Erguido sobre un paúl de flores raras, consumada
alfombra,
su retiro de hierba adolescente, el monasterio
asciende fantasmagórico hacia la voluntad del cielo, difunde
un polen específico,
asume la responsabilidad absoluta de la creación.
En pleno vuelo, aeronave en ruinas, fingida
estrella, sujeto por cuatro sogas inmortales a la realidad,
al mundo, como un incendio, un espejismo
cierto, tronco contaminado por el gas y la ceniza. Desde
el suelo,
desde la raíz, el ritual imposible, el mito de la
religión
lanzado de cabeza sobre la clara insignia de una luna corriente,
un río hablador, Ángel
equipada con el lanzallamas de su fe.
Oh, Profeta Desalmada, libre como el futuro, como la luz
en su camino
de espinas; hay un libro raro que habla del ascenso
comedido y visible de la piedra, el vertiginoso encumbramiento
de los arcos felices, las columnas
corpulentas, las osadas paredes, y los cuadros.
RgM observa la carrera del Ángel con un escalofrío de
serenidad, se acerca a la lumbre y musita una balada fúnebre, el penúltimo
coletazo del espíritu; alguien le ha inculcado un hábito
musical que es como un látigo para fustigar la piel
salada del silencio; ahora se vuelca
por la banda azul de la galaxia, pisa el centro del campo
y burla al sol,
acota un área de castigo para el fuego.
Su poesía crece como un árbol de humo, alza su eco
emancipado y desplaza un volumen de verdad que ocluye las
ventanas del pánico.
Habla en nombre del romanticismo que florece a su altura,
obra pirámides
en el nombre del alba que aletea su tímido desliz, entre
nubes
de acero, inicia la reconstrucción de la esperanza.