Tira la urna de la dinastía.
Crea tu propio fan art desolador.
Compra una alfombra en el bazar de
Ashgabat.
Estampa la urna de la dinastía Han,
¡esa que parece vieja! A cuentagotas. Para escribir un verso
prestigioso, vivo y trascendente,
mejor que otros. Verso patentado, pulcro y parquímetro.
El verso tiene que medir lo que digan
Nietzsche y su respiración. Si es demasiado largo, te la ganas.
La urna se rompe siempre al tercer
intento. Sus pedacitos son valiosos,
casi como lámparas mágicas: si los
frotas con ánimo, sale un arco de ceniza.
Ahora: vete comprando una máscara de
gas.
Nunca se sabe cuándo.
Los necios destruyen ruinas en nombre
de dios; sus coreografías son radicales, aldeanas
de un universo mínimo enrollado en
alguna dimensión alrededor. Devoran cultura,
tragadores de artes. Ofrecen un
espectáculo inofensivo,
si no fuera.
La mezquita y la iglesia tienen algo
en común: inacabadas. Les falta el broche
apocalíptico, sin la presencia son
meros alminares, campanarios unos enfrente de otros,
pasto de cigüeñas pixeladas.
Ya con el duro tracto invernal, cámara
y música. Es un pacto entre un hombre con las manos en los bolsos
y una estación suicida de tres meses,
un pequeño parto glacial. El hombre
que contempla un rapto de Basquiat,
escucha algún
tornado elíptico de las estrellas del
funk.
Digamos que es el arte popular y es la
música africana más sofisticada del mundo.
Cae la urna y en ese instante suceden leves
acontecimientos
a lo largo de todo el ecuador, la
geodésica exacta que incluye la trayectoria del jarrón antiguo que desaparece
de un plumazo y por su orden: hay que
fotografiar la efeméride,
hacerse con una cinta métrica del paso
(en falso).
Es un acto terrorista como todo lo
artístico, y feliz; lo feo y lo feroz del arte confraternizando como peones
gombrowianos,
esa magnificencia de la verdad no
escrita, de la belleza presentida
y nunca hallada; Courtney Love grabando
para Empire, Ai Weiwei construyendo un recuerdo, la voz de Monica
directamente al corazón desde una
arteria de la gran ciudad.
Tirar la urna, activar las esfinges
del parque,
subir en ascensor hasta la última
planta: no hay obra como el horizonte,
ni otra luz que la puerta de tu casa.