sábado, 8 de octubre de 2016

preparados para el espectáculo celeste


Individuos que arrastran los pies tras un modelo de emancipación; pero la idea
se mueve rápido, dobla una esquina
y consigue perderse en el recuerdo.

Una multitud lista para el milagro, personas que llevan tiempo
detrás de un arquetipo de conservación,
protegidos, envueltos en sus banderas derrocadas. En el parque hubo/hay mesas de madera, bancos;
antes, la gente se sentaba a jugar al ajedrez o a comer trozos de tarta,
helados familiares, pollo frito. Hoy el chiquillo ha disparado
su tirachinas contra una paloma realmente pacífica que le ha mostrado sus colmillos de oro. Todos
aguardan el paso del cantante, que es como un ciclón de fuerza seis; su música
se extiende inseparable, es una señal de humo desde la colina, un fantasma delgado
que aparece en los árboles igual que un poeta muerto.

El milagro lleva su tiempo, sus preparaciones
caprichosas. Protagonista: Jordan. Su dedo gordo del pie. El dedo índice que apuesta fuerte,
la varita que vibra zahorí, esa sucursal del mundo-olimpo. Las Hadas consultaron su orbe
inmaculado y fue una prolongada fiesta, la fiebre de la altura, física
y cruel. Diseminaron su ralladura de estrellas sobre la frente lisa de la chica espacial. Así fue. Y ella gritó,
claqueteó las calles entusiasmada y ciega, cortó una rosa
pálida para encender el aire, y el agua sostuvo
su mirada inocente.

Fronteras listas para detener el éxodo de la felicidad. La fantasía
no produce cenizas por más que arda el corazón de los amantes y el bosque camine lentamente
hacia el lecho del río. La idea subvierte la materia poética, su esqueleto
redondo, fabrica marionetas felices, rea de su disonancia estética.

Jordan se contradice a la hora de reír. Llora como una niña
fanática del viento, su melodía acerca un manto luminoso a los pequeños versos, al fin desposeídos de su drama,
sirve para latir en el cuerpo de las máquinas. La vida encuentra su ritmo,
surge razonable y óptima de un ladrillo cualquiera. Tampoco es que haya almas
por todas partes; el ansia puede reconocerse en un silbido, la belleza, en una forma
crítica de mover objetos a distancia: coches fúnebres, monedas, el rudimento de una imagen sostenida
en la memoria por un hilo de sangre.



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