jueves, 27 de febrero de 2020

fuera de ti


Extraña soledad la que recubre
el corazón que te descorazona,
como una rara y única corona
expuesta en las vitrinas de tu Louvre.

La familia está ahí –campo minado–
purgando su azaroso beneficio,
sacándote, metódica, de quicio
con el método opuesto al adecuado.

Tu soledad al fondo de ti misma,
detrás de la palabra, prisionera
en una cárcel que te deja fuera,
porque no te encarcela, te ensimisma.

Hay gente que transita tu mirada,
gente que se destierra entre la gente,
gente que está a tu lado y está ausente,
gente de la que nadie sabe nada.

Estás sola en el mundo, así naciste,
como una Reina, un cisne negro, un sueño,
diamante sin tallar, alma sin dueño,
tan pura que no sabe que no existe.

Qué solas las mañanas, la Cartuja
qué sola alza su piedra virtuosa
sobre tu soledad, losa por losa,
sombra por sombra, aguja por aguja.

Tu frágil mano que se torna fuerte,
que ilustra privaciones y tormentas
y a la mano de dios le pide cuentas
por no pedirle cuentas a la muerte.

Extraña soledad, huérfana extraña,
una chapa de zinc, un sol de hielo
colgando de la luz, sobre tu pelo
como una vieja lámpara de araña.

Sola y desangelada, solamente
por un cielo distante protegida,
en grave riesgo de vivir la vida,
cautiva de un futuro omnipresente.

Tu soledad, contigo y a tu zaga,
dentro de un enigmático acertijo
rodeada del mundo que predijo
y de la viva voz que la propaga.

lunes, 24 de febrero de 2020

algo de luz


Tu nombre que se agita en un ayer gigante,
tu rostro componiéndose en vísperas del duelo,
y la bendita rosa de tu pelo
condenada a su mística fragante.

Tu mano, idolatrada por el cielo,
ordenándole al Sol que se levante,
al silencio que cante
y a las altas campanas que remonten el vuelo.

Cuántos versos se estrellan –cuánta luz se equivoca–
contra el papel intacto, en tu mirada blanca,
sin saber ni qué hoja de tu libro les toca,
ni qué beso la arranca.

Tu verso, que a Calíope desbanca
y el cetro de los Ángeles derroca;
hay una eternidad en esa rima franca,
en esa zona franca de tu boca.

La pluma que describe un cataclismo
con trazas de opereta
y luego traza el círculo polar que la encorseta
(por no decir que atrapa el mundo mismo).

La pluma que tus sueños a ciegas interpreta
con diáfano hermetismo,
como si recibiera su bautismo
de fuego en la trinchera del último profeta.

Tu nombre pronunciado en una lengua extraña,
del revés en el agua y los espejos,
sembrado en la raíz de la montaña,
como los pinos viejos.

Tu mano en el paisaje con los demás reflejos,
un destello fugaz que te acompaña
y eternamente baña
la sombra que proyectas a lo lejos.


martes, 18 de febrero de 2020

los trenes siempre llegan a la luna


Los trenes siempre llegan a la Luna
y siempre van cargados de esperanzas:
te pones a su lado y los alcanzas
a golpe de fortuna.

Pasa el ferrocarril a ras de cielo,
yerguen las vías férreas su estatura
y así, contra natura,
labran surcos de acero por el suelo.

De grandes esperanzas, la carga minuciosa,
el peso equilibrado, el fardo consabido,
el pésame debido
a cuenta de la tierra de la fosa.

Las vías como surcos, las vías como venas,
decididas y firmes hasta tu sombra firme
y el humo que te dice: debo irme,
y se va con un eco de cadenas.

Que arrasa la cordura de la hierba insumisa,
debilita el rumor de las raíces
y cubre de profundas cicatrices
la piel de tu sonrisa.

Los trenes se dirigen al destierro
en todas direcciones,
cargados de razones
que pesan como lágrimas de hierro.

La hierba abre un espacio en la memoria
de cada pasajero, un hueco tenebroso
donde el recuerdo pesa y deja poso,
su huella transitoria.

Llega el ferrocarril, carne de nube,
hasta tu sombra helada,
y el humo que te ve y no dice nada,
que solamente sube.


domingo, 16 de febrero de 2020

una mañana cualquiera


Hay un canal para la sangre,
es una vía muerta.

Siente el ferrocarril como un coágulo, llegará hasta tus pies
con su pródiga carga de reflejos, su espuma
cenicienta, y su retraso.

Hay un reloj que dilata la faz de las estrellas, empuja
hacia adelante su risa luminosa. Llega el tren una hora tarde, un día tarde, una vida
más tarde y, en su primer vagón,
arde el crepúsculo, de nuevo encadenado.

Oh, sentirás el leve
seísmo que produce el acero machacando la tierra, levantando
los huesos. Sufrirás esa ausencia
tenaz de los que parten una mañana helada.

Arderás con el torpe
deseo de las nubes y tu espíritu
velará el despertar de las montañas, la desigual temperatura del lago impenetrable.

Tu amor será refugio de otra clase de amor,
será renacimiento, campo cultivado de recuerdos, campo
abierto a la pulcra labor de la naturaleza.

Verás pasar un largo expreso de historia concentrada. Alguien dejará caer un trozo de pan
duro como el alma de los asesinos. Y habrá un andén
dibujado en la niebla, su rombo de baldosas, su techo
acribillado por el fuego, construido de harapos y relojes ausentes,
zapatos y mecheros, abrigos desteñidos, sombreros
desnucados, alaridos inmóviles
y ventanas sin límite.



sábado, 15 de febrero de 2020

ave solitaria


Tu pájaro se aleja, ¿dónde tendrá su nido?
Su dulce trino suena como la luz del arpa,
su canto es un espíritu que zarpa
con rumbo a un corazón desconocido.

Tu pájaro se aleja, ya se ha ido,
tras él vuela un halcón de dura zarpa,
sobre los dos, el cielo, tersa carpa,
bajo los dos, tu corazón erguido.

En un bajel de espaldas a la aurora,
tu corazón florece infatigable,
baste tu corazón para que hable
de amor el mar que, a solas, solo llora.

El mar habla de amor como un extraño,
el mar busca un amor ancho y ajeno;
sobrevolando el mar, tu corazón sin freno,
directo al corazón del desengaño.

Tu pájaro en el aire se detiene un instante
a mirar el trajín de las abejas
y, mientras él perdura, tú te alejas
hacia tu soledad reconfortante.

Tu silencio es un día de fiesta sin campanas,
la luz la pones tú, la música la pone
–aunque el silencio se descorazone–
un orfeón de alondras partisanas.

Tu pájaro del alma, que encumbra las mañanas
and knows that you are alone,
that reaches you to the bone
con su dulce canción desde tierras lejanas.


martes, 11 de febrero de 2020

campo de violetas


Nuestras flores han sido requisadas,
de cuajo intervenidas, sus tallos, denigrados, sus hojas. La tierra
ha declarado el énfasis de los relojes
naturales, la velocidad del sol, el punto crítico tras el que todo estalla como un campo de violetas.

             Nuestras flores
han oído el nombre de la luz en su memoria, se han desprendido del vaho,
desnudas de futuro, han escuchado
el feliz lagrimeo de la fronda.

A unos metros de profundidad, bajo la capa
celosa del mar abierto, dividida en corrientes y penalidades, ha crecido. Una flor de pergamino, una palabra
tuya dibujada en el ritmo de la arena que se deja caer,
se desploma
y pasa.

Tus palabras poseen
la propiedad ajena, la curvatura inicial de los espejos, su tentativa, la plenitud
atlética de la fragancia, esa gramática
profana de las oraciones perdidas.

Ah, tu manera es el viento que recoge las mieses,
debilita los cuerpos, sobrecoge la paz de las ideas. Mas
qué imprevisible su parnaso nativo, crudo como el alba, su página primera
donde reinan, exactos,
los ábacos geniales.

Tu nombre que se agita en un ayer
gigante, tu rostro componiéndose en vísperas del velo, en el ruedo
adorable de los besos furtivos, tu mejilla vidriosa como el vino, tu alma
exprimida como un limón de agosto.

             Y aquellas flores nuestras que fueron para siempre.



lunes, 10 de febrero de 2020

para siempre




Nuestras flores son tuyas, son propiedad del mundo
que a ti te pertenece, que se muere por verte:
tú, descrita en las nubes como un tallo profundo,
viva en la tierra roja de la muerte.

Nuestras flores que arraigan en los falsos tejados,
decapitan el aire, rosas de amargo filo,
y se mueren por verte, te ven por todos lados
y entre todas las sombras que las tienen en vilo.

Tuyas como palabras tuyas, como el deseo,
como el primer anhelo de la noche afanosa,
el primer beso tuyo, el primer escarceo
entre una rosa pálida y tu rosa.

Nuestras flores del alma; nuestras almas son flores
arrancadas del cielo por un dios que no existe,
dibujada en el agua, tú de muchos colores,
más azul que la luz, y menos triste.

Nuestras flores del alma se nos mueren de pena,
se nos vienen muriendo una por una, todas,
que nos viene de lejos esta muerte en cadena,
esta noche del alma, esta noche de bodas.

La Primavera sabe lo que le pertenece,
no deja que la agrandes ni que la disminuyas
y, aunque Naturaleza la obedece,
sabe que nuestras flores no son suyas.

sábado, 8 de febrero de 2020

el eco de un beso en el vacío


¿Cómo suena el amor en un espacio abierto,
en el olvido, la Historia, la niñez…?

             suena como un pajarillo
             como una caja registradora
             como una campana de plata

En el gran vestíbulo emergente, súbito como la estación de Bucarest,
alto como una catedral, a la escala del máximo horizonte, el amor suena a vértigo y banda sonora,
a Nicholas Britell, una rosa de leyenda en medio de la farsa, un geranio en su abrigado
balcón, en su amargura y su confianza.

D® asomada a la barandilla del aire,
mirando por la mirilla del aire,
mareada y feliz, enamorada como una mariposa en el estómago del hambre,
coronada en un cuadro de Basquiat. Así reina su espíritu
risueño, de sus labios así mana la saliva golosa; así, su respiración
detenida en el tiempo, dibujada en el tiempo como una amapola salvaje, ese rojo cárdeno y tangible,
ese aliento de leche prematura, esa bomba de luz en sus ojos salados.

Ya se escucha el estruendo de la boda, la sangre de las bocas,
el sudor frío de las curaciones, la noche que viene cayendo como un telón de acero
sobre los manantiales, los gatos que cultivan el lenguaje estirado del asfalto.

El amor que resuena cuerpo a tierra, rostro desfigurado, ropa hecha
jirones, suena a luto y corazón espeso, meticuloso, como  loco de remate,
organizado como una suite francesa, físico-y-real.

El arte ha deslucido
su espectáculo, ha rodado por la pendiente del vacío perfecto, ha besado la mano de dios. El Ángel
ha besado el registro cambiante de una estrella suicida, su melena
tan íntima como la primavera que retuerce su nudo de silencio,
húmeda y cercana. Así suena el amor.



miércoles, 5 de febrero de 2020

quince de mayo


Poesía del siglo diecinueve, apenas seis
grados de separación. Poesía para después de una guerra. Una guerra que siempre
ha terminado, siempre termina como un poema: mal.

En cada tibio cadáver la guerra ha terminado, cada gota de sangre derramada es un punto final.
Los siglos se superponen, montan unos sobre otros,
descabalgan oleadas carmesíes, son pura penitencia.

La poesía está toda pulida, toda zanjada,
toda. Se redice, es un arte redicho, los poetas, redichos, equivalentes. No debería
legarse a los poetas tan fatigoso sello. La poesía se reproduce y muere, es un arte
reproductivo e infeliz; la mara poética parece una compañía de Jesús,
empeñados en reabrir el sol de medianoche, en acabar con las existencias.

Blasfemar con elegancia, comunicar
un sueño divisorio, avalar una temporada de lluvias. El tiempo es pura disciplina,
sucede sin proponérselo; este es el marco propicio a la lírica y su incertidumbre. Blasfemar
con glamour es tarea primordial de la poesía (lo dice Gombrowicz, aun sin proponérselo);
manifestar un espacio: la vastedad
interpersonal.

Indagar tenazmente
en un cuerpo del s. XIX, vaticinar su muerte metafísica, asistir a sus postrimerías,
calumniarlo por última vez, resarcirse por última vez.

Cada gota de sangre es un poema con una mala solución final. El esfuerzo
no puede ser más baldío, más infructuoso y carente. Mejor dejarse ir, mejor dejar pasar, retirar el servicio
antes de que la grasa estropee el mantel,
dedicarse a observar antes de que se empañen los cristales y la brisa
pulverice su anemia sobre el desierto campo
de batalla.





lunes, 3 de febrero de 2020

freestyle


Giramos hacia el Norte, donde las verdes
praderas desconocen el significado de la luz. Buscando una ración de continente,
una deriva tectónica, el cataclismo
oceánico ocasionado por el aleteo de una mariposa en la nariz de una estatua de mármol.

El Norte, nuestro Eldorado. Récord de frío
a mansalva, hielo escayolado; la veleidad de la escarcha, la cruda
orografía de la nieve en polvo. Tenemos ansia de copos geográficos, fractales,
intensos como la superficie de un exoplaneta, ansia de osos polares y oseznos
vivarachos, de nutrias blancas, mullidos zorros, morsas de los Beatles:
padecemos el síndrome del decrecimiento.

Aprendemos del poema y su arte de magia, su alquimia freestyle, el escapismo
afrodisiaco de todo aquello que va a parar a un mismo lugar, su lugar en el mundo. Bajo el árbol,
desaparecemos, la sombra cuchichea abracadabras, la sombra pone
trampas por el aire, siempre lleva un ful
de corazones.

El Ángel ha probado nuestra salsa, el detritus
funcional del que nos proveemos. Música, literatura, cine desacralizado,
libros y discos y películas mudas, y películas malas, mansa
cinematografía provinciana.

Esto tiene mucho que ver. Tan pre-visible como la región observable que alteramos. Este clúster
en el que nos hacemos transparentes igual que las buenas personas y los perros
educados. Nuestro verso ahora no está, se ha desembarazado de su angustia local
y solo rinde pleitesía a la vergüenza y el miedo.



sábado, 1 de febrero de 2020

patria o vida


Oh, conocerás el bullicio de una estación gigante, las francas
proporciones de un cruce de caminos. Tu árbol inverso impondrá su hierba presumida, sus plantas
radicales, abrirá
la sombría ceremonia del atardecer.

Tu cansancio es un átomo en un mar de soles,
tu poesía, un mar en el desierto. Sabes que la noche te acompaña,
protege tu aislamiento, ilumina la zona
segura de tus manos.

Viajera, rosa de este mundo; en el espejo
cierto de tu soledad una flor permanece, la luz remonta el vuelo como un águila. En ti
florece el mundo, sonríe la potencia del espacio, la distancia
influye en la distancia, el sueño informa el sueño, forma
palabras en la arena calada.

Como en tu patria
hermética con vistas al dechado de la creación, con vistas a la mirada pura de los Ángeles, a la impureza
sáfica del verso, una extensión
de pareceres, influencias y luces de neón que no has imaginado todavía.

Dios ha vencido, a fin de cuentas. Su naturaleza
prospera entre las almas, es un trozo
de carne tirado por el suelo. En ti florece, sin embargo, la apoteosis de la compasión,
cáliz de una sangre pletórica de vida,
viva como un sobre vacío o un cabo de cuerda
colgado del silencio.



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