En su corazón se asienta una ciudad
roja como el baile, un desierto azul como la hierba.
Alto corazón con sangre de paloma. En
la ciudad todos piden auxilio, desde la enfermera
guapa vestida de blanco, hasta el
reverendo en busca y captura; el agente de bolsa y la detective de homicidios,
todos buscan la verdad en un grumo de
café, la belleza en un gramo de cocaína cortada con speed barato
y desamor. Los edificios ruegan
misericordia, bien tallados, obligados de estatuas y mármoles peludos;
son raros edificios de diez plantas
sin escalera de incendios, bien acabados, remachados de estatuas
y pivotes, rampas aerodinámicas para
ver las estrellas. En la terraza, toman el sol desnudos los caballos negros,
aquellos jóvenes rezagados.
En su corazón el baile se torna una
amenaza (la raza es importante,
novelística). La tarde cae ausente
sobre el sueño de la luz, que yerra una y otra vez su aprendizaje.
Lo correcto sería sucumbir al encanto
efímero del arte ciudadano, hecho de esferas y tiempo que perder. Lo difícil
es no fingir ante la
industria que ensaya fórmulas sofisticadas de practicar el desastre.
Por la avenida, que repite sus tramos
característicos, circulan los abetos de una vida mejor, las navidades
del padre y un mes de vacaciones
pagadas en un infierno-tipo (nada de trabajar durante el mes de vacaciones
pagadas en el infierno). En la ciudad
el trabajo no existe, no insiste -por el momento-, hay un paro estructural que
no permuta
ni se detiene en estadísticas.
Distintos ángeles se ocupan de limpiar las calles con estruendoso batir de sus
alas
largas como tablas de la ley,
enunciadas en idiomas ocultos.
Su corazón favorece el dulce empeño,
la sinceridad que daña por igual y completamente a la familia.
En la ciudad hace años que los árboles
pasaron a una vida diferente, más subterránea, no tan a la vista, pasaron a ser
dominio público invisible, como si
fueran billetes grandes, obras de arte al alcance de la pequeña burguesía
no-ilustrada, despiadada, inútil en
términos tradicionales. En el desierto florecen las arterias deducibles
y una renta per lápida -superconductora-
que achicharra las fiestas de guardar; las palmeras han dado paso
a un césped irritable que no se puede
fumar.
En su corazón hay un estanco donde se
vende amor
en frascos de nicotina gris; oh,
tristes hilios inflamados, hilos de humo como antiguas señales.
El amor recuerda un instante de
benevolencia y una eternidad de ayuno. El hambre es el defecto, el efecto
expresivo de esta clase de amor.
Llueve sobre el asfalto al rojo vivo, la lluvia ácida percute
y abrasa sentimientos con cadencia
estipulada, doméstica. Las estatuas van cediendo su contenido formal hacia la
curva
abierta de los planes de futuro, como
personas corrientes. Ella se figura una alteración
depende de qué estilo, sin
tribulaciones, el largometraje de su existencia pasado a fúnebre, fatal
velocidad,
a toda máquina, con las máquinas a
pleno rendimiento de sus engranajes palpitantes.
Y entre tanta fidelidad cruza un atajo
de sombras que no se inspira en nadie, toma aliento en la espesura.
La redención atruena por debajo del
mar como un seísmo controlado. Ella aduce una infección espiritual para deshabituarse,
un dolor agudo en la parte que ama y
linda con el resentimiento; dice que va a portarse bien, pero ya no lo cree
porque lleva una ciudad abandonada y
un desierto en mitad del corazón.
JR Artist |