lunes, 7 de enero de 2019

antro-paraíso


Aquí no se envejece.
Esto es una mente. Todo ocurre dentro del orden natural del pensamiento,
es decir, fuera de la naturaleza.

Y el lenguaje es tan ajeno como un espejo de agua, como una televisión americana, como un programa
de reconocimiento de voz. El arte reconoce la voz del Rap, lo esconde caritativamente
entre sus brazos floridos.

Los poetas abjuran del KRIT o es que lo desconocen, prefieren no darse por enterados,
ni ver el cliché del pandillero, su cadillac intermitente, ni ver a Mara reventando las etiquetas del soul. Pues esto
sucede en otro continente donde solo la literatura
prevalece y ondea su bandera exánime.

Aquí no se envejece, el tiempo recorre un circuito eléctrico de drásticas similitudes y efímeras variables, efectúa
su recuento de acontecimientos, organiza la totalidad en base a una concisión matemática y un espíritu
asociado al estilo y la grandeza de la premonición. Aquí el aire no se respira,
ni el cuerpo reacciona con malicioso destello hacia el discurso vital. Hay un rotundo
respeto por la Historia y sus aceleraciones, la cultura
y su aclarado académico, hay un respeto por la enfermedad.

Es que el tiempo no existe, o no existe el cuerpo, o no existe el árbol del ahorcado,
o no hay soga alguna, cuerda ni teoría de cuerdas, proximidad o caos. Por ahora, el runrún del motor, la simetría
horizontal de las imágenes reales, aquello que conforma (y corrompe) un ambiente
cortante e inseguro como el espacio detrás del Paraíso.

Aquí hay un Ángel para cada protagonista, un cuento
para cada flor. Las palabras se muerden la lengua y los silencios pertenecen a la carne. Y el mundo no se acaba
nunca: basta con pensar en el futuro.



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