¡Tiempos nefastos!
Cuando los medios hablan más de la filosofía parda de Mourinho
que de la vieja escuela marxista, tan
apropiada para estos días de cólera.
Parece que el ministro retador reta a
la cámara y se detiene en posición antidisturbios...
Se sospecha de él que es un fantasma serio
encadenado a una fábula pesada,
un domador de pulgas que malogra
sudokus en la jaula de un león anestesiado.
En el barrio, el chico mira la fila de
contenedores frente al restaurante
con la misma expresión ilusionada con
la que sus padres oteaban entre cabezas
los primeros destellos de la cabalgata
de reyes. La luz le debilita un poco.
¡Tiempos oscuros!
Cuando el mediocre espectáculo que
ofrece la realidad
satisface y encanta al recalentado mercadillo
del arte,
el bazar exclusivo, el todo a cien mil
euros donde el genio actualiza su creatividad de saldo.
Los editores valoran la poesía eterna
de aquellos que han vivido,
el canto revenido de los que han
tachado el futuro en su libreta
y venden el vaporoso humo de una road movie rodada en las entrañas de su
espacio profundo.
Los museos se retrotraen
retrospectivamente y sueltan bodegones
como gases de efecto retardado,
exponen las miserias de una generación u otra:
el caso es que tenga su apellido;
crecen sin visitantes hasta mutar en gigantescas
habitaciones del pánico.
Los niños tienen hambre en el colegio
y es por eso que estudian religión
(que es como se suele llamar al
conformismo cuando se trata de no alterar el orden público).
Algunos profesores simpatizan con la
élite y sonríen con labios demasiado finos
(o es que ven mucha televisión).
En la calle, la niña que no quiere mirar
escaparates camina rápido con la mirada baja,
temerosa del sol que derriba sus
pequeñas defensas y descubre su desánimo adulto
a la gente que pasa.
¡Tiempos de rabia! Espejos cóncavos.
Ayer el desencanto era una forma de
conjurar la incertidumbre
e imaginar un porvenir en regla,
hoy simplemente es otro modo de
adelantarse a los acontecimientos.