Ella conoce todas las palabras,
todas las respuestas,
todos los silencios. Por eso
renuncia, arrasa las cortinas del aire y vuela
y se desvanece.
Es el pájaro carpintero que canta y se demora, hace un
alto en su trabajo
para comunicar un desperfecto, un temblor a la lumbre del
hogar.
Es el arpa que bucea en el agua templada de las
ensoñaciones,
hace un alto en su búsqueda, su atareada indiferencia, y cabalga.
Es la madera que edifica su nombre, rectifica un segundo
de nostalgia,
que hace un alto en su estructura, recita esa línea maestra de los arquitectos.
Ella conoce todas las palabras,
juguetea, pestañea, bordea la cordura, atraviesa el mundo,
se abre paso a través de una espesa niebla de sonidos, un
destello de señales
ingeniosas, una lengua de signos inventados.
Es la letra pequeña que se abre y se concentra en la profundidad
de sus raíces.
Es la noche que rodea las separaciones, los descansos, la
repulsión de los imanes,
el varadero donde se abrasan los labios entornados.
Ella conoce el punto del silencio,
su ética revolucionaria, y se entrega a la frecuencia
sísmica de los últimos deseos. Sobrevuela la madeja
insomne,
el parloteo febril de los amigos, la cantinela sorda de
las madres.
Es la tormenta que resuelve con saña la soledad del cielo
y se perfila y se lanza como una mariposa terrible
sobre un rosario de lamentaciones.