En cualquier parte, en el desierto, bajo un desvarío de palmeras y
cactus, no bajo los palmerales de Venice,
sino a la sombra exigente de una cadena montañosa (que es como decir a
la sombra de la nieve). Cae una nevada
corpulenta, como de roca fina, como de (a) sangre fría. Nova allí se
siente tan pequeña: pues ha contemplado
el descenso de un ángel con el rostro de Aaliyah Dana Haughton (y era
ella que volvía de su incierto paraíso).
Nace el amor, elegido sin nombre en esa incubadora de emociones. Se
detiene el airado descalabro de la guerra,
el aire se ha parado en el aire, retrocede con fuerza, se retiene en
otros cuerpos, busca la salida más digna. El aire
chapurrea el francés de los juglares, acaricia o golpea. El sentimiento
es una flor que implora justicia
a la poesía.
Lejos de casa, el poeta enciende una grabadora de almas y registra el
asedio formal, resiste el cerco
de las palabras que vuelan en círculos alrededor del silencio. La
perfección de su caída ha sido cuestionada, el claro
sueño de su infancia triste ha conocido un despertar semejante a una
tormenta que se arrastrara por el cielo
cuando el sol arraiga y descubre su fondo nuclear y terrible. No hay
arte en el sudor, ni belleza en el próximo trabajo.
Termina de erigirse el escenario para la consternación. Ahí están esos
hombres que aman la desgracia y se mueren de pena,
hombres con dos ojos que no ven, dos manos que lloran. Tiene un sentido
cómico que no permite la risa, es simple
como la nada y su esfera hueca de reflejos, llana como la formación de
la materia. El poema ostenta esa cualidad del mérito,
es divertido hasta la náusea; conviene releerlo a la luz de un candil,
extraer de su vientre promiscuo el cabo de una soga, la cabeza del
reptil, el secreto baldío enterrado a dos metros
del recuerdo.
Nova, que no es nadie. Y está empezando a ser; que todavía no ha bajado
a la calle a entrevistarse con la noche,
ni ha testificado en los tribunales del fuego. Que no ha inspirado el
humo con fiereza. Podría decir que el amor la persigue
debatiéndose en medio de la página. Que el plomo desafía la tensión
aérea tras el acento rubio de sus piernas,
que no (se) puede respirar.
Entresacando un pensamiento puro, algo molesto, diseñado por jerarcas provincianos,
catedráticos ausentes,
paladines de la mecánica y sus extremidades, ¡héroes combinados! El
verso tiene que contener, circundar, abarcar,
como un abrazo, toda la inocencia posible; es un collage de melodía y lluvia,
un jardín donde no armarse de valor. No ama,
pero atrapa, surge del violento transcurso de la necesidad; ¡ah!, se
emboza en un cruce de caminos y dirige
su espada al corazón de una rosa invisible.