jueves, 29 de octubre de 2020

algo de anne sexton en líneas generales

 

Escribir por escribir;
el poema se describe solo, se tacha, está en racha, se borra solo (se emborracha), se obra
como una casa en obras donde vive la gente corriente (sola).
 
La autora genial quería su fanzine independiente, lo nunca visto de lo nunca visto, y obtuvo
una instantánea fósil de papá y mamá festejada
de inmediato por la crítica:
mamá que era lesbiana pero como si no, papá que zurraba a su prole con el cinto, pero sin maldad –pelillos
a la mar–, porque empinaba el codo y no se podía
contener, de lo más comprensible. De eso va el texto en líneas
generales, algo de Anne Sexton en líneas generales (entre líneas aparece gloriosamente en blanco).
 
La gente del montón es gente comercial, gente obsesionada con la melodía de los materiales, sacos de cemento,
vigas maestras, escalofriantes monosílabos. Por ejemplo los que visten bien, los que hacen ejercicio,
los que no beben más de la cuenta, comen con moderación,
los que pueden ser descritos con elegancia común y economía expresiva, con dominio de la técnica
narrativa impartida en los talleres literarios.
 
El poema va y se escribe solo (cruza solo la Avenida, entra solo en el Parque después de las ocho)
como en una pared, una puerta de hierro, docta escritura automática, tinta
invisible y agua de limón, indivisible escritura (proindiviso) propia de un taller de reparación.
Al César lo que es de dios. Sin creer en dios el poema, sin embargo, se persigna,
se arrodilla ante el altar del éxito (o del léxico: es un negociante, a su manera).
 
Escribir: por aquí merodean los Ángeles, es como un castañeteo
ilegible de palabras y espacios, como un silencio discrepante. No es que existan tanto, no es que haya que creer. Pero
Angel-Haze, Destiny, Aaliyah, Destiny®, prefieren el mundo. Como Musas se muestran
anodinas, vagas y maleantes, inspira más un joint, un recuerdo cualquiera, una película
romántica. Y así no vamos a ninguna parte. Es por escribir, por no hacer otra cosa; al fin y al cabo
es lo normal, tiene forma neutral –estilo andrógino– para ser tan angélico; la crítica lo desprecia por sus adjetivos
calificativos, su gonorrea musical. La crítica lo desprecia, pues sus protagonistas
son sistemáticamente originales.


martes, 27 de octubre de 2020

all you need

 

El amor se nos va por el destino
como una corriente alterna, un rato así, un rato no; es el amor
despejado y conforme, como cuando te miras al espejo y ves a la persona de ayer, la cara
del espejo, un secreto autónomo.
 
Desparece entre vaharadas de pánico,
toma distancia entre siluetas envueltas en el eco de la vigilancia, el malestar de la apuesta,
la sonrisa del sastre. Se ausenta a su ritmo encabronado, va detrás de un río
consumista (el mismo río conspirativo del amor). En una biblioteca monástica, resplandece su fórmula
magistral, atemoriza verlo ascender ascético y voluble, espadachín, mosquetero
de la reina, duelista insatisfecho.
 
Ausentába-se distante, descalabrado sin un solo órgano, ajeno a la música del órgano que llenaba el ábside
de plumas cantantes y sacralidades, luz y rayos de luz, átomos fariseos,
y érase un fracaso su estructura, su quinta parte de la ley, leve y misteriosa, su córnea y su bicefalia,
tanta ruptura simbólica; (repetimos) luz y rayos de luz, personas que levemente se interesan por la vida,
se interesan por el arte y la violencia, personas amantes que tienen un trabajo
importante, o tienen un trabajo
de mierda.
 
En la novela y el verso, el amor se abstraía
cobarde, se enojaba con alguien y no veías el final de su progreso. Eran por norma parejas íntimas, voluptuosas,
de las que llenan las cocinas y los recibidores, los pasillos, y se asoman a todas las ventanas, a todas
las terrazas abarrotadas de probabilidades, y luego desayunan
esas cosas raras que luego desayunan. Y luego hacen deporte y salen a todo correr
(y lo hacen para no volver jamás).
 
El amor se hace polvo entre flores de barro (es un truco de magia), burla
como un ave los garfios de la noche. ¡Ah!, la oscuridad del mundo se nos avecina como un poema
roto en manos de la historia. Y ni nos dimos cuenta de que el tiempo cedía en su avalancha,
cedía en su avalancha
y ya no se acordaba de nosotros.


domingo, 25 de octubre de 2020

aparcamiento de versículos pesados

 

La poeta feliz, el poeta cordial, amable y ¡qué risueño! (¡el que no se ha
sentido acorralado!). Nota Bene: para escribir Poesía hace falta haber sido acorralado. Ni hacer
cumbre en el pico más crecido, ni sufrir una depresión
endógena aparente-
mente progresiva (progresista), ni apostar por el apalancamiento creativo (al contraataque),
simplemente haber sido acorralado –hecho es
simple (esto es un sample)– acorralado como un rambo cualquiera, como un animal acorralado; también
por la vida, sin aspavientos, sin un talento especial para la privación
y el abandono.
 
El poeta feliz, la poeta cordial, amable, siguen los pasos altos de la noche (que cubre
demasiado), pero no hace falta haber sido testigo de un famoso atardecer en Santorini, ni del espectáculo
circense natural del alba resurgente sobre Grand Canyon: cualquier ciego que haya recobrado la vista
admirará la oscuridad.
 
Literatura. El filón editorial se muestra arisco y es necesario
domarlo por las buenas; se aparenta (¡atención,
se aparenta!) un legendario buen gusto literario, interacción y cosas por el estilo. A cada paso, un nuevo
tropiezo, un agarradero. La cumbre se entrevé bajo la altura, cerca del cielo en bruto del vacío, a veces
cuesta sangre alcanzarla, pero no garantiza la gloria
ni el espacio privado, ni siquiera
una caída sin mácula.
 
Somos gente normal. El tipo de gente que sonríe con paciencia,
que no ha visto el mar, la clase de gente que redunda, que aparece, se extingue y equilibra el mundo. Somos
bastión, nuestro poema acaricia las alas de los ángeles (¡Destiny®!), es tan maternal
como autosuficiente; recluido en este
gigantesco aparcamiento de versículos pesados, yace como una aurora desmontada,
un mástil triturado por el viento. Yace a la sombra perfecta del perfecto rosal dickinsoniano vecino de los trenes;
y nadie lo ha escuchado todavía.


viernes, 23 de octubre de 2020

ese don

 

En la sala de espera (es el vestíbulo de la estación), Destiny® lee una novela
corta. Escribe con dos dedos –código morse–, escribe con las uñas pintadas de pintura, dilapida
todo un elenco de recursos antirrítmicos. Mientras escucha lo último de 9th Wonder, la última llamada
al desaliento, mientras inspecciona el nuevo grafiti de la puerta del baño, memoriza el último
chiste malo de la crew.
 
Está aquí mismo, con su precariedad novelesca, novelada,
interiorizada como una enfermedad o un sentimiento, con su lucha de clases
intacta, esa instalación no artística, no efímera, que la representa. Sigue el paso titubeante de los débiles, sonríe
a los ancianos con exquisito tacto, ofrece su boca de lluvia a los peregrinos sin rumbo.
 
Destiny® lee sus novelas extranjeras en la lengua nativa de otro cuerpo (llamadlo traducción
simultánea, ubicuidad). Este don de lenguas que posee, don de gentes,
esta manera de situarse en todas partes y hablar en el idioma de la fe que se pierde, de la luz que renuncia,
del frío que amortigua la caída del cielo a media tarde.
 
En el vestíbulo de la estación, en la terminal del aeropuerto, en la fila insolvente de la resistencia,
en la habitación del pánico. Su libro se titula Poesía, siempre acierta: barro se llama;
su libro lleva el nombre de una novela cualquiera
no publicada, no deseada como un hijo no deseado, abortada en el preciso
instante de la revelación, reducida al momento incompleto (ficticio) de toda obra descollante.
 
La inspiración termina en un segundo; pero la novela exige clarificación y distintivos, galones de combustible,
pintas de cerveza, malas pintas, extravagancia y una mirada impura, algo del sur, algo del norte,
incómodos divanes, frazadas polvorientas.
 
Respira, inspira, Destiny® sonríe con la mejor sonrisa de la galaxia en curso,
con la mejor maqueta del ensayo en ciernes, la filosofía de la emergencia, la historia de la historia. Su mano
procede de un cuadro antiguo, sus labios pinchan como las espinas de una rosa tímida,
su materia se funde con la materia inapelable de los sueños; y de todo ese tiempo
surge la verdad, ahora envuelta en el fondo inmortal de la distancia,
hermosa como nunca fuera desmentida.


miércoles, 21 de octubre de 2020

todo el arte

 

Ella no aporta una sola pizca de maldad al cúmulo
grotesco de nuestras convulsiones, nuestra rutina del miedo. Sin la certeza de un juicio sería insoportable
tanta violencia, pero ella no añade ni un gramo de pesar a nuestra angustia, no contribuye al desierto
infinito de nuestra orgullosa corrupción con un solo grano de arena, con una sola gota de agua
al mar allende de nuestra conciencia atroz.
 
Todo resulta insoportable, todo forma
parte de un movimiento indigno; todas las palabras (osario, sepulcro, cementerio… son todas la palabras)
suenan a huesos calcinados, huesos frescos, toda la literatura conduce al mismo pasaje de Danilo Kiš
(oh, sí, a esa escena en concreto), todo el estilo se condensa en una página de Irene Nemirovsky,
cabe en la desesperación de Richard Wright,
en la tremenda poesía de Baldwin. Todo está ahí, descendiendo de los cielos con premura,
ascendiendo en la gama de la desolación, triturando sonrientes calaveras.
 
A ti te arrancaron la lengua, a ti te colgaron de dos garfios por los ojos, a ti… Habrá un juicio. Será emitido un veredicto no divino;
no en vano la tierra es tan redonda, tan insensata que siempre vuelve al lugar de los hechos, no en vano el tiempo
ocurre y se inmoviliza y permanece en su sentido no solo en el recuerdo, no solo en los libros, no solo
en la narración de la historia, sino también en el espacio, indeleble,
guardado celosamente como una joya putrefacta.
 
Ella es cruel. Y podría detener el curso de los ríos más fuertes, cortar de cuajo la longitud del viento. Ella
podría liberar estruendos y asombrar auroras, producir el colapso de la noche serena, decapitar el alba,
envenenar a los primogénitos de la nación aria.
 
Ahora volvemos la vista atrás y la suma del ayer arrasa nuestro olvido, echa gasolina al incendio que nos crea,
nos borra la poesía de la palma de la mano y nos atiborra de ansiolíticos, aprovecha nuestra
decepción. Esto es culpa de la esfericidad, culpa de la rotación desalmada de los cuerpos astrales, culpa nuestra,
es nuestra responsabilidad; hemos de creer como hemos de morir. Pero dios
ha pasado de moda, es pasado y apesta, nos atribula e ignora. Lo que tenemos nos falta como un minuto
extra, un segundo de felicidad, como un hilo de sangre
o un río de lágrimas.


lunes, 19 de octubre de 2020

planos de fontanería urbana

 

Primero cuelga al poeta, después llora bajo su horca.
(Orhan Pamuk)
 
 

Es un procedimiento. El poema se arrebata,
impulsa la doctrina, esparce un conglomerado de turbaciones, santifica
una geometría cromática ideal. A veces el poema expresa una gigantesca red de alcantarillado,
bucea en el Bósforo o recorre el laberinto romántico de Bcrst, arenga con su fraseología
estambulita, bucarestina, saca pecho entre las multitudes,
pone sobre la mesa rascacielos,
avenidas condales, gorriones de combate, palomas gruesas, tanto asfalto.
 
Sometimes, un barranco desaparece del paisaje y se instala en el ángulo
ciego de la memoria colectiva. Nuestro verso
fallido como un estado de shock, nuestro verso alejado, menesteroso, con el vaso de plástico en la mano
viendo pasar la gente, viendo pasar la vida
al ralentí.
 
Es como una piscina medio llena, la poesía. Hace calor, el barrio
fructifica, cría leones que no miran al cielo. Es un escupitajo en mitad de un gran charco
azul marino. En la ciudad. El poema se encarga del paisaje, lo saca a pasear (curiosamente). Ondas
sinusoidales de población constante: México DF sella una obra
instrumental, una plaza con números de sobra.
 
Ahora tenemos detrás una turba de poetas malcarados, furibundos, que buscan un oasis, una urbe
con trazas de grandeza, la sombra capaz de elevar su entusiasmo
político como quien sube la persiana de un espacio interior.
 
Qué claridad de intenciones, qué modo experto, unos sin estilo,
abonados al mérito y la irrelevancia, otros nacidos consonantes, nacidos libres, con alma y todo,
con un libro, con la seriedad ciudadana y esa mirada fija de las conurbaciones,
ese perfil estresante. El poema tiene un modelo entonces, encuentra sus raíces, su fibra
monotemática, su teorema. Nos avergüenza
mostrar el pensamiento, pero tenemos la butaca reservada, un sitio aislado a la diestra
de la competencia, dentro del humo que protege la masa forestal del horizonte.


viernes, 16 de octubre de 2020

trabajos verticales

 

Transatlántico. Varado en la Gran Montaña Armenia, el crucero de diez pisos
obedece a la lógica, o es un petrolero agonizante, un carguero hasta el limbo de contenedores. Viviendas
de trabajo vertical, habitaciones con pistas acerca de los pequeños terrores cotidianos. Glaciación;
sistemáticamente, el hielo reduce nuestras expectativas, oscurece
vidrieras, nubla los puntos negros de la noche. Esta es la razón de las palabras
particulares (puerta con puerta): su particularismo. Transatlántico, martes/trece, oscuridad
y gelatina de fresa.
 
De la poesía se extraen archivos descomprimidos por casualidad. Descomprimir y apalear; manejamos materia
apaleada, de eso se trata, montañas y funciones de onda. Ordenamos el lenguaje
con herramientas incultas: azadas, motosierras, miércoles de ceniza. Cuando llueve
es ceniza (no granizo). Volcanes nocturnos, pataletas de una naturaleza
cañí.
 
Belleza, es decir (v.gr.). O sea. No. Experimental, Rudimental, Plastimetal. Nos vamos por la zona,
todo esto NO muerde. No puede decirse que (no) sea mágico. Nos precipitamos encima de la voz, otra voz,
argüimos nuestras contradicciones poéticas, nuestras hostias
aconfesionales.
 
En la alucinación número trescientos 23 (323), una nube de polvo, varios zombis:
heroinómanos con la máquina en el bolso o colgando del brazo, bombeando frecuencia
y nesecidad (¡bien dicho!). El poema se resiente, por tanto. Es consecuencia de algo, se bambolea tristemente,
carraspea porque –se presume– es portador del covid-19 y su incipiente actualidad, sus cifras rimbombantes,
así como de su rango gráfico formidable.
 
A la vencida: Transatlántico. Es fácil confundir los términos y Trasanláctico, según se mire. Esta
fijación tan enfermiza y customizada, este susto intraducible que nos llevamos. El viaje es hacia la lengua materna,
la natividad, hijos nativos de la industria editorial y sus efluvios. Nos precipitamos. Sobre una hoz
amartillada, sobre un banco terrestre. Arenal. Es la geología
nacional que arranca vacilaciones y nos retrotrae. Nos convence y nos vuelve
ágrafos para siempre.



miércoles, 14 de octubre de 2020

palabra de honor

 

Pues existieron príncipes (si la conciencia
obrase como campo vibrante, general y sensible, de nuestras emociones), también
el porquero ambiciona vivir a cuerpo de rey. Mas el cuadro todo lo silencia, la belleza
efímera de la nevada, el carácter del sol.
 
Ella tiene hambre y sed, también desea su línea de guión, su traje espacial, su Estocolmo
dorado, las trenzas y el estanque. Frente al Arte, se consume
como una vela que devora su esencia. En su pensamiento, la belleza existe
solo en un estado, es un perfume social, la consumación del futuro. Mañana
habrá nacido el sol de nuevo, será un día de caprichos y enigmas; el futuro arde en los bises de la historia,
siempre suena a canción de despedida.
 
Entonces, la chispa se derrama, la mente gira y contempla
el milagro de la pausa. Es una charla amigable y completa entre objetos virtuales, seres
distantes, héroes del fake. Han visto el mar y su nostalgia ha perdido la cuenta de las lágrimas (en su interior,
interferencias que ponen en peligro la integridad de la forma).
 
Metafóricamente, digamos que se piensa; la idea
se condensa y fluye como un caudal de plata, un río indispensable. Sigamos la corriente a la realeza,
seamos príncipes injustos. También el artista merece un planeamiento, una esquina a su nombre. Un maravedí.
 
La idea sale a ver mundo, lleva una medalla al cuello. Es
una mala idea (la gente está en su derecho). La gente se explica, debéis comprender la noción del espacio
vacío, el diáfano concepto de la mística. En el poema se expresa una verdad
sin límites, extrovertida, mostrenca, borrada de un plumazo,
pero cierta.
 
Sabed que la belleza es un elemento
tentador, sus tentáculos se expanden y llegan a lo más hondo de las almas,
su frente lleva en la frente un símbolo prohibido, es portadora de la angustia y el sentido ebrio de la vida; su carne
es diferente, tiene un sabor a sombra, un gusto endemoniado.


domingo, 11 de octubre de 2020

fenómenos casi normales

 

Paisaje es la primera palabra, la segunda
es Milagro. Con ellas puede construirse el Mundo.
 
El Paisaje consta de una dimensión pura, hay un campo que lo permea
todo, una ciudad incomprensible-
mente abierta, con su Avenida de San Diego años setenta, su Avenida South Presa (2011).
El parque es
colateral, figura en el callejero de la noche anterior,
pero de noche es mejor no divagar.
 
Eventos que proceden, cosas hechas,
cosas que agradan al espectador; para el milagro puede contarse con un Ángel
(no con dios), su presencia (no su existencia) podría considerarse recomendable (no necesaria). El milagro
resulta ser una profesión, es un artilugio profesional, de mucho oficio,
aconfesional también.
 
Con dos palabras se construye un Mundo, dos
estados de confusión, dos estatuas plantadas sobre la eterna cumbre del olvido, el campo
cuántico que describe la única fuerza que se te va por la boca, la fuerza
del lenguaje.
 
El poema es simplemente función de onda,
función de obra, no funciona sin casco y guantes de soldador, sin la sierra
radial, el martillo neumático y el arnés de seguridad. Picando piedra se consiguen ilusiones a crédito,
es más sencillo que rezar en una celda de excel,
más fácil que ocupar la casilla de salida del tablero de ajedrez (¿qué casilla es?). Los dioses,
son contribuyentes netos a la industria de la salvación individual,
hay toda una liturgia (¿o era una metalurgia?) para eso.
 
Paisaje suena como un bulto en la axila derecha, suena a universo
pendiente de crear(se), a falso vacío en busca de una escalada redentora. Milagro suena a rombo o a fuego
a discreción, a visita inesperada. Las vemos en el cine –las dos
palabras juntas– y cada una nos entra por un ojo,
y cada una es medio nueva
en realidad.



viernes, 9 de octubre de 2020

travesía

 

Nos situamos en lugar aparte, donde las piedras
caigan de menor altura: es nuestro ámbito. Aquí esperamos la muerte
sin mover un músculo, tempranos frente a la eternidad, sin esculpir el mármol
ni componer epitafios glaciales, sin preguntarnos por las flores adecuadas, la calidad de la madera,
el tiempo que tarda en calcinarse un cuerpo, ni a cuántos grados de temperatura hierven
las heridas.
 
La luz se malogra y solo indica un atajo a la música
(electrizante), una guitarra eléctrica sin batería, un bajo y a otra cosa, una piel percutiendo
en la conversación (un piano en la memoria: upright!). Nuestra música se sitúa en torno al horizonte,
revolotea como un buitre de buen gusto, una paloma
negativa. El canto asciende y se remansa, es el agua detenida en los cúmulos, es el agua que recorre
un circuito inverso (el pasaje de la Poesía).
 
Trámites y desencuentros, los ahorros de una vida puestos por escrito, parafraseando
la locuacidad de Emily, interpretando su belleza ecuánime. Nuestro
ecualizador sensorial es su campo de violetas. Merecíamos un campo y pisamos un pedregal vastísimo,
somos propietarios de una tierra sin fondo, de un vacío
elocuente que pesa demasiado.
 
Nuestro verso se aclimata, sin embargo. Sin embargo, partimos de la base
y calculamos el nudo pitagórico de un espejo cóncavo
cualquiera, ligamos bases con Sara Socas y sus benefactores, somos heraldos del KRIT, criados a la sombra
y el duermevela del KRIT; salimos al escenario a velocidad cadilláctica,
reverenciando su corona de espinas.
 
La música nos comprende mejor que los célebres poemas de la gloria: el verso no nos saca de apuros.
Viajamos por el cielo encapotado construyendo, gota a gota,
una pared imaginaria; nos arrimamos al Arte, que no nos considera. Ah, nuestra
soledad es nuestra fuerza, nos acompaña como un pitbull
lazarillo. Estamos en las nubes y nos mata la sed.


miércoles, 7 de octubre de 2020

aliviadero

 

No hay jardín. Es una verdad como una casa. Las flores crecen
arregladas, pero inanes, sin un hogar, sin patria potestad, sin clase. Ahora, uno puede
medir el tiempo que transcurre aplicando cualquier variable que le apetezca, por cualquier
cosa que (se le) ocurra y sea mensurable, sea medible y pueda ser atestiguada.
 
La cantidad de pantalones que te comprarás mientras vivas (no es muy grande). Y todavía te acuerdas de aquellos
grises que tanto aborrecías: es un recuerdo que te acompañará hasta la tumba. Hay quien recuerda
los golpes recibidos, las horas del amor. Hay quien se acuerda de las mañanas
arrimadas al cielo fulminante, del sol atardecido y personal, del timbre
atronador.
 
Acaba por contaminarse, la memoria. Acaba por ser una trampa; y pudo ser
paño de lágrimas, fuente de placer y estancamiento. Recuerdas el poema que te hizo mirar hacia atrás con precaución,
las canciones que arruinaste en la barra del bar, el tiempo religioso de la cárcel, y ese silencio
auténtico.
 
Está la fatalidad de las personas que conoces; las cinco mil personas que vas a conocer a lo largo de tu vida, mil
personas, un centenar de ellas, un par de familias monoparentales,
disfuncionales, unos padres arcaicos, gente de secano, del sótano, gente arisca y vertical, todo el día
pensando en las batuecas, que si llueve o si deja de llover.
 
No hay jardín, pero hay tierra de por medio,
surcos concomitantes que has labrado con tus propias garras. El mundo te ofrece
pantalones que te aprietan la cintura, que te quedan holgados, ridículos de pata de elefante, de pitillo, pantalones
de faena, trajes de seda con manchas y desgarros.
 
Sabemos que la realidad se enrarece con la lejanía, en las distancias cortas, cuerpo
a cuerpo. Las galaxias lejanas son inexplicables, la sombra de los campos cuánticos es alargada, el vacío
te mira a los ojos y te entran ganas de llorar. Tan bella, la rosa es mera arquitectura emergente
a imagen de la nada: ¡mírala al microscopio! Luego, ponte los pantalones
nuevos, sal a la calle y aplasta esas flores
que no existen.


lunes, 5 de octubre de 2020

algo superior al verso

 

Despersonalizada, la luz vuelve a las calles. Las chicas salen del aula
y se dirigen –son teledirigidas– al parque más cercano, bromean, cuchichean,
aluden a las columnas de humo, cuentan bocinas,
siguen el campaneo inmisericorde de las aves; compran chucherías en aquel puestecito aterrador
(protagonizan la sitcom del extrarradio).
 
Hay otra poesía de alto impacto: papá entrando en casa de puntillas, llevándose un dedo a los labios,
ssshhh… (algo palpita en el recuerdo, algo superior al miedo). En teoría,
las chicas salen del colegio y se liberan, encienden cigarrillos
rubios, cortan el aire con su nimbo corporal.
 
La casa está vacía, es un muñón de la ciudad en llamas,
sangra baldosas, marcos y ventanas, lleva la pintura en la sangre. Dentro, el padre
dijo adiós hace mil años (mamá
fuma sentada en la escalera de algún otro edificio paralelo); los perros
no se atreven a mirar.
 
Cosas ingenuas. Las chicas salen del trabajo con una sonrisa
abatida, encienden sus pitillos, conspiran contra la realidad. A veces ocurren accidentes
a cámara lenta, gente que se precipita, entonces, la fábrica se convierte en un plató de televisión y la oficina
apesta a alcohol medicinal, pero la ambulancia solo se salta los semáforos en la pantalla.
 
Hay una poesía de alto rango que flota en el ambiente como algo
más oculto que el miedo, camina por el barro con la frente alta, se dirige al parque más cercano
y canta, muestra una educación que no le pertenece. Su voz tiene la piel oscura como el cielo, la piel tan clara como el agua
dorada por el sol.
 
La luz salta a los pájaros, las chicas afilan los colmillos del hambre,
hacen sombras con el mundo, golpean sin compasión, su poesía muerde como el hambre, produce las bases
en el corrillo del parque, llega molida a casa
buscando a tientas un hilo de silencio.



Léon Spilliaert (1881-1946) - Vértigo

sábado, 3 de octubre de 2020

y sentimos piedad

 

En algún cielo con hache intercalada, en alguna región inobservable,
late la coherencia perdida de este mundo. Destiny® ha aparecido en un espacio
chato, llano, que no te cubre la cabeza, es decir, en el campo mondo y lirondo junto a la hierba y los arbolitos
quemados por el sol, junto a los senderos calcados unos de otros, cerca de la plastificación de la memoria.
 
Ahora tenemos una troupe de Ángeles sin sentimientos
(visibles), vanguardia literaria de muchos quilates, una reunión seudorreligiosa de muchas
mentes intratables, muchas almas, álamos y alerces, la juventud
reventando de felicidad y aseo, la fortuna del cuerpo dando a luz.
 
Y sentimos tanta piedad, tanto equilibrio. Dentro de la manufactura, como parte del entendimiento
particular reservado a los seres inocentes, como extracto de un trabajo
delicado y sencillo, aparece el fulgor
del verso varios metros bajo tierra, bajo el agua que te cubre una cuarta
por encima de la respiración, separado del Arte por la temperatura glacial de las esferas.
 
Otro dios, en otro mundo, en otra versión espontánea, la enésima
bifurcación, el mandamiento hipocondríaco de la física. Pues Destiny® (y sus hermanas también), alcanzan
a diferir su traslación, son capaces de advertir el mínimo
desvío de la forma, su insana réplica, distinguen
entre infinitos aleteos aquellos que serán necesarios para la naturaleza,
los más caros al molde original.
 
El infinito llora sin efectos de sonido, se mira en el espejo y no ve nada,
su nada tan hermosa, el vacío de la totalidad, el único hueco de ningún color, la noticia
averiada, el karma a gran nivel de los albañiles de New York, la novela del viento. Oh, ha dado a luz el redoblado
séquito de las conciencias, otro número enorme, una fracción inteligible de la oscuridad:
esta rama poética del tiempo.



jueves, 1 de octubre de 2020

otro universo (es posible)

 

Desde cualquier ángulo, un amanecer de pacotilla:
cielo, luna y flor. Por la mañana hay un instituto (término insustituible)
y los chicos acuden con su pesadez y sus tartamudeos, su facilidad acomplejada. Hay un parque
que no está para bromas, sobre él recaen los tormentos de la idea(lización), el estropicio
literal de las cosas que se parecen entre sí. En realidad, todo depende de las probabilidades, todo es probable
en cierta medida y, si no, para eso está la poesía.
 
Destiny® escapa de la poesía por los pelos o porque ha desparecido
llanamente con un abracadabra de postal. A día de hoy, un ejército de sombras
arremete contra el Arte y sus conmiseraciones, su displicencia y esa meticulosidad de los buenos cobradores:
ah, la santísima Obra obra milagros inarticulados.
 
Todo estorba, hasta los pinceles, los lapiceros, las plumas de ave, las estilográficas también, sobran
los conocimientos históricos y los principios rectores. La Historia
es un conglomerado de aglomeraciones factuales (sic),
un croquis evolucionado.
 
El poema surca un espacio cubierto de cenizas porque hay algo aquí que
¡arde! Tal vez un corazón. La trama carece de significado, es insignificante, lo decisivo es el cuerpo
porque sangra, conoce el dolor a flor de piel, sabe cuándo hierve el agua
y el fuego es compasivo, cómo siente la hierba la emoción de la escarcha, el peso
claveteado del otoño.
 
Donde haya un Ángel, se alzará una perspectiva
indeterminada, se producirá un entrelazamiento entre el movimiento de sus ojos y la fase REM de la divinidad,
una traducción creativa del lenguaje profético y sus anáforas,
y sus ánforas cuajadas de panes y peces en múltiplos de seis. Este es el verbo que pasa a la acción,
el del apartamento en la costa y los aperitivos bajo el sol a granel
del mediodía, el que funde el oro de los pendientes de mamá y se asoma al futuro
desde el mejor balcón del universo.



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