domingo, 26 de julio de 2020

homer y el sentido de la vida


Supongamos que el nombre de Dios fuese Simpson
(La suerte de Omensetter, William H. Gass)


Es Simpson. Menuda predicción. Y el Ángel lo ha corroborado
(esa sabihondilla). Supongamos que el nombre de Dios fuese
un nombre inventado, fortuito, buscado en el santoral por una madre sin tiempo que perder.
¡Que fuese el nombre del abuelo Simpson!

Resulta que los nombres cambian, se estiran, trazan
un recorrido vital, llevan la carga abrumadora del amor.

El poema sabe cómo se llaman las estrellas, pero no suele chivarse porque
se debe a la síntesis y la sinceridad; cualquier nombre de una estrella es mentira, será
mentira hoy, es falso ahora, ¡siempre! Una estrella varía de espesura, deforma su protocolo estelar, su devenir
galáctico, su peso; una estrella se pone a dieta y acaba ocupando un espacio minúsculo,
su cintura de avispa (es la operación neutrón).

Destiny® reconoce su pensamiento entre las diferentes
vías, escudriña la salsa picante de su pasmo filosófico, se las ingenia para
identificar la idea, el concepto impoluto, la llave maestra que abrirá el monasterio y la jaula del pájaro. De ahí,
extrae, sonsaca el origen, te vende una parcelita en la urbanización del Paraíso.

Es Simpson, ¡qué velocidad! Qué autonomía;
un dibujo animado instalándose en la mejor galería del Hermitage, en los sótanos del Prado,
dando la bienvenida a los aldeanos a la pirámide del Louvre.

Ahora, ¡vamos a corromperlo! Hagamos que se trastabille,
que dé pasos en falso hacia el precipicio de la renunciación y el abandono. Dios mío, como un animal abandonado,
vaya suerte la suya. Propietario de una finca en el Averno, hectáreas de fuego
ignominioso, oh, escaleras de lava y un cielo pixelado de olvido.

Ahora su rúbrica corrupta
exonera al mundo de toda responsabilidad, no vale nada,
es un as en la manga, un chemtrail que esparce su verano por los siglos.



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