Ah, craso escenario, grueso hacia la bóveda, corintio y escorial,
espeso brebaje. El arte se defiende de las especulaciones, bordea su
propio seminario, acude a la representación
de su inocencia con un bazuca bajo el brazo, un incendio preso entre
los labios. El caso es distraerse,
llevarse la secuencia.
Furia. La policía consume el excedente. Solo incauta a los incautos. La
poesía
contraria fuma por los codos, es un manantial de humo, el aquelarre. El
poeta ha saltado del árbol
para ver ángeles, pero no ha visto ninguno, compañeros. Cuervos, hay,
derivan versos que cazan al vuelo, los cuelgan y los verifican; su
análisis: este poema es corto,
falso, duele como un clavo en la suela del zapato, algo que te baja el
ácido de golpe (y al cabo de los años
se recuerda como si fuese, pica en la boca, se retuerce en la manera de
salivar, en el puro
estanque de las metáforas, el riachuelo de la vida).
La vida estriba, está viva, duele como un clavo en la cabeza, un
septiembre
negro, la rúbrica del juez. Acaso Jordan no tenga miedo a las tablas,
a las plantas ni a la sed. Su poema se retuerce bajo la bota oscura de
Gabriel, ¡no!, es la bota oscura de otro cuerpo
vestido para morir. El poema duerme arrullado por el eco de la
industria,
abulta como una pantomima innecesaria, la joroba probable del
matemático, ese que pierde al ajedrez.
Tanta gramática sobra: es un accidente; esta gramática carga entre
paréntesis
con un gramo de soul para el pecado. Andarse por las ramas avanza una
caída a ciegas; ¡vayamos al museo
de los diez centavos!, veamos al artista romperse los molares
inferiores con un martillo neumático en miniatura, ¡qué perfomance culinaria!
Para la gente.
La gente está en el mapa, diseminada (ahí) sobre las calles corrientes,
los callejones
lobunos, de cara a la pared. Manejar el espectáculo y volverse
loco por una sombra dibujada en la nieve, algo que pisotear.
En el proceso, los poetas han apedreado al pobre hombre por existir en
su lengua nativa,
casi lo atropellan y lo sacan a empellones por la verja. La xenofobia
es un poema que ha escrito mamá
con sus propias frases y sus coces. Como la luz proviene del parque –en
su acepción
vulgar– ha conservado intactos algunos huesecillos curvos de la nariz
y que rimaban entre sí en desorden. La sangre es el ingrediente para la
rubedo,
digamos que subyace a la desintegración de algunas almas torpes.
Hoy milagro no habrá, nada de esperanza; antes al menos daban partidos
de fútbol por televisión
(según varias escrituras lacradas con jarabe social). Jordan rapea un
subtema con toda su nación encima,
toda su ración del hop, su recelo. A belleza no le ganan las estatuas
del puente,
los cisnes de la noche ni las líneas adultas de la profecía. Su pelo
exige una reparación, invita a la fortuna,
pero siempre es un beso lo que recibe del aire. Demasiado esquemático para
convencer al mundo de su encanto.