lunes, 29 de abril de 2019

scarlett independiente


La soledad es el juguete de los que no la conocen, su juerga de fin de carrera,
su juventud cobrada. Aquella fábula de no estar solo adquiere entidad y entonces
Jordan que está sola en el Parque no está sola; y cuando –despoblada– pasea sin pudor por la Avenida,
el eco de su paso único (y unánime), no está sola. Minúscula hormiga perdida en la madeja de la ciudad prohibida;
devastadora, dolorosamente bella –como Scarlett en su última aventura–, no está sola
porque suyo es el nimbo del silencio.

Hay un jilguero romántico
encaramado al aire construyendo una diáspora risueña, su canto elude
las miras telescópicas del proyecto costa roja, enfila el universo desde su corta melodía, su pobre intervención
real. Jordan recala en la Avenida, lleva puesto un vestido
blanco y sus rodillas transmiten levedad con un movimiento explícito, un giro
vacilante; ¡ah!, sus manos gesticulan el prodigio, obran la cantidad precisa de maravillosa
rutina, desgranan el paisaje con delicada obsesión.

Tan elástica y rubia como una lanzadera oxigenada, un combinado de oxígeno y felicidad,
la nada corta la respiración, pero no está sola, rodeada de todo lo que existe:
personas acusadas, personas enconadas, rabiosas, imprevistas, objetos
personales como llaves, navajas, agujas de coser, anillos de pedida, objetos como rosas
enterradas en el agua, lágrimas disueltas en un gramo de sol.

Para la soledad hace falta el ozono místico del Ángel, su cariátide furiosa, su veta de oro; no hay soledad
tan justa y desalmada como la que arroja el ala maternal de una estrella
inventada, no hay profecía más simple.

Jordan, que ha probado el amargo licor de la fortuna, su dulce iridiscencia, que ha sangrado la lluvia del destino
sobre el mantel humilde de los sábados, en el rincón final de la galaxia, sobre la pobre mesa de su llanto,
no está sola. La soledad ha muerto en su mirada, bajo la cruz
nevada de sus ojos negros, en el instante en que el verbo ha trascendido la metáfora y se encamina,
imprudente y triunfal, hacia su resonante paraíso.



sábado, 27 de abril de 2019

intuición (o viceversa)


Coser una piel de plátano en vez de fumársela, forjar un muñón de hierro,
una próstata de papel de plata. Al estilo Zoe Leonard, mejor coser una piel de naranja, así se define
el arte. Por la inspiración, construir es crear,
¡tapiad los callejones! Cualquier perspectiva es mejorable pero no deja de ser
fotogénica, no deja de tener el pop. ¡Oh, no tiene el pop!, algo que solo poseen algunas amigas de Jordan,
como Chaasadahyah, y que parece el secreto mejor
guardado de Hollywood.

Amanece en el rescoldo meridiano del Parque, la inspiración
produce humo en los pulmones, virutas mentales, una fábrica de carbón en pleno plexo solar. La luz es para los crápulas,
(hay una Van Helsing en cada boca de metro); años ha que fue articulada una propuesta
de cohabitación entre la vegetación y el asfalto. Hubo brotes de racismo,
hubo brotes de enfermedad, sarampiones incurables y otras bacterias multirresistentes, pues la música
ya no bastaba para combatir el alocado esfuerzo de la ausencia.

La gente muere y uno cree que está muerta y está bien. Queda bien, como si tuviera el pop que nunca tuvo (en vida),
resulta interesante con esa palidez tan natural, ese maquillaje póstumo que predica la sangre
que se retira, esa tierna flaccidez insustancial de las mejillas,
el volumen incierto del estómago y los labios.

Mejorando lo presente, el futuro se presenta inalcanzable para los devotos fanáticos del arte y sus circunvoluciones,
sus faltriqueras prietas, sus economatos endogámicos, la simetría
ful de sus ingenios y sus normalizaciones. Inspirando el humo de la piedra, el humo de la rama,
el humo del incendio que no se apaga jamás. El futuro se difunde y se congrega (a la vez), es un contratiempo
dinámico que escribe con la mano izquierda atada a la espalda, escribe en la pizarra
recién borrada a conciencia, dibuja corazones sin tacha en los portales.

El artista invitado es un muermo pasado de moda, nada modélico, no sabe posar para la fotografía ni el autorretrato,
menos aún para la mirada herida correspondiente; ahora, New York se escurre entre los dedos
de la fantasía, pero en realidad se cuela por el vano de la soledad. Hay una pureza
inaudita en cada trabazón, en cada cancha de baloncesto vacía,
cada nube que desciende y se apodera de un nuevo territorio. La noche ha conquistado la ciudad
declamando su belleza oceánica sobre la altura familiar del dogma.



miércoles, 24 de abril de 2019

LA inobservable


Ciudad es
piso sobre piso, como la torre de televisores de los grandes
almacenes; el muro donde los árboles se estrellan,
y los pájaros. Seguimos el rumbo estático de una mente atareada que construye, descarta materiales,
elige posiciones y formas. La forma todo lo compone; se puede escoger una máscara con la cara de Rimbaud,
resolver el rompecabezas de la gran manzana (ahora sin comercio vital ni milla de oro); ahora,
escaparates ortopédicos y gatos renegridos.

Nubes sin cáscara. Jordan anda perdida, extasiada con su tatuaje de Prince y su pelo rojo como el mar,
la ciudad exagera sin duda las contradicciones de un paisaje deslocalizado por la gentrificación,
es el espectro de ninguna parte, un desierto con ganas de vomitar. En los escaparates de las tiendas, se repiten
los monstruos y las interrogaciones, hay sillas de ruedas,
bastones y bastiones, postales polvorientas de la vida exterior.

En la literatura se describen ideales, en la poesía, estados. El estado actual de la materia es la extrañeza:
hablamos de olvido y deserción; el aire se comporta como si fuese el último
pedazo de pan encima de la mesa, como una sombra menor de edad, un mal trago redentor.

Desde cada ventana se divisa un santuario, un vaho universal,
ornamental, un área de sonido y misterioso movimiento cuajada de objetos que oscilan sus tamaños y sus trayectorias,
un aluvión de sucesos consecuentes, cortantes como tijeras abiertas. Desde cada balcón, los ojos
se dirigen hacia una nueva región inobservable.

Aquí las chicas llevan pantalones cortos y hay comida para llevar, Los Angeles arroja luz, Wu-Tang
suena y Wu Ming sintetiza, aquí los graves y los sintetizadores, el grito unánime de la energía, la ignorancia
puesta encima de la mesa como un cacho de pan, con ese mal gusto del hambre y sus flaquezas. Jordan se ha perdido
la noticia, el eco, el fogonazo cruel que ha deshecho la claridad del sol. La ciudad se ha contenido en un instante,
se ha renombrado para los pasajeros, y todo ha vuelto a ser de otra manera.
Siempre igual, pero de otra manera, como siempre, pero a cámara lenta, diferente,
pero en otro lugar.


David Wojnarowicz

lunes, 22 de abril de 2019

guerra y paz


Jordan en guerra con el mundo, guerra que se desarrolla aquí en su pecho,
lírica escaramuza, espectáculo variable. Estamos en guerra, un conflicto nada ecuánime entre la sombra
y su fantasma, entre la luz y la vida, la nada y su ambivalencia fortuita.

Jordan esgrime su arma de compasión masiva, la baza conmovedora, su indumentaria
gris. Mira al cielo y se conforma: sin aviones ilegales, sin drones de apariencia homicida ni muertos en los márgenes
amputados al verbo. Solo avenidas gigantes, ríos como el Ganges, gúgoles de información
mordaz. Es una batalla perdida contra el Amor y sus implicaciones
dramáticas, ese mundo de expresión reticular.

Aplicaciones aparte, la gente vive su efervescencia
natural, su naturaleza corpórea; ¿acaso no te rompes un hueso de vez en cuando? (lo que no significa
que vayas a romperte el astrágalo, como Albertine); muchos saltan
la valla y salen indemnes porque su esqueleto es un caso sin resolver.

El mundo es un lugar apático, esférico como una mandarina; se observa un gran volumen
giratorio, una mezcla inútil de generaciones y mortajas, de modelos arcaicos y vertiginosas f(l)echas. Amy B. reside
en su rodaja temporal verificada, su historia es una ración de porvenir. Ahora
es mejor concentrarse en la dificultad, aquello que resulta permanente,
doloroso también, las bellas píldoras azules de los sueños, la restauración de las oportunidades.

Silban las balas –metafóricamente. Los hijos de la histeria
caen como moscas en combate, esto es una playa de Omaha filmada cámara al hombro. Ni que un discípulo de Haring
hubiera dibujado un monigote ofensivo en la puerta de palacio. Ni que los manifestantes
hubiesen rodeado el banco central solo por amor al arte,
o solo por amor.

Este ♥ se bate en retirada, es un fuelle solitario, un muelle abandonado. La niebla ha descendido, un pie
detrás de otro, sobre la frente herida del espacio; la muerte, aquí, es un salvoconducto;
Jordan ha subido al tren con un billete de ida y vuelta a todas partes.
Pero no piensa volver.



viernes, 19 de abril de 2019

¿quién sospecha de una máquina feliz?


El universo conspira para desaparecer. En su exigua ventana de oportunidad, Jordan, en medio de una ecuación
temporal sin resolver, sospecha de su cuerpo. Máquinas
por todos lados, máquinas extranjeras, también máquinas felices. Ahora nada funciona,
ni siquiera el río que rodea el vecindario, que camina dando un rodeo (ya huérfano de puentes),
tan esperanzado.

Hay túneles donde residen los murales de Darger, sus niñas calcadas del espejo,
su negación. La ciudad es también extranjera, también es una ciudad feliz
con su río redondo y sus enormidades. Edificios difíciles, unos fatalmente derribados, otros finamente construidos,
su esqueleto radiante, normalizado; entre las ruinas un microcosmos fuera de la realidad,
complejo y fuera de serie, pequeños animales que van proporcionándose a la penosa escala de su esfuerzo.

Donde veas un Ángel; sigue su ingrávida espuela, que allí se abrirá el mar y las aguas voltearán su contenido de tierra
fértil, su muesca de huesos y cadáveres, de cruces y destinos. Destiny
mira el mar con estos ojos dobles, vidriosos e irreales, mientras
escribe otro capítulo de las memorias de la fe, memorias de una lucha ordenada. Hay hasta un spin-off del Amor
que se vende a un precio compulsivo, por una dote;
por el Amor se ofrecen reinos, orbes lujuriosos, universos en pie de guerra,
explosiones discretas se desatan en los confines del dogma, al límite del tiempo.

Ser eterno es una revelación, consiste en un remedio, poesía + otros escenarios: coros celestiales (Keila Mumphord,
Taylor Nevels, Chamille Boyd y Jazmine Thomas, además de Kiandra y de Kaye Fox). Toda esa maquinaria
espᴂcial, ese contubernio del escándalo, esa manía de dios.

Dios nos exhorta: ¡nombrad el mundo! Es una suposición exagerada, dios ni pregunta ni atiende, no está. El poema
cumple su objetivo en el reducto ciudadano, bajo la mirada trivial de los supervivientes,
hijos de la propiedad privada frustrados por la falta de cariño, héroes de las teorías del apego. Pero
el Arte inquiere y se rebela, se contempla en el escaparate, digiere el monopolio de la escasez, se indulta,
deferente, y exige su tributo de enfermedad y gloria.

Jordan wuz here : donde lo ponga o lo deje de poner, donde se vea (el azul), desde qué riguroso
burladero; no pasa de ser una afirmación condescendiente, un pedazo del soul de los domingos
olvidado en el surco de partida, un trozo de carne para la nochebuena del milenio, una sanción ideal, el diagnóstico
efímero de una deidad acobardada.



miércoles, 17 de abril de 2019

a quién le importa el uno ochenta y tres


Es la importancia de llamarse Edward Hopper. La relevancia de ser un fondo
buitre del Arte. A quien pudiera interesar: a los doce años de edad Edward dio el estirón (Amy Belafonte
hizo lo propio a los ciento diez, y eso sí que tiene
tirón comercial).

Es preciso saber, urge abandonar el bálsamo oscurantista, contaminar los límites
de aquella fan-zone decorada sin ningún conocimiento. Reclutar peritos y hacedores,
personas letradas que extraigan de cuajo el error universal.

Jordan no busca pareja, ni siquiera mantiene una habitación orientada al silencio. Desconoce la felicidad,
sus manos están regadas de sangre, su mente gira a treinta y tres revoluciones por segundo (la marca personal de Cristo).
Su mente es un diseño básico/inspirado en una geolocalización cardinal de la galaxia, un faro de Alejandría
hecho de materia bariónica (nada común).

             La pareja de Jordan fingía en un cuadro colgado de la pared de un cuarto piso destruido
por la radiación, un piso okupado por la historia. Entonces pasaba el cadillac de la organización y el fondo
hacía sombras como un púgil de cartón-piedra, incluidas las ramas de los árboles,
incluido el chorro de la fuente y la estatua fugaz del kilómetro cero.

Amy tenía su poder, Edward tenía su poder, Jordan es un continente autónomo, su voz completa el eco
del demiurgo – su hito consonante–, ejerce un protectorado literario que invierte su riqueza en máquinas del millón,
gana peleas ilegales disputadas sin gloria, esboza una contrapartida en cada verso.

Es la notoriedad que garantiza un nombre omnipotente que arda en deseos de ser inspeccionado,
diseccionado por gradas de locuaces expertos. Siempre habrá gente necesitada, colosos neuronales del buen juicio que cuenten
con una infame recua de necesidades, ágiles mentores que acarreen un fardo pesadísimo de pretensiones
derivadas de una vida golosa e intraducible, una vida seguida de ceros y más ceros
de angustiosa y clemente autoridad.


domingo, 14 de abril de 2019

los guardianes del arte y de la fe


Quedamos a la luz del Paraíso con Angel Haze, en el cuenco
divino de una cuna hecha con páginas centrales, el nido de golondrina de un Cervantes impávido y viral;
desde el penúltimo palco vemos cómo se proyecta una película muda: solo se escuchan las fuentes
de letra por encima de la arial (solo te limpian los primeros veinte pavos de la apuesta).

Negociamos un convenio con Teresa, que se imagina un verso y lo desliga
de sí, lo desteta y lo arruina por el mundo (que se va por el mundo, como el pequeño Lekséi), pero el verso resbala,
choca contra el mármol de la noche, rompe muros y rompe-corazones.

Incluso la roca más piadosa, más densa y permanente,
vuela como la sombra de algún pájaro, airea cien anhelos desiguales, su interior tan puro y ordenado,
impone el drama de su nacimiento sobre cualquier distensión narrativa, fija su volcánica
perfidia al eco de las grandes aventuras.

Angel y Teresa hacen migas y manitas, se conocen, se besan ante el Muro de Berlín, admiran la Puerta
lógica de B., solucionan el tedio de la civilización y escriben un nuevo evangelio poderoso y tan pobre
como la muchedumbre que deambula por los callejones y sube a las buhardillas con la mente encogida y los pies
fríos; no hace falta creer –nos aseguran. Pues la respiración guarda la fe
y el aire debe sanar la herida de nuestro prolongado esfuerzo destructivo.

El Arte se precipita por la ventana del sexto piso del Arte (no se mata de milagro). Es una torre inmaculada
donde. Hay poetas insípidos, cualquieras, virgencitas y héroes odiosos feos como madres feísimas. Todos en esencia
desentrañando imágenes borrosas, mezclándose con la plebe como la cocacola y la ginebra, la cocaína
y el tabaco rubio, la heroína y el áspero limón.

Estamos entre dos soles insidiosos que amenazan nuestro catafalco, la ceremonia
ínfima de nuestra definitiva condensación. La maestría es eso, ya lo dicen Teresa, Angel y Miguel, los tres de acuerdo,
cada uno en su camastro, cada uno en su celda enamorada, tres estrellas de lata,
cada una en la cima de su vuelo como una roca, un verso o una golondrina en su balcón.



Open to Optimism (Joel Robison)

viernes, 12 de abril de 2019

scaramouche


Aquí la gente agacha la cabeza. Tal vez por eso
alguien haya pintado en la acera en grandes letras rojas de imprenta VIVA SCARAMOUCHE.
             Jordan lo ha visto porque también iba caminando con la cabeza baja –y ha pensado: touché!

Aquí la gente agacha la cabeza. Los niños juegan su rayuela, saltan sin tocar la S, sin tocar la CH;
el autor habrá sido alguien con cierta perspectiva,
cierto sentido político, cierta mirada histórica sutil.

La Revolución es cosa del mañana, se ve que es algo del futuro,
algo que ha ocurrido ya cientos de veces. Una vez más, tal vez por eso, ocurre lo de siempre, y la gente levanta
la cabeza para mirar un cielo
que gotea su insoportable levedad.

Bullen de sangre los adoquines, barricadas en la calle mayor, lívidos
balcones, lívida poesía social, noches (semi)automáticas como armas de repetición, hartas de Luna
llena, vacías de espacio real. Hay una poesía privativa y delicada,
profundamente histérica, un armatoste medido a bulto,
dado a la introspección y la geografía, de impacto semejante al de un avistamiento ovni, un relato fuera del mundo,
amparado por un ansia de relatividad innegociable.

Tal vez la contrapublicidad esté detrás de tanta conmoción, un experimento llevado a cabo por mentes
alternativas y otros ingenios derivados del odio –Jordan
cree que todo es milagroso (llegados a este punto).

Aquí, quien más quien menos, compone una silueta cabizbaja. Aquí se anda
deprisa por la calle; luego la gente se muere en el pasillo, se muere en la azotea, se cae por la escalera de su casa,
y no hay ninguna nube, el aire es una bóveda plomiza, los ángeles,
retoños concebidos por la tierra.


lunes, 8 de abril de 2019

¡bingo!


Basura acumulada, un camión sin camión de la basura; entre pantallas
cascadas, entre tubos catódicos y envases caducados antes de tiempo, entre todo aquello
que se mueve y se corona, las obras completas –poéticas– de Carver, un tomo
testarudo, esférico, escénico (cruda definición)
y, sobre todo, intacto.

Habrá que celebrarlo (¡para qué están las mayúsculas?):
INTACTO. Un formidable muestrario de celosías, almizcle, sinsontes bostonianos, murciélagos cornudos (no),
inmigrantes diligentes, frecuencias automáticas, voces y auscultaciones minuciosas,
carreras hacia el desván, caídas por las escaleras, voces que cantan:
¡bingo!

La poesía canta línea y se conforma; pues existen preferencias. Jordan, por ejemplo,
pasa. Cerca de un nuevo manantial surgido tras las demoliciones; es algo que sucede como el reciclaje involuntario,
un cierto espejismo intelectual, parafraseando a alguien. Carver, por ejemplo, pasa
de mano en mano entre la gama alta del Parque y sus aledaños conversos
(tan profesional).

La basura todo lo puede en este entorno
privilegiado, todo se construye igual, hasta los versos equivalen a su peso
en toneladas métricas de desechos perfectibles, detritus inmortales, porquería violenta en sacos
cementeros, cementerios de elefantes y balsas de petróleo.

Poemas. Jordan ha aprendido a recitar en un bosque privado (donde nadie puede oírla); por ejemplo, se imagina
un tren expreso, un café expreso, expresamente. Se imagina un viaje hacia la soledad, un vagón
lleno de nadie, un ruido eléctrico de nada.
Y da gracias a dios.

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