viernes, 31 de agosto de 2018

este es el color


La muerte está de luto: un Ángel ha nacido
para la posteridad, el lucro cesante, la cesantía y sus haberes,
y sus propósitos. El Ángel se llama Dest, compite por un nombre completo, compite por la caricia del padre,
la voluntad del padre, un reconocimiento abstracto.

Dest rivaliza, ahonda en sus preocupaciones seculares, bebe para olvidar. Anda vinculada
a un poeta y otras personas que viven en el campo, pasan por la Avenida y luego te las encuentras al doblar la esquina,
ese tipo de gente necesaria que oscila entre el milagro de la sangre y el de la representación.

Corrige su vuelo con la intención de adecuarlo al Arte
novísimo, las creaciones incandescentes de su escuela natal. Consigue un cuadro
pesimista de alta introspección simplemente con el balanceo ecuestre de una parte de su sombra
congelada, gélida forma que emana de su estado físico.

Hitos a tener en cuenta: la vorágine del humo, su categoría hechicera; la hierba
comestible y la otra de fumar que se sobrepone, sabe mejor, invita al sueño de la idea, se desenrolla
como una ficción cinematográfica protagonizada por una servidumbre fantasmal.

Los espacios se relevan en la mentalidad de la población; en uno de ellos
la plana del Hop da vida incluso a los aspersores, todo motor, toda probeta, todo espectáculo vital, vacunas
contra la polio, la peste, la radiación gamma. La música corroe el transcurso
enigmático del tiempo, dificulta las perturbaciones comunes, los vicios mentales más ambiciosos.

Por tanto, Dest se considera opuesta a esa fábrica de divas del soul; su poema
grava las rentas más altas, ejecuta niveles superiores de estrellato, contrae compromisos decididamente peculiares
con una pléyade de contratistas empíreos, un cártel ecuménico
celestial entregado a su voto de pobreza y sus apariciones.

Negro es el color. La fuerza imperativa de la noche modulada y rígida como una esfera de luz; la luz
es una prueba que todavía no hay que superar, es un recelo. Y tiembla,
se deduce de un fuego inmaculado, tapiza la industria del deseo. Forja materiales para la construcción
devota del ayer.


miércoles, 29 de agosto de 2018

little simz


Encontrarse, de pronto. Ser.
Nada como el espacio, nada como el cielo masivo y total-
mente cubierto de blue. Suena un batido de Little Simz en plena recesión melancólica;
extraño es. La publicidad existe aun en este reducto
de la filosofía, este sepulcro, esta región sin autopistas.

             Cosas que se dan por seguras, que se tienen de pie,
             cosas desesperadas (en contraposición). Gente que aparece
             en un renglón cualquiera de la Obra, en una zanja cualquiera.

El ritmo oscurece la pasión, excede el dramatismo de las reacciones naturales, todo lo complica.
La soledad es un ramo de rosas sin fecha de caducidad, un manojo de demonios teñidos de diamante, un carro-
mato con ruedas de madera; ingenuamente, el cadillac cruza por la Avenida y se remansa como si solo fuera
motor, carrocería, neumáticos y lunas, como si solo fuera un vehículo y no una pretensión,
un lugar de culto donde morirse a los 27 de una generación indescifrable.

Y la música expresa su rocoso incidente, su sexología espiritual, su intertextualidad
tan posmoderna, esos ojos rojos de la atmósfera; orgasmos diferidos, letras de una canción antipática,
salmos confidenciales que anticipan la korrupción de las almas. 

             Gente que aparece a los cincuenta años de edad, sin memoria del futuro, sin enfermedades crónicas
             ni abecedario, ni ábacos ni luciérnagas, ni bastiones intelectuales. Perros que aspiran a una vida
             mejor, niños que no hay, niños que cre(c)en demasiado aprisa.

La novela es un santísimo arco; allí se han colado los chicos a vivir. Planos que se superponen en la altura,
se disputan un mismo capítulo. La luz se retiene en el cabello de Jordan,
filtra instrumentos musicales: un piano cortado por el patrón del jazz desgrana aires
de primavera –lunes por la tarde dedicados a la añoranza y el paseo escrupuloso.

             Las cosas que han pasado de repente, que no tienen ni nombre ni poema
             y no están en la mente del espacio. El tiempo descubre la estructura profunda, la intrahistoria,
             crea el momento para la forma, el escenario para el horror artístico (característico), el campo
             lógico para la vileza sobrenatural.



lunes, 27 de agosto de 2018

dentro de un orden


“…y, si se reflexionara sobre ello, se tendría que reconocer que el tiempo de los milagros no es algo pasado.
Lo que sucede es que queremos verlos con ropajes llamativos y brillantes”.
‘Notas desde un manicomio’ (Christine Lavant)


Dentro de la normalidad, el espino exhibe su vigor cartesiano, el cardo
ofrece su talento expresivo, la ortiga muestra su firmeza. La madrugada absorbe el ciclo permanente de la naturaleza,
el esfuerzo por parecerse; la vida conmuta penas capitales, pues
florece el Sol con ajena costumbre y los planetas bendicen la sal de la tierra con sus gestos.

             Simplemente una flor. La tormenta y su escarnio instrumental, su escalada
virtuosa hacia la nada y el perdón; tanta armonía negada para siempre, tanto desprecio. Es muy bella, bella
como una maternidad, una carrera entre profetas, un combate de nervios. Oh, su cáliz refleja
rayos poderosos, líneas de fuego,
el triste apetito de la fortuna, ¡qué frágil su sombra compañera del frío!

Diminuta es la voz que confirma su aliento, parte de un tesoro violado. Sagrada flor de treinta años,
carne de la arena, sangre del polvo, huesos de humo que sostienen el alma. Se ha escrito
su nombre en la corteza del primer árbol, su corazón está inscrito bajo la piel de la hierba, su rebanada de pan
negro original.

             El Ángel ha caído de una altura considerable, fantástica.
Holgazanean sus ojos todavía inmersos en la divinidad, consagrados a la inocencia
perfecta del vacío; su virtud es el vicio de la poesía toda, la malsana intención de todos los poetas, su degenerada industria
calcada del odio y la restitución, algo sin límites que apabulla la palabra
y se desdice, trunca el verbo con majestad de roca, forma el cuerpo del aire con briznas de madera antigua.

Dejad de respirar, pájaros, rendíos a la historia y sus monumentos falaces. Disfrutad de la gloria
incrustada en el vientre de la noche. Desead.

La plaza del vaticano obtiene su réplica; y la avenida, moteada de antros milagrosos donde
se agita el bourbon que fecunda el cuello de la diosa, se alarga hasta el próximo enjambre, la siguiente parada de la nave
espacial. Las chicas fingen amistades, florean el riguroso
tedio a que se han visto obligadas por mor de la distancia, pues el aburrimiento
ha llegado encarnado en la rancia granada del poema, con su efecto y su tenacidad, su mano izquierda
para el fracaso y el orden.



sábado, 25 de agosto de 2018

metamorfosis


Dos puntos: el aire escupe sombra, los pájaros
inundan. Flojea el tiempo, pasa tardo, insolidario. Como siempre, un rectángulo de hierba,
el escenario futurible; sobre la mesa, el pan de ayer, el periódico, en cada plato hondo, la noche vuelta en sí,
plateada y segura. Toneladas de acontecimientos, kilómetros de lluvia, el calor, solo
dentro de los cuerpos, solo en la sangre.

Se presiente una actualización. Tiene lugar una descarga positiva, hay un acuerdo, se trata de algo tácito,
la metafísica del vacío posada en un espejo que no ofrece soluciones,
demanda su espacio literario.

             A través del fuego o el silencio, el poeta divide su conciencia:
             el verso es un cuchillo afilado en la tierra, forjado en el escándalo de la soledad.

Castillos, monasterios, dobles torreones que rozan el vientre acuoso de las nubes
con un haz de banderas sonrientes; la tinta se abre a otra dimensión que procede del sueño; el trámite es, por fin,
un trabajo extraordinario, hace falta recordar el oficio, encontrar el arrugado prospecto de la realidad.
Por el claustro, bajo sus lúcidas arcadas, copia exacta y fundamento,
corretea el eco de la redención. En el jardín, un vestido blanco, un balcón subterráneo,
prendas inmaculadas que el deseo brinda al corazón impaciente, al talento que explora los cimientos del arte,
su acerado antagonismo constructivo.

             Es entre dos almas que se enciende el retrato, cobra vida la solución
             formal, rasga el papel con furioso impulso ético, disminuye un concepto
             para afianzar el dinamismo de las descripciones más arriesgadas,
             luce su capacidad de obra e ilumina el mismo sol que florece a disgusto
             en el pasadizo discordante de la insinuación…

Ahora. Surge el mejor comportamiento de las frases, las palabras acentúan el contacto, arden gargantas
y dotaciones de aliento; en su alcoba imaginaria, una Princesa vacila, difiere la ondulación de su cabello oscuro,
forcejea con la memoria de sus padres; lleva una herida en cada mano,
el brusco estigma de la historia salvaje, ve la luz, gira hacia la luz y vuelve a replegarse,
descansa su imposible corona en el regazo de otra invicta primavera.



jueves, 23 de agosto de 2018

la ignorancia de dios


No esperen milagros. El milagro no es lo deseable; si sucede, entonces, es con violencia, luto,
desgracia y desmoronamiento. No convierte el agua en vino,
sino en sangre, no multiplica los panes, sino el hambre. Es símbolo, solamente
un patíbulo hecho de notas huecas, roto bajo la sombra del cielo vengador.

Destiny-Nicole consiguió una aproximación convincente a la entrega debida, edificó un mausoleo contemporáneo,
extrapoló, excavó en la tierra con las uñas perfectas –su manicura lívida. En aquella
cavidad, cueva o desierto antiguo repleto de pinturas y leyendas; en la pista, el mísero arroyo
doméstico donde los perros rehuían el contacto humano y mojaban los cuervos su plumaje
incontable.

La belleza de Destiny, un secreto (era su sacramento) susurrado por el primer rosal (que veía tambalearse
su primacía). Ninguna vida era suficiente para competir con su estrategia neutral, su periódica avaricia estética;
cuando el asfalto ardía en volutas de ignorancia de dios y las nubes colapsaban el cielo con palabras de una sordidez
asombrosa, y los clérigos contaban con una plantilla de autores para leer el horóscopo a las palomas y trazar filigranas de humo
sobre la alegre tierra y sus costuras.

Esta naturaleza que comprende y se atreve con la blasfemia del arte, no eleva plegarias ni bendice la lluvia que doblega
la cerviz de la hierba; que vislumbra un rayo de locura en cada nuevo amanecer y truena con voz dolorosa,
próxima y consciente.

Ningún poeta mejor que D., su espectáculo coral, el mantenimiento explícito de las profanaciones,
su corazonada aplicable al sueño y al exilio (por igual). Estábamos en blanco y negro contemplando un atardecer
adusto, asintomático, automático como una maravilla inversa; ella silabeaba su retoño,
diseminaba secuencias para las semillas, para los débiles tallos, los robustos troncos de labor variable; ningún
poeta superaba su ausencia, ¡acaso Keats habría mejorado el convencimiento general y audaz de su inmadura vorágine,
su tronchante majestad?

Ya en el Pacífico, ya en otros mares redondos como castillos de arena,
envueltos en gotas millonarias y chorros moribundos, agua por todas partes, bendita agua milagrosa,
propicia al bautismo y la restauración. Ya bajo el suelo corsario, nieve en polvo, polvo de la maestría estelar.
Nadie esperaba el milagro, otro prodigio de la imaginación. No hay tanta luz
en los ojos tristes de la máquina, tantas almas a la sombra del cielo acusador.



martes, 21 de agosto de 2018

versos a la altura del crepúsculo


Y se dejó caer, rodó por la túnica suave
del aire que corría, ¿desde qué altura? Un prado se apartaba, pero no era
azul, no era verde como el mar, ni se arrugaba preso del oleaje y la tormenta; se anunciaba un rumor de rosas
inocentes, linchadas en aquella sordidez de tempestades y catástrofes, no era el infierno, ni el fuego
corroía la esencia de la noche perpetua, ni las almas debutaban en el baile.

Deslizándose como un reptil dorado, ingrávido, con esa naturalidad
sobredimensionada, ese atónito reencuentro con la tibieza y el delirio. Durante un millón
de años se sintió caer en el vacío y el estruendo,
recapacitó, vivió una vida plena de respiraciones y diálogo, saboreó
sus crudos momentos de gloria.

Durante una vida pulsó sus labios contra el mural del viento, atenazó sus ojos con la mirada de un halcón
perseguido, inquirió a sus mayores, fue herida por un sable de nieve, abatida
por un rayo temeroso. Compuso ademanes de furia, de estilo, dio ejemplo y templó sus cuerdas al filo de un horizonte
imperdonable; fue árbol germinal, columna del invierno, y fue palabra
dulce. Arrasaron sus ojos hectáreas de cemento, huérfanas avenidas,
lagos con su velo de coronas, cruces falsas y cruces encantadas, focos de pasión.

Se dejó morir entre dos aguas: una cálida (la otra, lágrima);
recitó al descubierto con su mejor voz grave y agradeció el silencio de las flores, la luz
preciosa dibujada en la atmósfera, su melancólico ceño, la fortuna grabada en cada nombre de la primavera.
Bailó junto a un sifón de truchas formidables y trasteó con los huesos de la gente.

Era un clamor, de nuevo como un gesto de la aurora que rompe, desborda
la paciencia del método, anula el sereno epitafio del tiempo; ah, con sus mil rostros
definidos, los mil atuendos de la gracia, las mil huellas del perdón, sus mil frescas gargantas afinadas.
Se derramaba de pronto sobre el cielo, ¿desde qué altura?
Cantaba con el tamaño del mundo dentro de su pequeña sombra, la superficie del sol en una mano terrible,
llena, profundamente llena de amor.



sábado, 18 de agosto de 2018

como mueren las nubes...


Como mueren las nubes en el pico del águila
y se arrojan las alas contra el miedo perfecto,
la sensación de estar en otro mundo, sola
en el mundo infinito donde es dura la hierba
y comparten el tiempo las ciudades doradas
consumidas en llamas y los crudos silencios
apegados al campo y su frecuencia, donde
crecen cabañas grises, caballos sin esgrima,
árboles secos, nidos, gruesas empalizadas
extendidas en nombre de la libre conciencia.
Como todo se muere en un salto de aguja,
en un mismo sonido destinado al fracaso.
Cuando el arte es un sueño que se mide en hondura,
se mide en puras lágrimas y en esquirlas del alma,
y en hondas soledades hurtadas a la tierra,
y la voz permanece sobre todos los pueblos,
sobre todas las manos y todas las plegarias.

Es un mundo perfecto, es el tamaño exacto
de la sangre que corre, el sólido latido
que no se apaga nunca, trompeta, cielo, piano,
haz de luz derramada como si fuera luz,
voz que viene tallada en un tallo de voz,
lengua de fuego arisca, lóbrega nuez del aire,
senda por la que fueran a coronarse imperios,
ángeles estelares, jóvenes mitos hechos
a imagen del deseo y la desesperanza.

Como mueren la nubes en el pico del águila,
con el mismo contraste y el mismo contratiempo,
y la misma viveza del pájaro enjaulado;
como el tiempo desnuda la apariencia del tiempo
y la tierra concede, con violencia, el descanso
completo y la fortuna de no volver, el éxito
probable del olvido, la frescura del vértigo.

Nadie abrirá esa puerta clavada en el espacio,
partida en el umbral deshecho del futuro;
¿quién vendrá a contemplar la levedad del polvo,
su longitud airosa o su temperatura?
Hay un abismo, existe un vacío constante,
pero siempre en un grito, un concierto de sombra
a la sombra del aria que concita la orquesta
y los perros airean con su fiel movimiento;
hay un eco inocente que también sobrevive
en la línea maestra y el declive culpable,
en tantos corazones y tantas inventivas,
en el vuelo más simple y la nieve más cierta
como un ave gloriosa o una verdad sin tacha.


viernes, 17 de agosto de 2018

la pobreza de vivir


Entonces
examinó sus alas,
apéndices encharcados de terreno, tumores débiles, y las redujo
a una cuenta minúscula de cristal en su espalda.

La Avenida era un antídoto contra el tiempo:
lo que se tardaba en recorrer. El tiempo simulaba mera reciprocidad
lineal, sus propiedades bíblicas en descenso continuo sobre la fauna de la existencia, la farsa
de la realidad humana.

Fue triste
y duro dejar el palacio de los perros, olvidar el futuro y rebajarse,
peonza, libro enjaezado en oro, metáfora aparatosa. Y derramarse líquida y sensible,
víctima de la tierra. Dolía el aire
en las entrañas, un viento con olor a sangre. Reconocimiento por elevación: el cometido, la noticia de llevar 1$ en el bolso,
el fajo miserable, la falsedad de mirar a la luna con ojos renacidos.

             Destiny lloraba tanto; eclipsaba los heroicos
dedos de la noche con su llanto, retorcía el espinazo del mar con su llanto, que era algo terrible
nunca visto, deleznable y odioso. Su belleza
viraba hacia la nada, miraba hacia un abismo concreto abierto en la pintura,
volcado en sinuosas elipses.

La verdad de llevar un alma entre los labios,
de ser piel antes que espíritu. Su carne en el montículo del ser, agarrotada en la niebla; o habría que tirar del hilo
negro, cortar el cable verde, elegir la rubedo del oráculo.

             Eran alas de miedo, superficies absurdas cuya
             morfología desafiaba la imaginación del verano.
             Su primavera despuntaba hasta la sorda cúpula de los minerales, con esa mineralogía
             exótica y abundante, cierta floración exagerada en el mundo.

Su cara debería haberse contraído en una mueca celeste, debería
haber ardido al contacto de la felicidad, pero solo mostraba la sonrisa del cuervo, el espectáculo prosaico
de la contradicción.



miércoles, 15 de agosto de 2018

ni pizca de luz


Tenía un interés en ser como Nas, indestructible; Nas
ha caído del cielo, su lírica iba sonriendo por los aires.

             Atentos: el monte es la profanación,
el despilfarro de la altura, contiene una prodigalidad de especies, un prodigio de prestidigitación
evolutiva verdaderamente envidiable.

Novedades y aforismos cómodos, poesía
japonesa para salir del caso, costosas eucaristías, niños procesionarios,
camiones oruga y alteraciones catastrales. La castración de una comunidad de propietarios, la hecatombe
municipalizada, a domicilio; un grifo en cada hogar, una caldera en cada hogar,
un infierno.

La lluvia siempre trama
algo sobre la tierra, algún espectáculo sin rima, un trino percuciente,
persuasivo, inocuo. La lluvia es el mar, y el mar, la oscuridad, pues, ¿qué volumen oceánico
opresivo e ingente, repleto de vida no absorbe un solo cántaro de luz? El poema
difiere al tocar el suelo basto, intolerable y continental, se decanta
por el drama, sin escrúpulos.

             Normalmente, Nas suena a pastel de nata y leche de almendras,
             nada de huacamole, ni de niños pequeños arrimándose al altavoz
             principal con los ojos en blanco y las manitas muertas a lo largo
             de las invertebradas costillas colegiales.

En la puerta –¿de dónde viene todo ese humo? Las chicas admiran, al azar, un cuadro de Magritte,
cualquier encapsulamiento, el mundo encapuchado. Pero hay cosas que no cambian,
poseen ápices inconcebibles. El verso se dulcifica,
ya no se escuchan tiroteos ni intensas discusiones filosóficas. El ruido de fondo es de una morfología aeroespacial,
se escucha un manso abracadabra trucado de sosiego.

Ella quería ser como Dr. Dre, tan peligrosa y tan rotunda,
dueña de esa solidez epidérmica y facial, ese ritmo batiente y musculoso, como de patria chica (#straightouttaparadise!),
como si ondease una bandera negra contra la sombra turbia de un nuevo ángel descarriado.



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