jueves, 31 de diciembre de 2020

labor de hielo

 

Y sin decir ni esta boca es mía,
muerto con siete vidas de adelanto,
eco del río que en la lejanía
fluye constante entre la sed y el llanto.
 
Mudo como una santa cofradía,
una estatua de sal, un camposanto,
ciego como la noche que desvía
hacia las sombras su estrellado manto.
 
Espíritu que va de boca en boca
mordiéndose la lengua que le toca
a dentelladas secas y feroces.
 
Callado como el beso de la tierra,
el umbral de una puerta que se cierra,
la tumba abierta de un millón de voces.
 
 
 
 
La cumbre se entrevé bajo la altura,
cerca del cielo en bruto del vacío,
el aire lentamente la tritura,
labor de hielo y siembra de rocío.
 
Cima y raíz de tanta desmesura
y, por elevación, recto desvío
hacia el cálido verso que madura
a la sombra famélica del frío.
 
Alma que ¡sabe dios lo que se inventa!,
pero sabe de dios más de la cuenta
y nunca echó la eternidad en falta.
 
Ángulo ciego que a la luz se arroja
como al viento colérico la hoja
y al silencio abismal la voz más alta.
 
 
 
FELIZ AÑO NUEVO A TODOS



lunes, 28 de diciembre de 2020

autoestima

 

Alma de ciudad, nubes pálidas de smog, humo de chimeneas
(al dente), humo de corazones preciosos. El alma de una ciudad hace daño, es propensa
a los accidentes domésticos, atropellos en el paso de cebra. Podas
salvajes, días de otoño, jardineros sin mano. Hace frío en la ciudad,
pero el asfalto exuda propiedades, trama un mundo fantástico para la ofuscación.
 
Buceamos en el cielo de la urbe, plana y poco fiable,
desintegrada; por no decir que el cuerpo es lo interesante, lo flexible, lo ritual. El cuerpo entero de la ciudad
recibe atenciones y rutinas presupuestarias, admite un incremento
constante de población.
 
¡Eh!, que el cuerpo de la ciudad obtiene su medalla y su medida,
es un museo al aire libre; miles lo transitan, lo surcan las palomas, los gorriones, los gatos
callejeros, los perros que realizan sus hazañas conspicuas, personas que divagan, paseantes sin crédito,
objetos tirados por ahí, al sol.
 
El barrio es una obra de Arte, de sus calles penden las insignias del imperio, ropa
tendida, rostros asomados a todas las ventanas posibles; ítem más, aparecen muchachas altruistas, Ángeles reincidentes,
trabajadores espabilados con sordas pretensiones. Los edificios mutan de repente de fachada
y se ventilan, requieren maquillaje, andamios (quieren) y poleas, ascensores eléctricos con motores de fin de semana,
desean color y autonomía (y autoestima).
 
Varios edificios instituyen la calle, que puede hacer alguna ese o puede
aplazar su recorrido. Y la gente existe en números reales, en códigos, respeta un orden prerromántico; en el 3º C
se está llevando a cabo un exorcismo harto silencioso; en el 8º se escribe. El silencio completo corresponde a los cuartos
sin ascensor, tan volubles. La poesía forma parte
increíblemente de la programación artística, contiene todo lo necesario para desarmar a sus oponentes,
para diseñar un espacio generoso. La ciudad a subasta, alguien ofrece un verso,
¿quién da más?



sábado, 26 de diciembre de 2020

santa clarividencia

 

Hablemos de los hombres, qué cuerpos miserables,
qué mentes atrofiadas, sus carrocerías abolladas, sus funciones corporales, soñadoras,
¡reproductoras! Su misterio.
 
Tomemos el universo general y misterioso, frente a nuestros ojos centellea una claraboya
interestelar, el telescopio de Arecibo, un cielo tenue de manera que desciende levemente sobre nuestras
cabezas. Respiramos antes de mirar al cielo, vemos lo que existe, ah, tanta clarividencia. Nos escuece,
nos faltan recursos humanos para comprender los hábitos de la naturaleza.
 
La vida es un sinsentido abierto al pensamiento,
al sentimiento; sentimos el calor como una epifanía, el frío como una eternidad. Dice Mircea: sentimos
lo que somos, estamos incluidos en el mundo.
 
Nuestra felicidad no importa, no es algo que trascienda la cultura divina, no compromete
la fuerza de los dioses. Supervivencia y éxtasis, compraventa de entradas, tardes vistas y no vistas en el centro
comercial buscando una distancia de fraternidad. Cualquiera
puede resultar agraciado con un automóvil en la rifa, cualquiera puede sufrir un contratiempo
especial, comercial, de incierto resultado.
 
Las unidades de cuidados intensivos están
llenas de almas, pero qué pocos Ángeles. Destiny –dice– se pasará esta tarde con el arpa
encendida, una sonrisa.
 
Qué formato inconsistente. Respiramos, calculamos nuestras posibilidades, engullimos todo lo posible,
humanamente. El cielo, mientras, se demacra como un rostro declinante, anclado al sufrimiento y la frenética
ilusión de las moscas, su brevedad de estilo. Hay, sin embargo, una pirámide en cada uno de nosotros
alzada con fulgor psicótico en medio de la realidad.
 
Hablamos de los hombres, convencidos de que nacerá el día en que nadie
ansíe el hielo calcinante del abatimiento, su abrazo positivo. Pues nada nos es desconocido ahora,
ni siquiera la amarga fecha de nuestra resurrección.



jueves, 24 de diciembre de 2020

en forma

 

Hasta el Ángel se vio en la tesitura. Ante la página en blanco, el lienzo
bañado de espacio, la nave colosal y por antonomasia, cierta pureza. Y todo era una broma
llena de maldad, el tiempo rezumaba su ipso facto, la luz
que resolvía la lasitud del aire era un filtro enajenado.
 
Había
poetas a mansalva,
manadas de hombres sueltos, de mujeres constantes; literatos que repetían el mantra de la industria, de la historia,
sabedores sin leyenda, personas en busca de un lema insuficiente,
estudiantes de primero de budismo
en cuclillas para la eternidad.
 
Alguien encendió los focos del estadio y el balón de fútbol
alcanzó la iluminación (después le llegó el turno al delantero centro). Eso dio para un soneto
genial, dio para una sarta felibre o un febril encadenamiento lírico, apenas para un fracaso tras otro.
 
Destiny se movía entre la Fender Stratocaster y otra clase de inspiración
más entregada a lo tangible, su música flotaba entre insensateces y botellas de plástico. En el centro
comercial alguien había entrevisto el rostro de Jesús en un rollo de papel higiénico. El recital cambiaba
de frecuencia, influía en el humor de la gente; alguien había
comprado un libro con siete profecías en la contraportada.
 
Escribir poesía es la mejor forma. Las muchachas
recrudecen su ansia, fortalecen su musculatura dramática, dudan de su recto sentido
como de su caligrafía, pero negocian tratados de modernidad bajo un cuadro de luces. El verbo maneja
toda esa artillería y establece los términos de la charada: en el fondo,
es un creyente metafísico.



lunes, 21 de diciembre de 2020

tierra de nadie

 

Enhorabuena, gente extraña sale de casa
a cada momento, gente que mira a los lados con espíritu flexible, personas
temperamentales que confían en que el cielo no se derrumbe sobre sus cabezas. Todo resulta ajeno,
visceral, el lenguaje se concatena y forma ideales
pesados, audios inseguros, es portador de malas noticias de manera uniforme y respetuosa
con su propia norma intransitiva: pura anomalía.
 
Nada que ver con los demás. El corazón palpita, eso sí,
el hígado se inflama y genera cicatrices, la próstata multiplica su tamaño,
los pulmones fabrican alquitrán. Di que sí. Se fracturan los huesos sin ningún romanticismo, salen cardenales,
alguno lleva un ojo morado, los dientes se pudren en la boca, son extraídos, aparecen
puntos negros en el rostro, granos y espinillas espeluznantes. Así es.
 
Luego, el tiempo que nos hace, que puede ser lluvioso y parisino,
o puede ser que nieve al compás de las olas,
que nos explote una ciclogénesis según las escrituras:
puede que el calor sea tan fuerte que el infierno asome su teofanía por debajo de la puerta;
ah, el viento que despeina, la lluvia que cala y calca la macabra silueta del futuro, la nieve que cultiva una parcela
en tierra de nadie.
 
Gracias a dios. Los milagros
refieren una historia corriente. A alguien le dolía la cabeza
y es que le habían dado con un ladrillo en la cabeza. Y fue sanado. Improvisaciones del lenguaje,
falsos mitos desmontados por marionetas y Ángeles sin graduado escolar.
 
Luego, la película del Arte, su definición, su defunción controlada, su demolición
a grandes rasgos, a cámara lenta. Cine mudo y sofisticado, actrices del método metidas a poetas, controladores
aéreos gestionando la enésima llegada del Mesías. Un final
feliz para el gallinero, uno inteligente para la platea. Y la clac aplaudiendo a manos
llenas. No hay espejos que valgan, ni poemas. La verdad es que nos duele todo el cuerpo, por los cuatro
costados, nos sangran los modales, nos supuran las lecturas y nos quema
la cortesía del mundo, que salimos al mundo mirando para arriba
a ver qué día hace, a ver si todavía el cielo sigue ahí.



viernes, 18 de diciembre de 2020

año de bienes

 

Pureza y poder de convocatoria, alzas la voz y se reúnen los muertos,
llegan de todos lados (hasta del tiempo) titubeantes, balbuceantes,
sonrientes. Su velocidad escuece, pica en la piel y contribuye a la paz, desde luego supone una grata lección
para las masas, también para los elementos.
 
Algo hay que escribir. Un filamento
cogido por los pelos de la literatura, hecho de antigüedad pero fechado hace
dos días, hecho de polvo pero sólido como una caravana que recorriese los atajos de Europa,
años de batalla, siglos de fracaso.
 
Nacionalizamos. Racionalicemos la tristeza, la pureza. Junto al Mediterráneo,
fábricas de melancolía, en la Costa Azul una factoría de íntima satisfacción, moderna y bien retribuida,
anclada en los felices años veinte (2020 no).
 
Europa se anda estirando hacia occidente; calculamos que dentro de un par de semanas
la península ibérica tocará con sus cabos el extremo neoyorquino, habrá millones de muertos que seguirán
caminando, que subirán por una escalera mecánica al cielo comercial de babilonia.
 
Menudo estropicio bajo tierra. Hacía mucho que no se congelaban
las ideas de esta forma. Hasta el poema se rasca sus (p)referencias culturales, los puntos y aparte le producen
sarpullidos de ignorancia crónica. Hay, incluso, un tren inolvidable que despide un sucedáneo de café,
humo y protagonismo, algo de erotismo comme il faut, lo que se dice una escabechina
para todos los públicos.
 
Cuando una frase tras otra interfieren o se enlazan, se iluminan, crean un ingenio
propicio para el baile (puntiagudo, pues). Cuando la pizarra rechina su ciencia estrafalaria, las muchachas
sortean las últimas noticias de mañana y la primavera impone su desuso…
Es que nos vamos aproximando al Arte, que sonreímos
como poetas muertos.



martes, 15 de diciembre de 2020

lo que parece

 

Reminiscencias de una guitarra flamenca a la sombra del hop. Es el pan
nuestro, la cosa nostra, nuestro pequeño negocio
afanoso de la solemnidad.
 
La crisis ecológica que viene, su monto aproximado; el dow jones se estremece,
decide apalancarse cerca del lago Tahoe, cerca (tal vez) del invierno, de Walden y su profundidad
remota, sus peces de plástico y neón.
 
Arrecian los tambores de la rebeldía, los puños apretados
se levantan, y es tan atronador el silencio. El hijo pródigo regresa con un puñado de dólares,
va derecho hacia su árbol genealógico y cuelga una soga de la rama más sórdida. La profecía
insiste, de hecho, en ese aspecto concreto de la revolución.
 
Arden los ríos, y todo es de una pesadez
artística, literalmente simbólica y real. La piscifactoría ha recibido la visita
o la invasión de una colonia de avispas, tampoco eran gorriones, eran seres higiénicos, voladores
ingenuos dotados de aquella fortaleza volcada en el vacío.
             Bajo la corriente, corretean los salmones su campo de violetas,
rocas y anzuelos dialogan con la espuma,
conspiran una temperatura ideal.
 
A cuántos grados se funde la materia de los sueños –se pregunta la noche. Estrellas hubo con problemas
formales, dudas tenebrosas, altas
condecoraciones pichadas como mariposas en un corcho gigante.
 
Los automóviles fingen compañerismo: solo es ruido; en el calendario, los días
festivos se cambian de ropa, el cine abre las puertas y empiezan a sonar teléfonos ocultos. La vida
toma un rumbo cálido, recobra el sentido y parece decir.
 



sábado, 12 de diciembre de 2020

nido

 

El silencio –dice el poeta– es lo que se escucha
cuando deja de cantar Olivia Dean. Hay, pues, un silencio de campanas. El silencio
de la gran ciudad a la hora punta. El silencio de la ciudad de Los Ángeles.
 
La soledad es lo que ocurre cuando la noche
invade los preceptos de la luz, la promiscuidad de la mañana. Existe un día de mañana incubado en cada noche,
despabilado pero inerte. A veces los tentáculos de la oscuridad
emergen ocluyendo un rato de felicidad.
 
Milagro sería. Que la fortaleza del tiempo
resistiera el empuje de los cuartos oscuros, la fuerza cegadora de un segundo
tras otro.
 
Consta en el libro un suceso pendiente de evaluar. El poeta
estudia la conveniencia del procedimiento. Romper el pacto y dejar de narrar lo impredecible;
todos se ríen, el poema abulta en el bolsillo, recorre la escena
con su rama de árbol en las manos, deshojando un tesoro. Es una máquina de fracasar, desencajada
como un rostro
desencajado.
 
Estudiamos lo que fueron los buenos tiempos del Orient Express, su marquetería y sus vagones
imperiales. Nos preocupa la decadencia, es un tema candente, la notoriedad de cada acontecimiento
nos sobrecoge. ¡Es la memoria, estúpido!
 
El Arte ha fracasado en su conato –desaforado esfuerzo– de acallar la voz que nos protege.
Olivia se transforma entonces en un nido, o es su voz. La soledad
discurre a través de una noche
fotogénica.
 
Dice el poeta: soñemos con el aire. Y su palabra es una debilidad
de la naturaleza, el punto flaco del espacio, la consumación de una teoría inacabada.



jueves, 10 de diciembre de 2020

dios, por última vez

 

Si yendo por la Avenida se te aparece el fantasma de Tamir Rice
con su pistola de juguete, no te asustes,
no dispara a matar. El caso y el caos; a través del polvo y las curvas cerradas, las rectas del midwest
y del farwest. El caso es que el polvo impide ver la extraordinaria
holgura de la realidad.
 
Espectros ebrios de ectoplasma, borrachos de gloria,
dinastías etéreas, príncipes sin principado, un cuadro tras una cuadrícula en un cuarto
estirado de palacio; hay que pasar bajo un millar de arcos triunfales, bajo un filón de nubes astilladas,
una multitud de estrellas adolescentes. Y te topas con el famoso
asesinato de Sharon Tate, con un bombardeo, observas cómo el dron de combate
afina la puntería y descerraja el poema número 16.
 
The Mandalorian te vigila desde su nave burbuja, a salvo de estipulaciones
imperiales; es la actualidad que contraataca, golpea con puño noticioso, con su célebre
martillo iconoclasta. Hay un letrero gótico cercano, básico-carpintero, que dice que no hay
farmacia, que no hay zapatería, que no existe un restaurante de comida rápida,
dice que la escuela está cerrada y que Tamir no puede matricularse más.
 
Se te aparece el fantasma de una mujer negra y es que vas a toda
velocidad por la autopista, que te persigue el coche de los cops con las nuevas sirenas
deportivas, es que has robado una parte de la miseria que te pertenece, o simplemente que te acercas al cielo,
huyes de la lejanía, que le has dado la espalda al horizonte y Sandra Bland te mira desde su atalaya
infructuosa, desde el lugar exacto donde fue visto dios por vez primera.
 
El poema se agarrota, está demasiado presente,
como si le hubieran puesto la vacuna de la gripe. Resulta que la foto fija del espacio es la siguiente:
un niño asesinado. El efecto retroactivo, el globo que se eleva, la pistola que escupe agua
potable, el tirachinas biológico. Hay un libro entero
que conduce a la misma conclusión; es un libro de historia, un libro antiguo,
de aquel tiempo en que el mundo terminaba en una carretera sin salida.




martes, 8 de diciembre de 2020

almas sin alma

 

Todo el amor de la felicidad; hay que seguirle el rastro: es imposible de seguir. A veces
suena como el tañido, el soplido, el abecedario que repiten los niños en la escuela, una canción.
 
Lo lleva el Ángel en sus manos, blando y transparente. El Ángel es todo amor, por eso de la punta de sus alas
brotan carámbanos de oscuridad, por eso sus dientes son anchos como espejos, su forma es un panal. Después
de todo, ella canta con esa alevosía de las rosas frescas (siempre se hace de noche). Su voz
disuelve la naturalidad del espacio, es un rompehielos, arpa los músculos del corazón,
sangra por los héroes del bardo.
 
Destiny® se ha pedido un helado en el alto verano neoyorquino (no se lo pudo
comer, se deslizaba dulce por la barbilla hacia el hoyuelo de su belleza innecesaria). Su voz
alzaba bloques de hormigón, vigas maestras, se alzaba como un vuelo de reconocimiento. El amor
cabe en su voz holgadamente, vibra con el espíritu de su entrega.
 
Los Ángeles se afligen, pero son de otro mundo. Nos miran, pero no nos salvan. Nos olvidan de pronto,
en seguida nos niegan: desertores del cielo, almas sin alma.
 
Jugábamos al fútbol con el Ángel, tocaba la pelota con un talón de noche,
vertía su inocencia sobre la hierba crecida, gotas de sudor
se arracimaban a su espalda, bidones de escarcha, fardos de rocío; oh, surtidores de nieve entre sus piernas.
Entonces se escuchaba una ventriloquía, un sarcasmo, eran los chicos que venían de toda la ciudad,
pálidos como estatuas, rodeados de humo y sensación.
 
Eran los buenos tiempos de la felicidad, cortos y pesados. Pasaban rápido entre dos necesidades,
entre dos resignaciones. Y lo mejor era oírla cantar.
Su canción era suficiente para hacer el amor, lo bastante dura y hermosa;
ah, sus uñas rasguñaban el diamante, sus dedos retorcían los anillos, sus pestañas
figuraban en el vademécum de los ríos más largos.
 
Algo así. Demasiado frágil para seguir leyendo. Déjenlo aquí, unas líneas más arriba: sobre el primer
verso pende la daga teatral de la conciencia, un árbol boca abajo. No lo tengan en cuenta, acaso
sean huellas en el barro, migas de pan, el rastro abarrotado del amor.


Jan De Vliegher - Glass

sábado, 5 de diciembre de 2020

3tt

 

Aire para cenar, es más que amor. La grafología
manda. La geología. Somos
logopedas clásicos, nos pirran los trabalenguas infantiles: tres tristes tigres.
 
Ah, nos deleita el Arte con minúsculas,
reseteado. Vertical, 4 letras, listo para el drama. Grandes verbos representan  
tremendas ilusiones, ideas ciclópeas: un gargantúa de las ideas como
el verbo ‘adivinar’. Se intuye una grave conmoción, el ser imaginativo se realiza (quítale una i).
 
La poesía debe ser destruida
desde dentro, dice Gombro. Y Rezzori. Y tal otro. Fulano de Tal. Grandes versos
acompañan el féretro de la creación, saltan con la música, al ritmo
ecléctico de las marimbas (echan humo). Esta vez
Olivia Dean ha hecho mutis por el foro.
 
             No dice nada que no sepas. No dice nada. Solo
que no. Y ya es bastante. Entrecortado. El misterio se desvela con un redoble
autista de tambores vehiculares (qué término tan posesivo); en el cerebro, mejor dicho, en la mente,
hay palabras que giran como planetas
infieles a sus reglas de comportamiento, astros sin fisonomía,
sin prole para la física.
 
En la mente, las palabras forman imágenes que colisionan entre sí,
colapsan en malos pensamientos. Las escenas funcionan a fuerza de economía
expresiva, el cine mudo es la culminación de una manera de desprotagonizarse; miramos documentales
como documentalistas, intuimos la conmoción
cerebral provocada por las provocaciones.
 
Andamos por un trigal; suceden milagros
alrededor de la nada, los árboles se estiran, ellos mismos se construyen la casita del árbol.
Los pájaros fomentan el absentismo natural: volar es el seudónimo de la poesía.


jueves, 3 de diciembre de 2020

quitamanchas

 

Caballo blanco Cb1-c3: depredador.
Sobre todas las cosas: depredador.
Sentado en el porche una tarde de domingo.
 
El Ángel se inmiscuye y nos protege, se entromete (entre líneas);
su voz es el placebo que habrá de consolarnos, su voz es el espacio cambiando de parecer. Bajo el firmamento,
manadas de animales maltrechos como púrpuras, perseguidos por vehículos,
seminaristas calvos con ojeras (también).
 
La asociación verbal, su ciclotimia (tan impersonal y austera). Es un austericidio
gramatical que ejerce su función sobre todas las cosas.
 
Al máximo la crítica apostada como quebrantahuesos, lobos
hambrientos, vampiros descorchados una mañana de mayo, zombis de blackfriday. Crítica
in vigilando: depredador. El crítico se relame, pisa el poema como si fueran uvas,
como haciendo el vino de la primera comunión, con los pies descalzos malolientes de haber leído,
con los ojos sucios de tanto borrón y cuenta nueva.
 
Poetas no verbales, a la contra como colchoneros;
signos vulnerables, admiraciones en voz baja, interrogantes sabihondos. Preguntas
a la gente y ya no te devuelven el saludo, algunos que devuelven el desayuno de ayer, la comida
que está en el frigorífico.
 
Sushi y macarrones para microondas, un filete
sangrando recomendaciones, padrinos y virreyes. Te miras al espejo y te saluda chusvisor: depredador.
 
El poste de la luz es lo que pervive, no porque
actúe o finja ser aparato transmisor de una bocanada de energía artística
–fontanería o ambas–, sino porque a través de las ventanillas del tren en marcha es lo único
que se relaciona de igual a igual con la realidad, de tú a su.
 
Obramos el poema, pero no nos conmueve, sabemos el final
pero nos cansa, y este aburrimiento nos cautiva. Dice el Ángel que si tenemos algo
para las manchas de sangre.


martes, 1 de diciembre de 2020

terror a domicilio

 

El tiempo pasa, es una transición
incómoda; pasa como un río de barras asesinas, caracoleando entre las paredes del canal,
por los ojos metálicos del puente, una nueva corriente de pensamiento
lógico (la filosofía del acordeón).
 
Es una transición que se acomoda, se detiene en una intersección del infinito; por delante
solo hay humo, solo karma, únicamente un punto de fuga y todo el tiempo del mundo. El futuro
desprende ambigüedad, modas que han dejado su impronta
irreflexiva, modos de asegurarse el desayuno, de conseguir fuego para el joint,
calor de hogar.
 
Ni siquiera el poema pretende anticipar un desenlace, su desarrollo es una incógnita verbal,
se verbaliza a todas horas: a través de las campanas (en caída libre), a través del soleado
coro de las aves, el martilleo voraz del agua liberada.
 
Esperar un cambio de aguja, un cambio
climático, el cambio del billete de 20€, la modificación número uno del proyecto vital: el cambiazo.
Es justo, pero nada evoluciona: algo trata de huir
de la realidad, recobra su estado natural y luego se desliza por un falso periodo de esplendor.
 
A veces, un pequeño milagro, un suceso sin coordenadas. Tópicos misteriosos
acelerando por la autopista de la exageración, dobleces
expresadas por segunda vez, tercetos hechos trizas,
cuartos sin ascensor.
 
El tiempo entra en la habitación del pánico y tira la casa por la ventana;
el tiempo termina de comer y vuelve a tener hambre, rebaña las sobras y padece la anorexia de los multimillonarios.
Lenguas de sal candente arrasan la ciudad, se bifurcan
como dioses averiados, bultos en la trama morosa del espacio; las catástrofes
nunca se hacen de rogar. Los milagros existen,
pero ocultan desiertos de ternura.


viernes, 27 de noviembre de 2020

vida antigua

 

Destiny®. La gente se ríe. Dicen: a lo mejor no existe.
Vuela, sin embargo, sobre el tiempo, viene de donde no (se) puede ser, su palabra es la época.
Actualidad. Y sin embargo ella nos dice que desterremos el día, la salida del sol es un procedimiento
ordinario, las consecuencias, los sucesos
son inabarcables.
 
El pasado es una antorcha. Por aquí la palabra es el negativo del periódico de la mañana, o el periódico
de mañana (sin el número premiado de la lotería). Tan previsible. Las horas
galopan como hordas transiberianas, purasangres (podría ser), levantan un polvo de siglos,
hacen senda, sendos artefactos como líneas de Nazca o círculos de los sembrados:
la verdad está ahí fuera, dentro de una burbuja deportiva.
 
La actualidad es la voz de Olivia Dean entonando ‘The Hardest Part’, un poema
de Hernández, una recomendación publicitaria. Hemos ganado las elecciones. Hemos perdido la cabeza.
Destiny® tiene miedo de ser demasiado perfecta, le asustan la verdad y sus insinuaciones, se mira en el espejo
y sus ojos bailotean inmersos en la tibia atmósfera de los objetos y sus contornos, tanta
belleza muerta.
 
Todo se resume en un verso despreciable. No es el verso de un niño
prodigio. Ni el de un sabio. Hay un vertido, sin embargo, de basura y residuos (una vez al año se abonan
tasas de recogida y tratamiento), una vomitona de pequeños extractos ontológicos,
es decir, seguramente alguien discute una aproximación al significado.
 
A lo mejor el mundo no existe y estamos en el aire como en televisión,
despresurizados, olvidados de las fuerzas enigmáticas, parias antinaturales. El Ángel
nos vapulea desde su posición factual: Destiny® de puntillas atisbando un resquicio de la nada,
pastoreando ríos de materia oscura, invadiendo
conciencias, todo ese electrochoque fabuloso. Y toda esa firmeza
de la vida, ese dolor del yo que no se arruga, esa pena imprecisa
que sucede.


miércoles, 25 de noviembre de 2020

alígero

 

Se superponen aquellas primeras sobredosis que apuntalaron el paisaje de la modernidad,
fosilizadas y todo, saltan a la vista,
intervienen en la gresca, despeinadas y todo, sacan un chorro de voz desde el ojo del puente,
suben al cielo como pajarillos grotescos.
 
Ah, la poesía es terca como un bisonte,
anda desaparecida también; se comenta que existen
diversos modos de contribuir a la mayoría de edad de la poesía, su inmadurez
reglamentaria; su 1ª virtud es la modestia, la segunda, el waltwithmaneo, esa capacidad sobrehumana
de estar en misa y repicando, y subir a grandes zancadas la podrida
escalera de la juventud.
 
Para nosotros, la levedad impone. Sus normas de comportamiento. Nos comportamos,
pues, como bisontes de estampida, monjes tibetanos en su monasterio,
especie de siluros, qualcosa. Nos comportamos como estereotipos sinuosos, nuestra obra se corrompe a pasos
agigantados, somos los gigantes de la corrupción, debilitamos
el mensaje mediante una sobredosis de mediocridad,
una ligereza inventada.
 
Nos inventamos Ángeles como personas físicas que pagan sus impuestos
y llevan a sus hijos al colegio. Nosotros, que paseamos por ahí como personas sin hijos, jorobados,
con esa joroba esencial, sin descendientes, dependientes de una sombra, una sonrisa
efímera, qué tortuoso simulacro.
 
Oh, empatizamos, procrastinamos con nuestra empatía, somos
dignos esclavos del silencio. Y nuestro verso se mueve en esa franja monótona del silencio
excesivo, exclusiva del trámite y la vocalización forzosa de las necesidades. Nuestro verbo quintacolumnista,
espontáneo como una salvajada, con su belleza mutilada y su preferencia por. La soledad
se reinventa, pasa una vez sola y otra acompañada, se superpone
y crea una suerte de movimiento en los labios, la súbita
apariencia, el eco inolvidable de otra voz.


persona física que paga sus impuestos

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