Destiny:
oh, si economizase sus dones, se expresase en la dura
prosa de
la adoración, si abriese los ojos. Aquí es donde el milagro pasa desapercibido:
donde
no hay
proximidad con la magia, se pierde la costumbre, la extraordinaria
costumbre
de amar.
Creer en
la montaña, crecer con ella en la memoria, la vida a tus pies con toda su
moderna anatomía, su ingenio
vociferante,
su vuelo intransferible. La vida sería una rémora en la búsqueda del genio; la
sabiduría
mora en
la entraña de la tierra, enmudece, ensordece la conciencia, dificulta
el
hallazgo, la verdad yace en los huesos y solo en su disuelta simetría, su
tímido silencio.
Repetir
el truco con música de Bach, triplicar el conjuro del destino, declararse
tan
sobrio como el viento, tan cruel como la escarcha; contemplar la ignorancia
estridente de la flor más bella,
dormir
como un rayo de luna, con el mismo fulgor en la mirada.
Son
parte de una formación sublime, hereditaria, un programa
dual,
algo retórico que imprime carácter como un procedimiento. Las sombras descuidan
el hábito
de
sonsacarse el secreto de su procedencia, adoptan formas sutiles, aluden a una
realidad o son tan pesimistas
como el
hielo efímero de la cosecha de abril, su pureza
falsifica
la candidez de la hierba... Destiny: oh, pisar la hierba sigue pareciendo un
crimen (¿o acaso
lo has
olvidado?).
Aquella oscura
sangre ha fluido sobre el papel, era un río en su fortaleza y provocaba la risa
encantadora
de las hienas, tras ella, un alma sometida al flujo
eterno
de las novedades, al escarnio privado del lenguaje, su pública contradicción.
Ella no
se contradice, suplica sin ponerse de rodillas e imparte la justicia de su boca,
el coral de su rama,
la llama
que consume. Ángel sin facultades, ha robado el ascua turbulenta que ilumina la
noche y enciende el caro
bosque
de la navidad soñada; su palabra es de oro, pesa como el mineral ecuánime.
Su carne
alcanza la levedad sagrada de una línea de fuego.