martes, 31 de julio de 2018

ángeles altamente melanizados


Ángeles que se han merendado un prado de marihuana
delante de dios (alguien ha llamado a la policía: Johnny B. God). El humo parecía un fenómeno
estelar subordinado –ingeniería en formato vertical–, parecía un reclamo, trampa para jilgueros. En el poema
nadie había dicho fuego todavía, pero el aire estaba intenso.

En otro lugar del Parque –no en Highland Park–, el infinito
experimentaba una inflación considerable, doblaba su tamaño con frecuencia olímpica, era el espacio
dubitativo y pusilánime el que se agigantaba, reproducía hectáreas de hierba sagrada. Destiny no dejaba de fumar,
una columna heroica ascendía desde su pequeña sombra
alada hasta la escalera correcta, correctamente. Ella corría como alma que lleva el ______, como un helicóptero
terrestre, un tanque de espuma, nata montada derramándose con parsimonia cruel.

Esta es su Historia. De fondo la partitura de Janelle, ¡Santa Madonna!; su piel martirizada, entregada
y súbita, NO; sombreada, alanceada, blanqueada como un sepulcro blanqueado, ¡NO! Su piel privada,
creada. Reflejada en su espejo nativo. Ningún milagro en el estreno (hacia el extremo), ningún motivo dentro de lo común;
una tarde en el cine huyendo de la navidad, una tarde en la cafetería mientras. El orden
estético multiplicando su estatura como un universo expansionista, estatuas merecedoras del sentido reconocimiento público.

El Parque se ha fogueado con el estrago literario del rap, esa melancolía desatada en los sótanos,
aupada a los columpios de la desventura. Las chicas ametrallando el silencio que nace tantos metros bajo la tierra
fértil de las bellas artes, metros cúbicos de magia hiperreal, cubismo enfrascado en su milenio,
insoportable gravedad, moscas títeres como leones de la Metro.

Una pulgada, un acre… El eslogan sería: ¡mulas a ultranza! Todos con la misma cara de ley seca,
manos arremangadas hasta el codo, labios sin disciplina, ojos. Oh, la banda sonora, ¡Highly Melanated!, una policía
armónica por fin, desarreglada, la profundidad de la Avenida y sus corrientes. Este milagro que ha llegado
tarde, cuando la soledad ardía en el corazón del templo y las aves habían comenzado la instrucción
de los edificios, su elevación en la distancia.

Destiny ha cantado con la voz femenina de Janelle y los órganos del cuerpo de la noche han rociado
sangre sobre la parte agnóstica de la ciudad dormida. Algo como si diluviase un contraste de luz y promesas
reprimidas, un anquilosamiento de la proximidad; algo extraordinario ha sucedido,
pero fundido en negro como el prólogo ardiente de la nada.



domingo, 29 de julio de 2018

antes de la belleza


Cuando el silencio es un momento antes del silencio, antes de toda
posibilidad, algo antes de que los lagos, las lagunas, las montañas, los alces, las pantallas infinitas
que velan el curso de la Luna, en el instante
anterior, anteriormente, apenas con un segundo de antelación, casi al mismo tiempo, pero no, algo antes
de que el silencio fuera
eco, nombre, fuga, revelación revolución, forma en el aire, en el viento, en el cuerpo
cercado por los años y en los huesos rehechos en pedazos de lluvia, en el tambor de la conciencia.

Y la belleza, en el instante anterior a la belleza, cuando la belleza es solo
muerte.

Las palabras juran fidelidad a la palabra, prestan
juramento frente a un crucifijo amanerado, ya morado, del que brotan surtidores de sangre, pústulas y anatemas,
se postran dignamente ante la crucifixión del verbo, rehúsan el significado y permanecen
abrevando en el signo, en la tecla del teclado maternal.

Ella no ha dicho ¡silencio! para no acribillar el espacio sutil, lleno de fuerza débil y sonido,
microondas incapaces de levitar como el humo o la fantasía. Aunque no lo quisiera, la mudez de la naturaleza es natural:
el carácter natural del espantapájaros, moderno y green como una mañana de mayo,
verde como un semáforo en rojo o una dinastía samurái.

No vaya a decir fuego, nombrarlo es un peligro, un éxito, es un pecado previo a su formulación real,
previo a la realidad de su filiación inoportuna; no vaya a decir sangre, porque el fuego protege, es un invento
crucial. Cuando el fuego es algo anterior al incendio desatado
en los bosques autóctonos de Montana (cuánta brujería); cuando el aire
anda detrás del aire haciéndole la burla. Y la belleza
es solo un momento antes de la belleza, y la muerte es un momento después de aquel primer aliento,
algo antes de los libros, las estrellas, los techos bajos y las primaveras
puestas a secar en el poema.


miércoles, 25 de julio de 2018

esto hizo


Nueva para besar, nueva en el cuadro, lejana y tan profana
de los hechos, a kilómetros del arte. Detrás de las montañas, encaramada al radio de la Luna como una mariposa,
supernova de-portada, comunicando una distancia (no su nombre).

Las páginas ondean como banderas azarosas, son barcos abandonados a la zozobra y el protagonismo,
barcazas orbitales, naves nodriza en el cúmulo de Coma,
postales ajadas, desvaídas, con sellos sin valor. El libro no ha gustado: obra
de caridad. El libro ha sido un éxito editorial, mausoleo lírico, algo
fratricida, mas gratificante.

Cine y dificultades, palomitas y versos, huesos
débiles a mitad de película, posiciones ante la barra y el espejo. Al menos, el dentista
ha sido desterrado a otra dimensión plegada sobre sí misma, y su dolor intrínseco ha sido
degradado (junto a la flor más inexpresiva, la rosa mística
que dirigía las operaciones).

Ni profetas, ni órdenes monacales, sin campanas ni monasterios
curvos a punto de saltar de sus casillas. Apenas ella con su vestido blanco, ajena a la redundancia de las horas
perdidas, a la reiteración malhumorada de la luz; ella es increíble, esto hizo: bordó una estela en la noche que competía
con el entusiasmo artúrico de Rigel. Pero, en el sueño, alzó
sus manos cómplices hacia el perfecto sonido injertado en las nubes por el mar en calma.

Ah, su grecia estudiantil, su párvula
revista y su avaricia privada –¡qué modelo de comportamiento!–, la longitud exacta de la falda, la plenitud
moderna de sus rodillas rubias, el aire sano que zarandea el cuerpo. Sin casa y sin color
favorito; acorralada en una fase REM, en una piel sin forma.
El tónico glacial –el desayuno fresco–, como sin ganas ni talento que valga.



lunes, 23 de julio de 2018

última cena del renacimiento



Ha cambiado el mundo, se ha comprimido como un aparcamiento vacío; en el Parque la información
ya no acapara redes, el aire ha dejado de ser un hervidero de ondas y partículas cargadas de ingenio, todo esto
significa. Verde es el nuevo Romanticismo, hilo de la Naturaleza, la visión onomástica del espacio
constante. Renacimiento quiere decir el acabose, la constitución inarmónica de una hiperrealidad estimulante,
un lugar o época carente de músculo, huérfana de maquinaria y reparaciones. Estamos ante una pared tan alta
como la misma sombra del aquelarre moderno, de modo que no resulta extraña la proliferación de ingenuidades,
vuelta a las estrellas y su cómodo aislamiento, su alevosa nocturnidad.

Jordan ahora mira al cielo como antes se miraban los escaparates de la gran ciudad, pasa su mano por la hierba
neutra y cardinal con el mismo gesto duro de los apostadores. Tal vez se haya permitido unas vacaciones,
un mes de desencanto extraordinario para dormitar bajo la luz glorificada de las catedrales en ruinas, los edificios
pardos derruidos por el viento y los críticos espasmos de la noche.

Tiempo para reconocerse, cultivar su cuota de señalamiento, esquivar el meteoro tardío del olvido con su carga
de malas vibraciones.

Donde la música perece el humo se eleva más famélico: es el signo de la humanidad; los cubos de basura han calculado
la densidad de las sombras, las llamas brotan como ramas artificiales, estigmas de la oscuridad: vaya situación
insostenible. Pero Jordan acaudilla un abordaje de súbditos armados con arpas y cuchillos de cera, oh, lívida
facción de comandantes, todos con una estrella en el espejo. Su razón es el mérito de su belleza, tan inhóspita y feliz,
tan híbrida en su mitad deshecha de palabras, su lengua vana e inexacta.

No necesita fórmulas vitales, ni valentía, ni accesorios complejos, solo una fuente que acaricie su espalda, un beso
torpe comunicado en la virtud del sueño, pisando firme el territorio de la duda. Su ser romántico
estimula el sereno ambiente de la guerra con metafísico desdén, contempla la destrucción de las civilizaciones
con secreta amargura, mientras el amor prolifera la incurable herida del deseo, la muerte extiende sus alas
sobre el baile y la enfermedad, devota del arte, se incauta de la fuerza de los ojos y el seco ímpetu de la respiración.

Jordan detenta el monopolio del mensaje, su poema es divino, su voz es un vehículo que abarca continentes
–eco y manifiesto, espíritu y canto–, su color es el negro que habita en la ceniza, sus manos reflejan el poder, pues no existe
silencio como el suyo, ni elenco ni guardia pretoriana, ni procedimiento, ni atrezo ni paso de ballet, ni gesto de otras manos
inocentes. Ni familia con flores sentada a la mesa plegable de la reconciliación.



jueves, 19 de julio de 2018

ilegal


Pues el mal ha sido reducido a su escala fortuita. Jordan asciende en la nómina de la teocracia, su fiscalidad
anónima, su andamiaje local. Ángeles patrullan, reservan, talan la espesura, confieren el poder a los elegidos. Un Ángel
ha transcrito el poema, en realidad ha confiscado su canción de cuna a una madre sin escrúpulos, ha detenido el tiempo
en el parque infantil para que pasase el miedo con su cohorte de santos y su planta de mártires indemnes.

Las chicas huyen del museo por las anchas arterias ciudadanas, corren y cortan el aire en pantallas del último juego
natural; el humo escapa en oleadas fibrosas por la nariz de las estatuas, por el oído que ponen las ventanas, la boca
floreada de los balcones que (nunca) dieron al mar. En medio de la plaza, Destiny ejecuta un poema de precisión, un baile
apretado con la sonrisa del viento, la nomenclatura imitativa del espejo. Oh, se mira en la montaña y siente
un alma tirando hacia afuera, tirando de sí.

Árboles huecos y en cada hueco la estatura de Alicia, el agujero tentador, la broma. En cada oquedad, al alcance de la mano,
el poema, difamatorio, oscuro, sombra de lo que habrá de ser. Como un catálogo solemne, un santoral de agravios,
memoria viva de aquella música feliz, aquel verano feliz color desierto, escarlata y hojalata feliz, aquel espacio neumático
sobrio como un hombre con una botella, libre como el pronóstico del arte.

Ver el aire es su condición, su condena; solamente el aire, esa pureza, el brillo inobtenible, la seda de su nombre;
cuánta transparencia. Destiny escucha lo que ocurre al otro lado del verbo (y en la habitación enorme desgajada del libro tacha
el punto final). En el Parque la posesión de una obra completa está penada por la ley. Hay restauradores, artistas que te abordan
por la calle; en cualquier camino decrece una puesta de largo de la historia, puede desalojarte un vendaval. Episodios
que acontecen sin duda con la peor de las intenciones de la creación, con esa literalidad amorfa que despliegan los sanos
traficantes de la industria cosmológica
                                                                   (e. g., la construcción de una esfera Dyson en las catacumbas de la galaxia).

Donde hubiera un Ángel, una persona hay (sin alma) preparada para la sugestión y la doctrina. Jordan dispara
a dar a las palabras, no falla un solo tiro y el poema revienta entre suspiros y correcciones humildes, hordas de buena
factura, conexiones lívidas con otros horizontes, otros mundos detrás de la verdad, al borde de un futuro incandescente;
la guerra ha comenzado y Destiny bloquea los accesos a su corazón, un millón de sueños
aterrizan entonces dos metros bajo la tierra suelta de su gloria, sobre la hierba que protege su espantoso silencio.



lunes, 16 de julio de 2018

gestalt


En el Parque las nubes eran un toldo de napalm,
gestando. Harto que ha pasado el tiempo, ha decorado la norma de la monotonía. La norma
es la búsqueda, el apartamiento, el cuerpo ausente
de la eternidad.

En el lago de fuego la rosa decanta su hermosura, desliza un ágata
en el bolsillo del aire. Oh, allí el aire es un alma que viene, se desmorona como negativa, como
propiedad. El infierno es un teatro desplazado hacia el rojo, tiene de todo para nadie: surtidores de ácido,
sangre modificada, monstruos pensativos. El mal se supone que es un trance y suelta un poco de amor por las costuras,
sangra un poco de amor.

Hace frío en el estudio, los libros arrojan vaho, aliento
desmenuzado en granos de oro, símbolos de hielo; suena, característico, el piano del deseo
recobrado, y el sonido recorre la longitud exacta hasta acordarse.

Más que surrealismo, prestidigitación, hologramas que valen un mundo
alternativo, la edición monolítica del universo opinable; por ellos transita un flujo de rameras y predicadores,
caravanas ausentes, tan antiguas. Como el calor que muerde el talle
azul de las palmeras.

Sí. Los árboles corrigen su monumental estilo, fracturan
el eco de la rama, la suposición del espacio, ese vacío contractual y estático. Al sur se escucha el sordo
acento de la aviación que retorna, es el reflejo del sonido a la velocidad del trueno; es un dejarse
ir de todas las maneras. Alzar el vuelo ha de doler un poco,
tiene que ser como dejarse ir hasta el amor
con un diamante falso en el bolsillo.


sábado, 14 de julio de 2018

jericó


Jordan ha ganado una plaza de musa por oposición, Destiny formaba parte del Tribunal. Tenía
que producir un ictus emocional, una inspiración masiva en otro poeta del montón escogido al efecto, que debería
al punto forjar tal obra inapelable –demiurgo transitivo–, fusión sobrada de las bellas artes.

Obtuvo así el improbable bardo su codiciado oficio mensajero, su volante textual de título grotesco intraducible,
logró la bacanal perdida de las olas, la significativa explicación, el definitivo desacierto
corporativo. Ningún verso a la vista, fardo como La Caída, parto tan obtuso y romancesco como la vieja gloria de Saxberger.
El contubernio antipoético en primera persona bipolar. La ocurrencia
anecdótica elevada al rango. Una buena subordinación esquizo inducida por el consumo. Cosas
traperas, incorregibles, de donde no hay; Houston y sus problemas, la problemática de Everett tomo por tomo,
el cansancio derivado en su máximo exponente, es decir, la transición.

Ahora Jordan exhibe su insignia fracturada, poco áurea, su cachivache
oval en la solapa decana o en la carpeta del instituto al que nunca fue, en la mochila de aquel concierto prohibido
por las circunstancias. Se viste y se atraganta demasiado consciente de su nueva
responsabilidad para con la chavalería ávida y expectante, necesitada del maná simultáneo e ingrávido que proveen
los dioses a través de las cuerdas vocales del ingenio sutil que todo lo ha leído y no ha leído nada
(Keats en ciernes), que anula su cita con la posteridad al primer espaldarazo. Pero Jordan exhibe su fisonomía truncada,
su cuerda combatiente, bautizada en combate, cuerpo a tierra y hasta la raíz del sufrimiento.

Se ha escrito un disimulado acto heroico que casi podría desmitificarse. Un pequeño asesinato
dislocado como un cuello común, un hombro o un hombre sobre el que llorar o derramarse. El camposanto apesta
a lírica apostura, a confianza discursiva y talento homogeneizado. Es algo talentoso que te gentrifica de golpe y te alcanza
con parte de su energía matricial, un ente muerto y enterrado; como pulsar sin ganas el tabulador y sentir,
doméstico, el taladro malsonante de la poesía perforando el débil tímpano de los soñadores.

Artistas hubo que hicieron su labor, sus borrones en el mundo del espectáculo, transigieron con la Historia y sus esencias,
pues su poética –profetas homicidas y demás, muros de Jericó incluidos, apocalipsis incluido– tomó
partido por el aire y regresó volando hacia su propia, repleta soledad.



miércoles, 11 de julio de 2018

cien ángeles en el despacho oval


Optimista, Destiny expresa, despliega una mano tatuada, declama exageradas notas, el hechizo anular
correspondiente. Porque ella no sufre; será porque no siente
pájaros en la cabeza, mariposas en el pecho, espuelas en la carne
inexplorada.

Sufrimiento cero, nada de nada en el alma, sino la desproporción, el alegato
divino. Hay una estatua que representa como un cantante góspel, una biblioteca que representa su propia
extenuación cultural. Muros, hay; están the wall & wall street, también el muro de las concentraciones, la valla despintada
de yellow (submarine), la muralla chica de Trump con las piezas extramuros de colony.
Y está la mano de dios ardiendo en la mente proactiva, prospectiva del Ángel, el martillo de Thor ardiendo en la mano
caliente de Dest, la encantadora sonrisa de Janelle, el corazón hepático de AZ, todas aquellas
armas desperdigadas por la playa del tiempo.

Hasta Jordan ha llegado a sonreír por un instante iniciático, un momento plausible,
ha dejado de lado la modestia de su cuerpo, la inocencia sin matices que la embarga, que dibuja un reguero
de lágrimas en su aliento, un soplo decadente en su belleza
triunfal, su verdadero rostro indistinguible del fuego; visto y no visto, el relámpago ha bordado su industria vertical de miel
en rama, ha descargado a la tierra del peso eléctrico de su turbio pasado, tanta muerte y tanta creación.

Manejarían máquinas hermosas en un mundo feliz, 100 ángeles harían el trabajo. Pero en el mundo
debes trabajar a cielo abierto, transitar los rodeos orbitales censados por la Luna, derretir cucuruchos de palabras
flojas, falsos apotegmas. El sudor es la fuente
familiar de todos los pecados, de todas las sustituciones.

Destiny se ha llevado de compras a un millón de personas
muertas: han dejado secos los anaqueles del futuro. En la descripción está el poeta, ristra en mano,
algo como un látigo que restalla en la memoria y sabe a sangre porque esa es su razón. Amanece entonces
a pesar del esfuerzo de la noche y la cuenta vuelve a decaer, se ciega el péndulo, la puerta
que oscila entre el invierno y la estación central del paraíso.




sábado, 7 de julio de 2018

disney para escépticos


Mickey Mouse ha poseído a un agente comercial. En la isla de plástico del Océano
Pacífico ha sido vista una Atlántida moribunda,
una más. De buena tinta: Machu Picchu es un garabato técnico de los extraterrestres, dios padre, hijo y espíritu santo. Afirmaciones
como películas de terror, conchabeos deprimentes entre iguales. Trabajo que hacer.

La culpa la tuvo el servicio secreto, que puso micrófonos a los poetas, escuchaba a los turistas, se metía en la vida
de la gente insignificante, ordenaba seguimientos a mascotas y robots
y envenenaba naranjas con agente naranja mientras encargaba
misiones al agente 006.

             En el dichoso Parque manda ahora una policía angelical
que actúa sin placa y sin permiso, sobrevuela solares discutibles, organiza redadas en la red,
pesca en aguas contrarrevolucionarias. Destiny te esposa a una columnata clásica y luego te pregunta la lección,
del recto Partenón a la claustrofobia de Silos, pasando por los soportales de Santiago, un leve tour
egipcio, ruinas y fábricas abandonadas, todo bajo la lluvia y el colapso
inminente de la fidelidad climática anterior.

El ángel actualmente conocido como Destiny
saborea su lustrosa primavera original, atraviesa una etapa floreciente, disfruta de supremacía azarosa, afinación del estro,
vivacidad y contoneo propios. Es más: grafitea citas escolásticas con aparente desapego,
discute la potestad a las autoridades y deposita coronas en cualquier temeroso jardín.

Niños desterrados completan la imagen icónica de la continuidad, forman parte de la biopsia
social realizada al efecto. Nacimientos y funciones en un solo acto
miserable, mixtificaciones musicales, topos con el síndrome de Mr. Hyde. Una confusión extraordinaria
es necesaria para la evolución del Arte (afortunadamente aterradora). No hacen falta milagros, sino catedrales de goma,
seos de cartón piedra, decorados de saldo para la representación gratuita de la esperanza.

No hay Ángel como ella, tan espléndida entre iguales, desiguales hasta la médula rosa de su desafección glacial.
Cuántas aspiraciones arrebatan el trono desvencijado donde reclina su malherida espalda.
Animada Princesa que rompe su corazón de aguja ante un círculo de escolares hambrientos.


policía del Parque

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