Sobre
el tapete verde de la hierba verde, lorquiana y decisiva, aceitunada y
grasienta,
aceitosa
y festiva, ningún esplendor, ningún poema; la poesía se desliza por un tobogán
de humo,
aterriza
en un columpio ingrávido que no aparece en el recuadro, falta en el lenguaje.
La escena
promete.
Hay
una
espectadora enmudecida que rueda una película muda, su nombre no importa (por
ahora). Estamos en América y el polvo
se
introduce entre las sombras como un rayo de sol americano.
Resulta
fácil recluirse, adivinar el futuro investigando un charco de sangre; los AK
dificultan la respiración
de la
tierra quemada, escupen su prieta sinfonía a toda velocidad. No estamos en
América
todavía,
queda un trecho, un muro, una extensión de agua que salvar,
unos
cuantos años por delante.
Silencio,
se rueda. La pobreza es tan
cinematográfica,
tan sucia;
el poema despide luz, legítima luz, autosuficiente, es un generador, una placa
solar, también una botella de agua
con gas.
El verso inmaculado traslucido como el agua, su forma de perdonar la vida a la
historia, de redimirse. Verso
irredento,
crucificado en su cruce de caminos: uno hacia la guerra. Roma siempre estará
cerca,
a tiro
de piedra: si no, todos tienen google maps.
La
mayoría fuma demasiado, genera páginas de humo, lágrimas humeantes,
praderas
líquidas de las que se elevan torres espectrales, crónicas figuras. El cuaderno
de Jordan
lleno
de dibujos parecidos. Los niños dibujaban con pinturas de cera, componían
bodegones en la gira del hambre;
el
cansancio es un hombre gris comiéndose su propia poesía,
plagiándose
los ojos para desayunar.
Gente
cansada y borrosa, polifacética y asidua al espectáculo de la comodidad, la obesidad
mórbida
acostada en el sofá frente a un televisor apagado. Los satélites ya predican
dentro de la mente, tienden su trampa
infinita.
La película de Jordan no empieza mal: con un plano
secuencia
comprometido, un ejercicio virtuoso.
¡La
hierba aporta tanto! Ha señalado el día del amor con fragilidad impactante,
qué facilidad
para las conmemoraciones; donde la tierra desnuda y los insectos, hasta ahí
llega la cámara
lentificada,
hasta el osario y otras ubicaciones subcutáneas;
nadie
como ella araña briznas de sofisticación de los monitores
hundidos
en la arena. Nadie mira con esa cruda voz por encima del hombro y el silencio.