miércoles, 30 de junio de 2021

al alcance de tu mano

 

Por tu desaliento una huella del alma, una conjetura,
un roto en la cadena del silencio, el sarcasmo que precede a cada lágrima; este
mundo ha nacido para el llanto, pero no lo comprende, esta naturaleza
deriva de un sueño incontable, da vueltas en la cama, humedece la almohada y sorbe ruidosamente
por la nariz, todo a causa de una ligera, insostenible
discordancia.
 
Y no era por tu culpa que se arrugaba el tiempo en el descanso; quedamente
registrabas el aire en tu cuaderno de espuma, en tu libro
de estrellas anotabas la sombra del pasado.
 
¿Qué deseaba de ti el universo? En el espacio
aún persiste el rastro hermoso de la perfecta distancia, de tu maravillosa
falta de tacto. Sigues entera entre los besos de la noche, plantada en el cetro de la Historia, en el centro
del vértigo, amordazada en una soledad condescendiente.
 
En tu celda, el futuro describe una parábola, la gente atisba por la mirilla su desconcierto
y la probable autoría de tu cuerpo, tus pendientes
oscilan como soles medianos, tu mano desdibuja
el retroceso feliz de la luz que agoniza.
 
Por una mirada tuya, por un verso encadenado al sacrificio de tu boca, un desierto
diferente al de la arena mansa de tus ojos, del aclarado
fondo de tu espíritu.
 
Cae de tu frente el río de la vida, nace de tu cabello
emocionante, da vueltas a las nubes, completa su órbita y regresa
fértil como una canción escandalosa, como una liberación. ¿Por qué ha llegado tan lejos tu renacimiento?
¿Dónde se ha detenido tu sangre? ¿Qué letra del espejo
contiene tu esperanza?



domingo, 27 de junio de 2021

decrecimiento

 

¡Dime una adivinanza! Soñar la vida del revés ―la muerte es el comienzo― y descender
hacia el pasado con uñas y dientes, desentrañar
años de miseria y decepción, mesas puestas,
paseos sin límite.
 
Nuestro poema se escabulle como un roedor (qué desafortunada imagen), preso
en una imagen repugnante y osada, como si anduviese
constipado, conspirado, atiplado y como inerme. Las palabras, sin ángel,
brotan desangeladas, nada voladoras, nacen a ras de suelo ―si no muertas―, organizan
tómbolas benéficas y pierden al rojo todo lo que importa.
 
Karsh Kale suena entre una marabunta de especias y voces surgidas de la divinidad,
expuestas a la corrección y el despropósito (tal vez). Desde que los ángeles nos han abandonado. Hay
un terso resplandor pero a lo lejos, existe una tierra
incógnita pero es la de siempre.
 
Destiny® ha prometido un símbolo irreverente, una bandera egoísta que sirva
para el luto y el significado, que atraviese el verso y lo desangre. Aquí la música crece como la mala
hierba, una montaña de grava fácil de escalar, pero tan árida,
tan irresistible.
 
Gateamos por las estanterías, escarabajos que somos, por culpa
de alguna palabra impronunciable, en busca de algún extracto extrañamente antipoético;
besamos el suelo infame que ha (des)hollado el Arte con sus zapatones de payaso, sus botas altas de general
fascista. Adivinamos el nombre de la rosa entre metales y
púrpura, grabado en el árbol que se han llevado las nubes; ah, este recuerdo
todavía impensable, aire entre las manos, metáfora del fuego que algún día
habrá de contemplarnos.



viernes, 25 de junio de 2021

la lejanía del mundo

 

Qué ajeno extrañamiento. Concertamos objetos positivos, definiciones
inexactas de la permanencia, un cierto
universo inquietante plagado de indagaciones sobre la materia, cortado por el patrón de la sequedad
burbujeante de los átomos. Así en todas direcciones.
 
Hacia el pasado, Emily ordena sus lápices por tamaño
y color. Estira el papel arrugado sin romperlo, reutiliza y recicla los almanaques, las cartas,
filtra la luz que entra por el ventanal y la almacena en el fondo de su corazón
amurallado.
 
Hacia el futuro, Laura se concentra en el esfuerzo
físico y la naturaleza del empeño ―siempre oteando una altura deslumbrante.
 
Sin embargo el poema es ahora, es un programa de televisión
en directo, la palabra malsonante que repugna al oído, promesa de redención
formulada sin aliento. Cae de la pura monotonía de ser, del mismo
regocijo de su actualidad.
 
Tan lejos como se pueda estar en habitaciones contiguas en una ciudad
cualquiera, en el hotel, el barrio, a diez minutos a pie de la casa de alguien, a una hora en autobús; podemos
mover el mundo sin conectarnos al tiempo,
viajar hasta Andrómeda y volver en un instante real.
 
La distancia es un espacio vacío, un tracto imaginario, una resolución. No existe sino la brecha
entre formas de vida ―mente y alma― o entre latidos
que se reconocen.



jueves, 24 de junio de 2021

cartografía de la soledad

 

Tenemos el espacio justo, nuestro
espacio exiguo en teórica expansión. Ocupamos una celda del panal, un reducto, es nuestra
aristocracia del palacio eterno.
 
La casa se muestra preocupada, está que echa humo, topa con el invierno;
muros de carga y vigas maestras se contienen, ordenan
pedidos telefónicos para la cena. La casa es
un código postal terminado en 02, una escenografía constructiva.
 
En otra región del espacio-tiempo estallan
burbujas industriales, hay una cadena de producción de infinitos que escupe big-bangs extemporáneos,
llena el vacío de posibilidades y estribaciones, mentes
inéditas tan fluctuantes como olas del Pacífico Central.
 
El poema y su intangibilidad, su cualidad: intacto. Sigue
intacto e independiente, nacionalizado, es una fracción del poderío de todos los héroes
de la historia, una mezcla de la belleza de fuentes y nenúfares, jardines
atestados de semejanzas (la síntesis
habitual).
 
En nuestro palacio el mundo se retuerce
comprimido entre cuatro paredes pintadas de silencio. Llevamos esta
cruz de la propiedad y el desarraigo, realojados
en el Arte como míseros hijos de la diáspora, esclavos de la vida y la inocencia.
 
Hollamos esta arena caliente donde caeremos muertos, nuestra plaza reservada
para caernos muertos (donde escribir). La gente nos observa
desde todos los ángulos ―el magnetismo de las criaturas infectadas de fracaso―
en busca del secreto de la soledad.


Claude Monet 


lunes, 21 de junio de 2021

canto elemental

 

Formas acribilladas. Cuánta tensión
extraordinaria, la punta del lápiz se rompe contra el papel charol. El papel es una raíz
cuadrada no resuelta, los versos comban ligeramente el espacio entre la mente y la mano
que tiembla.
 
Formas que graban cuadrículas de silencio, trapecios de ausencia
generalizada, organigramas inútiles; hay una empresa del Arte que construye despachos ovales,
pasillos largos como tardes de trabajo, paredes con los ojos clavados en ti.
 
El poema ha sido escrito en la lengua pastosa y característica de la poesía,
arrastra su fraseo compacto y polivalente: será destituido ―recitado. Será catalogado en los húmedos
archivos del distrito junto a un meollo arqueológico de facsímiles
elementales, junto a una sinrazón de alegorías
y un falsete de arreglos curativos.
 
Al final todo subyace,
todo ha de ser excavado, todo se resume en una mañana terrible, un viaje de novios
alrededor de la manzana, una clase particular de inglés sin nada que decir.
 
Cuando sobran las palabras los ojos se clavan en el mundo
como si solo hubiera consciencia y representación, taladran el pecho de los árboles, la piel fosilizada
de la piedra, se comunican en otra lengua necesaria que transita la superficie
andrajosa del yeso, la cara incandescente del mármol
inmortal.
 
Habitarán la noche las naves espaciales
y el verso será desertizado en láminas grisáceas, la nostalgia convivirá con el pánico y el silencio
será una percusión autorizada
por el canto.



domingo, 20 de junio de 2021

emily a la hora de cerrar

 

El tiempo aprieta las manos y los huesos
ceden, una rodilla se quiebra. Sigue la rueda el mundo, la música
se reproduce, los árboles ya gatean sus instintos, las nubes friegan con gotas de lluvia, la tierra
ensucia su currículum.
 
Amanece porque así lo dicta una línea borrosa de universo, un aparatoso
recital cósmico; llegan bifurcaciones
como si no hubiera una raíz, como si el centro fuera la inclemente periferia o el tornado pacífico,
el volcán arrepentido.
 
Hace falta sangre fría, sangre anónima y consciente para escribir un verso
innecesario más (a sangre fría). Para escapar del eco, salir del intelecto de la naturaleza y vocear una renuncia,
escalar el ábside corrupto de la poesía, berrear
como un filósofo cualquiera. Silbar la marsellesa en una tienda
de ultramarinos a punto de cerrar.
 
El tiempo agota músculos y encías, fractura
columpios y tabiques, es un latifundista de primera, solo que un poco torpe. Ay, Emily, qué cruz de aniversario,
qué fábricas aguardan tu talento crecido, cuánta tinta te emborrona las sienes.
 
Nos vemos por el aire
―y en el Arte―, sobre aquella réplica corsaria del pasado, con su casa holandesa y sus vidrieras, su luminosa
frente y sus confines hechos de silencio
y alegría fingida.



viernes, 18 de junio de 2021

el ángulo ciego del océano

 

El sentimiento de una nación
de muertos; entramos en el condado y el sheriff secuestra el autobús del pánico,
nos gasea, golpea a las mujeres con barras y estrellas gigantescas, a los niños con el cable de la luz,
prende fuego al tiempo, a las banderas, a la ropa usada,
nos lleva luego a una ciudad que puede ser Bucarest debajo de la falda, que no pudo
ser París.
 
Estamos en la cárcel del condado como Sandra Bland, en aquella
penosa celda, justo bajo aquel ángulo
ciego de la cámara, justo en el momento en que las puertas se abren y la sangre inunda el paraíso.
 
Hemos tomado nota para la biografía
del odio; manos amoratadas, uñas que hacen crack, cascan y su eco
fortalece un segmento de noche cerrada. Fuera de foco, alguien cocina sopa de castañas, dramas familiares,
y su rosa se mezcla con el aroma rubio oxigenado de la herida
profunda, se entrelaza con una mano amoratada, una sombra culpable.
 
La carretera lleva al pie del rascacielos, lleva al extremo del Parque donde los patos sospechan, echan
a volar entre maldiciones: es el tira y afloja de la naturaleza. Una nube se apodera o se aproxima,
finge otra categoría ―otra barrabasada del clima―, cambia de color.
 
Nos preocupa este sentimiento elíptico, esta bola rápida de la memoria,
este bólido extraterrestre, granizo en la cresta de la mayoría, nos angustia el peso
febril del sello que nos ata. El océano
ha sido capturado en combate, intervenidos sus héroes, sus cofres y ese ritmo cardiaco de las olas,
esa fraternidad de las mareas. De nuevo derrotados, vamos de camposanto en elegía
mientras atruena la ovación de los muertos, su desconocimiento
y su piedad.



domingo, 13 de junio de 2021

inválidos terribles

 

Ahora que estamos muertos, que no
nos reconfortan las audiciones ni el caos, que andamos entregados a la selva y no
a la literatura, que tenemos los colmillos
largos como destornilladores o estalactitas o cuchillos carniceros. Ahora que vamos impedidos
solemos despedirnos de la gente con una coletilla, con un gancho. Nada nos desalienta, ni siquiera los hombres,
ni siquiera las máquinas que agradecen las palabras amables, los adorables gestos.
 
El mar se ha congelado, doña parca en palabras*. Y ella con su lupa y su resto de cordura, su demolición
interior. Pero qué terrible
es el Arte, qué inhumano y deseable y qué bonito con sus columnatas y sus bóvedas,
sus frescos tan frescos, sus exámenes de conciencia. Qué vituperable es el Arte con sus ramas y su aloe
vera, su espiritismo y su historia sagrada.
 
Y qué pocas veces se estalla en una página, qué contadas veces las páginas prefieren
rasgarse, destruirse, solicitan arder
en una pira efímera, una pirueta mental. Nosotros somos los que paseamos con un libro bajo el brazo, los que
ardemos adentro, los que derrotamos a la soledad de una cabezada, somos
los que nunca han visto el mar.
 
Ser sentimental, ser un viaducto hacia la salvación
universal, hacia el éxito; es lo correcto. Lo correcto es hacer predicciones a medio plazo. O ir a ver el Zoo
con un libro bajo el brazo para parecer interesante, o ir a ver una película
iraní, ir a la biblioteca para que te vean entrando en una biblioteca, o escuchar tanta música que te salga
por las orejas, o mejor aún memorizar canciones comerciales y luego
tararearlas en el lecho de muerte para horror de la familia.
 
Ahora que estamos vivos, nos dejamos, tenemos el aire de un actor de reparto,
el presupuesto de una película de serie B, el espejo de casa nos adula un poco ―los demás arrasan
nuestra imagen―, nos debilitan la mandíbula, que ya cuelga floja, fofa y descarnada,
esquelética y silbante. Ahora que todo ha explotado en silencio, ahora que se va cumpliendo
lo que alguien predijo hace una maliciosa eternidad.
 
 
* Tillie Olsen, 'Dime una adivinanza'.



sábado, 12 de junio de 2021

apátridas del soul

 

Escuchar a Izaro mientras cae un detalle
de lluvia ―como al bies. Tenemos el punto de la poesía justo en medio del defecto, nos arranca de la pobreza
energética, nos sienta como un reconstituyente comprado a un vendedor
ambulante con sombrero de copa.
 
Esta bebida isotónica es el amor (que pasa una vez); como si hubiera que cazarlo
al vuelo, el verso revolotea siempre y hay que interceptarlo como si fuera un misil,
algo incómodo, como a un tigre bengalí
―algo salvaje.
 
Es algo inmaculado como un escorpión. Ahora la calle
bulle de entereza y equilibrio, las aceras se mecen con suavidad dinámica, corren en dirección
contraria, parecen súbditas del tiempo y la geometría, las cuestas
avanzan o retroceden pero con solidez
elemental, con reflexivo desenfado.
 
Simétricamente. Los autos cargan el peso de la vida ―máquinas principiantes―,
llegan a sostener la columna de humo que es el mundo, el fardo que se recita
despacio, pero sobrevive.
 
La música finge un reencuentro, alguien ha escrito
muchas líneas con sentido, un libro (quizás), alguien que desconoce el fermento de la literatura
se ha inventado una forma y le pega patadas como si fuera un balón abandonado: qué automatismo,
el engranaje por antonomasia, la figura apátrida por excelencia.
 
Fingimos estas ganas de cantar, de contar hasta
diez y esperar el comienzo de la farsa. Nuestra lengua se hincha
como un globo terrestre, contiene una brizna de futuro
que nos mantiene alerta.



miércoles, 9 de junio de 2021

david

 

Ella se llamaba David. Destiny® la lleva de la mano por las aceras
de Sunset Boulevard, han caminado un kilómetro sin
tocar el suelo con los pies.
 
Morder una manzana es necesario,
emblemático, encomendarse a un espacio ejecutivo como Nueva Zelanda. Entrar en la iglesia
con una pistola de agua y un petardo diminuto, de los que no asustan a los perros, verbalizar
todo el miedo de la pasión, toda la ansiedad del encierro.
 
Las prisiones también limitan con el cielo; los presos liman
asperezas y barrotes, obedecen a la pastosa música del recuerdo. Por los pasillos del penal la gente
lee a Bunker (prohibido en la biblioteca), leen a Sarrazin, dislocados los ojos de puro dolor
se apresuran con la rareza de Brautigan, fomentan el desenlace
explícito de una distopía original.
 
Ella y Destiny® forman una pareja
incomparable de buenas personas con un nexo común, una comunicación
exitosa las une como en un catálogo de buenas prácticas
personales; a veces silencian los versos con el acento preciso, otras dan de comer a los pájaros. Son dos almas
deportivas.
 
Se dice que el mundo es una especie en peligro de extinción, una especie de abrevadero
sideral. La oscuridad ha abierto los ojos, se traga todo lo que se le acerca. Esto lo habrán visto en el cine,
se trata de una singularidad que gira como desangelada, como
extinta, como ardiendo en medio de la sonrisa de dios (la película comienza
con un paseo por Sunset Boulevard un día de verano).
 
Al final persiste una mudez estelar, un compromiso galáctico. Los ojos se te van al centro
del milagro, se intuye esa crudeza general de los acontecimientos
insolventes. En concreto: vas al supermercado y está de oferta casi todo
lo que importa, pero no compras nada y te vuelves a casa cargado de esperanza.



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