Inmóvil
sobre una nube recién
pintada. Destiny® es su instructora. This is the Squad.
Sin destino, la gente y
sus contubernios. El poema
retiene líquidos, tiene
los bulbos hinchados, los ganglios
inflamados, consta de
dos tubérculos y varios recipientes, estrofas duras como pan de ayer.
Suena la batería, pero no
lo es, es una cacerolada en su apogeo;
en el Parque se escucha
un eco sideral, un ligero estorbo bullicioso, por la Avenida los autos
ronronean y asustan a
los niños. Hay un Ángel nuevo en la ciudad, pero ya no hay ciudad, ni clima,
ni ambiente que allanar,
ni pastillas para la tos ni contrato en prácticas,
ni siquiera hay un
abecedario real.
Lo dice el libro; la
protesta
comenzó como una
protesta y siguió como un solo de batería del demonio. Se desplegaron
las banderas, las
pancartas, se desplegó un arco iris y una especie de bandera
negra, hubo tormentas y
reacciones alérgicas, hubo poemas escritos por Emily Dickinson
y poemas escritos por sí
mismos en el barro, nombres
rehogados en agua
bendita, pronombres estelares.
Daniela se queda quieta
y no hay manera. Mueve un poco el gesto que renace. Renace
como una muñequita de
porcelana repintada con cariño; te mira y no sonríe,
mira de reojo con la
sonrisa para adentro, de vuelta a casa (se ve que está aprendiendo a volar).
Dice que viene
de un país de ciegos y
cuando la miras de nuevo ha cambiado de vestido, de postura, de luz.
Suena un verso tan
pequeño que inspira
confianza, tremendas
soluciones. Ahora ella es la reina pero nadie lo entiende:
cabe en el paraíso, y es
bastante. Tiene un corazón que no late y un ojo clínico para la revolución.