece la sombra y nadie alumbra,
apagada, perpetua, indefinida.

¡Qué solo como un lobo solitario!,
y qué reflejo multitudinario
el de mi soledad llena de vida.


tiempo

                 
No hay tiempo que perder, estamos solos
frente a la inmensidad de nuestras vidas.
El tiempo es un baúl lleno de monstruos
que pugnan por salir de su guarida.

No hay tiempo que perder. Hoy es un lobo
el tiempo para el hombre que me habita,
mañana habrá menguado, será un zorro
en un corral repleto de gallinas.

No hay tiempo porque el círculo se cierra
y el último en salir paga la cuenta
con el desprendimiento de lo ausente.

El tiempo es un espejo que se hace
añicos al contacto de la carne.
La vida es un reflejo de la muerte.



miércoles, 24 de octubre de 2012

el fin de la excedencia


Kajol vuelve al trabajo       
y es aclamada.
Hay algo en su postura que exige una ligera reverencia,
algo que se derrama en su sonrisa como la cola de un vestido de novia,
algo que se desplaza a una velocidad indiscutible.

Sorprende la preciosa manera de su aliento,
un laberinto perfumado.
Hay traza, rastro, sangre que va dejando tibia en la cuneta.

Claro que sabe que su trenza es geográfica,
que la materia de los sueños crea universos de bolsillo;
claro que escucha el parloteo de su falda.

Una línea -escuálida dimensión- replegada en los ojos,
para que no se vea.

Densidad corporal, alado gesto,
Kajol sale a la calle (¿han visto a Kajol?, es la pregunta, la respuesta es no)
ganzúa en ristre.

martes, 23 de octubre de 2012

a fuerza de quererte


A fuerza de quererte me he querido
y a fuerza de olvidarme te he olvidado,
tal viene a ser el precio del olvido

y tal es el destino de lo amado
cuando comienza, ante el dolor presente,
a darse por vencido lo pasado.

Aguarda, no me quieras imprudente,
espera hasta que sangren las mañanas
heridas de silencio inmensamente.

No es tiempo de besar: faltan las ganas
de ser labio con labio un mismo aliento.
Es tiempo de un silencio de campanas.

Yo tengo la cartuja, tú el convento,
los dos sembramos flores en la tierra,
mas yo recojo flores de cemento

y a ti ninguna rosa se te cierra,
ninguna en el color te decepciona,
ninguna al ofrecerte el alma yerra.

Yo tengo en mi cartuja una casona
alzada sobre el polen de las flores,
tú tienes un convento en tu persona

donde la sangre ahoga sus temores
y la luz convalece de su eterna
enfermedad de raudos estertores.

Aguarda, que la vida se consterna
y, en su consternación, se confabula
con la mediocridad que la gobierna

y, en tanto la gobierna, la regula
con mano firme y código de acero,
discreta compasión, clemencia nula.

Espera, no me quieras insincero,
que apenas la verdad se me demuestra
me oculta su sentido verdadero

tornándose metáfora siniestra
de un cielo degradado en su esperanza
que cierne su aflicción sobre la nuestra.

Es tiempo de faltar, de hacer mudanza,
de hacer realidad la desmemoria
de aquellos breves tiempos de bonanza.

Atiende a mi postrer declinatoria
y deja que el amor en parte sea
juez del alcance de tu moratoria,

¡oh recuerdo mermado por la idea!,
sombra que disminuye y se vacía,
¡Vesubio reducido a chimenea!

Ahora, no me pidas que sonría,
no me pidas poemas ni canciones,
que tengo la garganta un poco fría

y tengo algo de hielo en los pulmones
que no le deja margen a mi boca
para plasmar sus buenas intenciones.

Espera, que la vida se revoca
a un paso de la muerte y estoy cerca
de darle, por la cuenta que me toca,

otra vuelta, la última, de tuerca
a esta existencia mía tan extraña
que no se desanima -vida terca-

aunque se extinga el fuego de la entraña
y se apague en los ojos y en los labios.
No es el tiempo, es la vida la que engaña,

la que ofende y se agota en desagravios
que el tiempo va anotando en su libreta
con el esmero propio de los sabios

y el extremado acento del poeta.
El tiempo, ciertamente, nos abarca,
la vida solamente nos aprieta.

A la huesuda mano de la Parca
y a su guadaña de acerado filo
me opongo con el Arte de Petrarca

y con la incertidumbre de mi estilo,
que no por desdeñar su frío corte
ha de quedar mi espíritu intranquilo.

Aguarda a que mi verso pierda el norte
y gane en contundencia luminosa,
no le exijas que sirva de soporte

a la sorda estructura de la prosa,
estudia su cadencia decisiva
y su temperatura minuciosa.

¿Por qué, como me ha sido toda suerte,
no me ha de ser la oscuridad esquiva,
si en mí la llama eterna de la muerte,
a fuerza de quererte, sigue viva?

sábado, 20 de octubre de 2012

como las olas


Con cuánta soledad me desayuno
y con cuánta paciencia ceno a solas.
O todos los pecados, o ninguno;

las personas, que son como las olas,
olas que rompen corazones fríos,
niños que van rompiendo las farolas.

Las personas, que son como los ríos,
que, después de pasar, ya son distintas,
y parecen espíritus vacíos

y son como metáforas sucintas.
Qué extremidad del verbo me abandona
que siempre debo andar con medias tintas

y ya creo que soy media persona,
la imposible mitad de una palabra
que solamente a medias me perdona

y solo es la mitad de abracadabra.
Qué levedad del verbo me conmueve
que no hay rosa en mis versos que se abra.

ni cielo que al espacio no se eleve.
Con cuánta lejanía estoy en tratos
que a donde voy no tengo quien me lleve

y hasta dormido rompo los zapatos.
Silencio para mí, para mi ausencia,
música de salón, grandes relatos

y una voz que me ponga en evidencia,
una voz que me saque los colores,
para dar el discurso de la esencia

en el mudo lenguaje de las flores,
una voz instalada en el olvido
para no recordar tiempos mejores.

Las palabras, que no son más que ruido,
estrépito y fulgor, que no son nada
y son como los trenes que han salido
y como los que anuncian su llegada.

sábado, 13 de octubre de 2012

crisol de vecindades


Obreros fachas fraguan un crisol de vecindades;
ejecutan misas, asisten a funerales rancios y se invitan a bodas católicas,
levitan sobre el eje más espeso, del cirio a la corbata de franela:
protegen el macizo de la raza.

Es su cultura -a dios rogando-, la cultura del jefe,
la monarquía absoluta en un solo país de cincuenta metros cuadrados,
el cerebro tontiastuto que fantasea revelaciones incoherentes,
el catecismo del fascio o la buena dictadura del proletariado contrito.

            Ellas entienden el trabajo, sucumben al abyecto,
            anulan las promesas que pudo la esperanza.
            Un frenesí de pequeños bonapartes rodea el anillo de sus caravanas;
            ya no saben luchar
            (el resto es un inmenso cuadrilátero,
            contra las cuerdas, o midiendo la lona con sus besos,
            entablan una conversación infinita,
            inscriben su nebulosa huella en el vacío).
           
            Ellos eructan y regurgitan frases tomadas de la televisión,
            ventosean con deleite sus discutidas herencias,
            mordisquean el coche como si fuese una moneda, lo bruñen como académicos,
            se las ingenian para no tener ni puta idea.

Obreros fuertes que podrían forjar un pensamiento,
que podrían ser ciencia y no teúrgia,
y no precariedad y no cemento y masa,
no el aparente mármol, sino la fresca roca que bendice los campos,
que podrían marchar en leve formación de libertades,
con ilustradas risas en los rostros tostados por el sol,
en lugar de arrastrarse por áreas de catastro
para luego pisar a fondo el acelerador en la autopista.

Patrióticas, legítimas familias exportadoras por los siglos de la santa camorra,
depositarias de la honra de los siervos,
inclinadas al orgullo mal pensado, listas para el combate.
¡Ah!, propietarios de espigas y azulejos que se creen al frente de sus inquietudes
y ni siquiera conocen el peso del dinero,
incrédulos que fingen una seguridad y sólo confían en el feliz olor de la costilla,
guiñoles anticomunistas aleccionados por charlatanes sin escrúpulos.

Ellos y ellas, con sus opiniones respetables
(también acerca de la fusión nuclear),
son, por descontado, cojonudos:
se lo pasan bomba, sufren a espuertas,
se ven reflejados en los edificantes seriales televisivos
y admiran a los monstruos que enaltecen el casting,
son valientes para ejercer su cobardía ante los príncipes,
obsequiosos con quien les muestra su puño de acero...
(hombres militarizados que apelan a la violencia,
mujeres iracundas que prescinden del arte).
...

El empresario arenga a la asamblea: ¡es la economía, estúpidos!,
y una marea de recursos humanos levanta los puños para desconvocar la huelga,
sindicato vertical que florece en temporadas de angustia.

Por supuesto, la economía crece para abajo
-una patata caliente en las entrañas de la tierra-,
se sumerge en la fungosidad del contrato verbal
que preludia jornadas extenuantes y oportunas moderaciones salariales,
se consume deprisa ralentizando el mercadeo de los pobres,
les ajusta las cuentas, los cinturones, escrupulosamente,
pero no siempre interviene en sus conciencias.

¿lo sabes?


No sabes nada del amor, ¿lo sabes?
No sabes que el amor es ver el cielo,
mirar al cielo y ver pasar las aves
que van besando el aire con su vuelo.

No sabes nada del amor, lo graves
que son sus compromisos con el hielo,
y vas al mar y ves quietas mis naves
varadas como postes en el suelo.

Tú crees que el amor es una sombra
y yo digo que el cielo que te nombra
es el que surca mi paloma airada,

la que no sabe cuánto amor confiesa
cuando vuela tan alto que no besa
el aire sino el sol de tu mirada.




Frank Ocean, 'Pink Matter', feat. André 3000




Yo no sé nada del amor ni entiendo
esta manera de sentirme ausente,
de estar perdido y de no estar ni siendo
ni dejando de ser completamente.

Yo no sé nada del amor. Me tiendo
al sol de tu mirada indiferente
y el sol me quema, pero no me enciendo
porque me quema sin estar presente.

Yo creo que tu amor es un tesoro
y que tus ojos son minas de oro
donde los míos entran en barrena.

Donde mi corazón busca trabajo
aunque sea en cadena y a destajo
y aunque sea a destajo y en cadena.

miércoles, 3 de octubre de 2012

asma


escucho a Nas y veo
las fotos de Janina en el facebook
es mi hoja de ruta
al corazón de una tarde de otoño
               
ah
se sienten los signos
el signo de los tiempos es un cardenal
sin púrpura
ni clase

a ratos
leo una biografía de Engels
-cuando el poético es Marx-
extasiado con la ruina de Manchester

escucho a Nas y ya no fumo
luego miro True Blood y no me fumo nada
-inesperado logro-

estas tardes de otoño ya no son lo que eran
los que no nos representan
ya no son de los nuestros
Janina no me sabe ni que existo
y hasta Nas suena con una sobredosis de algodón




indian killer


Se anuncia la construcción de un rascacielos
y los pequeños Sioux estimulan su magia-hierba-esroja,
se cuelgan del andamio, funambulistas expertos,
con el pelo tan negro como una cucharada de vacío
y ríen a pesar de su misterio, ebrios de rebeldía.

Un sky-line se acerca por el norte tragándose los recios campanarios,
engullendo basílicas enteras, invocando a la lluvia
y maldiciendo a un dios que balbucea párrafos de Whitman
-otros muertos se remueven en sus féretros, transformados en hordas de gusanos-.

            La vida pega un salto, se-e-le-va, evoluciona un gramo de cerebro,
            un color espacial.

El arquitecto mide uno noventa
y se lo pasa en grande con sus noventa kilos instaurados
mientras los hechiceros promueven su estructura:
se bebe una cerveza y vierte algo de espuma sobre el plano,
en concreto, sobre la palabra Cementerio.

En el Powwow nocturno,
los ancianos cuentan la historia del último rascacielos de Seattle,
la génesis del Indian Killer*, y los niños azules se estremecen
disimulando su ancestral equilibrio, su dominio del vértigo.

            Erupciona la tierra, la torre dispara su violento ascenso.

El arquitecto blande su escalímetro triangular
-sublime director de una orquesta imaginaria-
y esboza una sonrisa con su pudiente dentadura pública
(se fuma un cigarrillo y deja caer un poco de ceniza sobre el plano,
esta vez sobre un bosque exuberante;
y sonríe).


* "Indian Killer" es el título de una novela de Sherman Alexie.

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