En un momento
a nado los mares siete mares
y océanos
afines alados de delfines,
dentados
hasta el músculo y hasta los paladares,
surqué con
vana gloria de gordos querubines.
En un momento
dado, me dije, ¡no te pares!,
insiste
con la heroica virtud que determines,
y, sin perder
de vista los tramos medulares,
crucé con
entusiasmo los últimos confines.
Al filo de la
gesta global, llegué a buen puerto.
Llegué medio
enterrado -porque llegaba muerto-
bajo una
tonelada de reluciente arena.
Y, en menos
de un segundo, al cielo me elevaba
sobre la piel
del mar, albiceleste y brava,
tarareando un
canto de sirena.
---
Herméticas al
sueño, las tardes se suceden
dejando un
feo rastro de paz dominical.
Para salir
del paso, les digo que no pueden
tenerme
secuestrado y me contestan, ¡sal!
Entro en la
noche oscura, donde los ojos ceden
su meridiano
cetro al don superficial;
ruedan las
sombras, digo, ¡que las cabezas rueden!,
y empieza a
darme vueltas la pena capital.
Luna, serás
estrella de incalculable masa,
alumbrarás un
rapto de infinito talento,
apenas cubra
el tiempo la distancia precisa.
Las tardes se
detienen, la noche oscura pasa
y llega la
mañana -lustral advenimiento-
pintándose
los rayos de sol a toda prisa.
---
No estoy
capacitado para la poesía;
me lo dicen
las flores cuyos nombres ignoro
y lo gritan
los bosques centenarios a coro
cuando trato,
a su costa, de mostrar mi valía.
Ni con mi
desaliento estoy en armonía,
mi verso es
un quejido sin pálpito sonoro
(me dicen que
carece del mínimo decoro
mil voces
palpitantes mejores que la mía).
Mas apunto
talento para la leve prosa,
para hilvanar
la frase certera y lapidaria,
o cincelar la
piedra con letras iniciales.
Estoy que no
me sale ni el nombre de la rosa,
por más que
lo repita la fronda centenaria
a voces
palpitantes y sobrenaturales.
---
A dividirme
en nadas, rígida como vienes
con esa cara
negra y ese mirar tranquilo,
con esa daga
negra que me mantiene en vilo
y ese dalle
lunático sobre el que te mantienes.
A contenerme
en nichos, a trasladarme en trenes
sobrecogidos
todos en el mayor sigilo,
áspera como
vas dando y negando asilo
con ese negro
espejo y esa nada en las sienes.
A decidir mi
esfuerzo vital y mercenario
en el recto
sentido de tu palabra oculta
-física que
me traes, elemental y obscena-.
Con esa carga
injusta y ese feroz horario,
que es tiempo
y en el tiempo sepulta o no sepulta,
y esa virtud
de plata que es transparencia plena.
---
Un cielo
dominado de jilgueros
y una
frescura líquida y discreta
me bastarían
para ser poeta,
si volviese,
poeta, por mis fueros.
Mas, en esta
ocasión, he de reconoceros
que a pesar
del adagio que la brisa interpreta
no consigo
hilvanar una mala cuarteta
ni un ligero
romance para mis romanceros.
Se me vuelve
la llama incendio arisco
y la pluma me
lanza otro mordisco
entre espuma
de letras y renglones.
Mas debo de
admitir que no me causa espanto
que no cante
mi pluma. ¡Que duerma, que yo canto
como canta el
jilguero sus líquidas canciones!