Oh, más
y más Ángeles se agolpan en la
indiferencia, altas fronteras,
banderas
hundidas en el viento, huérfanas de azul. Almas que recelan, se confabulan,
arden
como pianos virtuosos, notas alegres. Su voz salva el compás, urge la
restauración del vértigo, nutre la saga
de los
desposeídos. Qué nubosa la vida de los Ángeles, su biografía animal autorizada,
borrada por el mar y la memoria.
Vienen quemando lápidas de sal,
tonificándose. Su muerte es una bárbara ilusión desde el comienzo. Tienen que
ser,
son
árboles que infunden, hierba enamorada del aire, luz. Su luz es una magnífica
ocasión para inundar los páramos de luna,
destilar
un mar de lágrimas, turbias gotas de sol.
(Ellas) van sucias por la calle
como seres de otro mundo, seres escuálidos, inversos, e inversamente
lógicos.
Guardan sus códigos, visten como seres de otro mundo, con levitas
perdidas,
colores rojos, colores de un solo color. Arden como pianos virtuosos, arpas de
un solo color, hierba enamorada.
Siguen
la línea recta de la soledad pero cometen los milagros del libro, sus crímenes
de altura, sicarios bendecidos.
Hoy quedan
mil Ángeles en la retaguardia, todos armados de fuego y carestía; ah, relucen
sus armaduras de oro,
su
panoplia de lujo y desaliño, con ese brillo del agua que se asemeja al cielo,
ese espejo nocturno que no se deja asir. Leves
en la
rutina del arte, tan poéticos como una magdalena. Notadlos en el círculo,
apurando el espacio, escaladores,
estribando
en su propia negación, un suburbio en la capa de la magia.
(Now) ella guarda la llave, y la
sombra. Alza una sombra con su nombre, lleva un nombre de estrella, largo y
suntuoso. Su nombre
es.
Hueco sonido, íntima envoltura; la palabra se vacía de sonido, se tiende sobre
el manto de la noche, glorificada y triste.
Su
verbo es anterior al verbo, anterior al verso, simplemente domina el horizonte,
se trata de una víctima, un proceso
estético
sentado en su principio y su destino, tantos años de locura, de lujuria y
formidables distancias, años como fábulas
arcanas,
islas lejanas probadas en su estilo, toros de sangre en la garganta, echando
sangre por la boca. Todo eso.
Ambas,
la cantante británica y la virgen estadounidense; luego, el poeta, ese artículo
vegetal. Cruzan por el camino de la iglesia
rimando
sus beatificaciones, sus comparaciones. Se comparan con la misma violencia, la
única razón, falsos soldados,
formas
que evolucionan y se arrastran, se comunican y mueren. Ha muerto un poeta y los
Ángeles actúan,
brincan
y brindan un espectáculo abierto, algo sobredimensionado, versionan la misión
del cuervo,
el trance
intacto del azor que libra su escaramuza aérea.
Pues el
vuelo es su estela, su elocuencia y su estigma. Pueden ver. Ella puede ver la
piel de las montañas,
los
ojos vueltos de la poesía, el mal carácter de la lluvia. Hace así y pulsa la
tormenta; el puro tiempo se postra
ante su hazaña, va a rezar a su templo y allí se desmorona. Su pureza yace como el
manantial, une como la fuente,
dobla
la mano de dios. Compiten las estrellas por el rayo de su tímida aurora, su
mirada completa hacia
el
abismo, su indagación experta en la materia del sueño. Tiene la forma del Sol,
tiene otra forma,
¡es
forma! porque vive y rima y sueña y se despide con un beso que no es un beso de
amor,
pero
siempre es el beso que le cuesta la vida.