El
animal asciende en su materia gris por la escalera
de la
evolución. Considera un idioma y lo practica
con sus
congéneres imaginarios. Es fuerte y decidido,
invisible
también. Nadie lo ve acercarse a las televisiones encendidas
de los
escaparates justo cuando emiten el partido del siglo (una reposición).
En la
mitología, el animal siempre había sido una bestia, la bestia
sin
aditivos tecnológicos, la bestia sin amor y sin compañía,
el
monstruo que perseguía hermosas doncellas
y
asustaba a los niños con el solo escarceo de su cola peluda.
La
bestia era una bola de pelo con ojos como ascuas y garras fulminantes,
pero
ahora que ha sido seleccionada por la naturaleza
muestra
la altivez del crack, es el número uno y ha estilizado su imagen:
de la
invisibilidad a una cierta ilusión sombría y terca,
del
repelente olor a azufre a una inconcreta emanación de sándalo,
un
incensario en mitad del vertedero.
Ah,
pero hay cosas que no cambian por mucho que lo hagan las personas
(disculpen
el tratamiento, pues) y la bestia permanece fiel a su gusto
por la
belleza inmortal, fiel al imán que la belleza impone sobre sus remodeladas
fauces,
ligada a
la hermosura de una muchacha de cabello oscuro como cielo de tormenta,
con
ribetes azulados de pura potestad y nervio.
Ha
aprendido a leer y no suelta sus novelas de misterio, aunque, últimamente,
una vez
completado su aprendizaje delictivo con su maestro, el Señor Azul,
parece
fascinada por cierto realismo sucio que no tiene tanto que ver con Carver
como
con Winslow y sus cabezas cortadas, Donnie Ray y sus pinreles de ultratumba
(puede
que con Everett y su breve obra pública gigante y ejemplar,
tangencialmente
con Bernhard y su teoría de la tranquilidad en el entorno familiar).
Ah, y
cómo espera la llegada de las navidades o del cuatro de julio -o de cualquier
fecha
significativa para los tarados sin criterio- para cometer sus fechorías
ambientales,
sus delitos contra natura, para realizar sus apariciones festivas
mas
horripilantes e inducir pesadillas a los críos que honran a sus padres.
El
animal, ahora, se mira en el espejo y piensa en repeinarse esa mata hirsuta
e
ingobernable que le caracteriza, todo por asemejarse a la humanidad que
desprecia,
satisfecho
de ceder al espíritu de la contradicción propio de los hombres.
Se mira
en el espejo y ya no ve ferocidad y músculo,
sino
afán de perfección,
en una palabra, poesía.
en una palabra, poesía.
"fiel al imán que la belleza impone sobre sus remodeladas fauces,
ResponderEliminarligada a la hermosura de una muchacha de cabello oscuro como cielo de tormenta,
con ribetes azulados de pura potestad y nervio".
Bella imagen, como muchas de las que no dejas de crear. Un abrazo
Resulta agradable que alguien valore estos pobres intentos míos tan "dejados de la mano de dios", máxime cuando ese reconocimiento viene de una magnífica escritora como tú. Muchas gracias por el comentario, Emma, y un fuerte abrazo.
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