jueves, 18 de diciembre de 2014

como un rayo de sol


A todas horas, el poeta se pregunta por ella: ¿dónde está? Precisa un referente, sendas coordenadas
de la parte física de su ausencia, el parte de guerra de su ausencia, ¡una cartilla de racionamiento de su ausencia
gigante! En el verso ha estado un rato, por una pequeña eternidad que, sin embargo, ha concluido
antes de empezar a acostumbrarse (a no ser). Acaso una sombra (ni caso). Una sombra de ojos como pantallas
de cinemascope. La sombra de sus ojos que es tan blanca que tiene el peso de un rayón de nieve, nieve que quisiera
parecerse a su boca. Pues hay en sus labios una brusquedad del beso, una búsqueda reciente.

El amor re-traquetea, se confiesa, duerme en su lugar a pesar del estrépito de los raíles,
pese a la fogosidad redonda de la máquina que late y llama al corazón, que lo adelanta y ve pasar
la grotesca llanura fantástica, superficie de asteroide en órbita potencialmente adversa, el ruido inconsciente
que anuncia la llegada del ángel a alguna estación término de nombre legendario.

Llega el amor antes que el beso. Ya fragua su tibieza en otros labios. En el verso hay tantos labios,
tanta piel... El verso es un odre de piel, un orbe seco, el reflejo estridente de mil rostros que sonríen ajenos;
la instantánea de una lágrima reina, como la foto-finish de dos gotas de lluvia. En el verso coexisten
varias formas del amor; está el amor cruel, el amor al arte (siempre desempolvando el arpa), el amor fou (para toda la vida)
y el amor de los amores (remedo del cantar de los cantares). El amor cruel no necesita explicación,
se ilustra por sí mismo, pero, de él, podría decirse que da dolor de cabeza. Lo que sobra en el verso
es tanto desamor, síntoma de una debilidad insostenible, desarraigo masivo. El desengaño ocupa un rango
desconocido, rima con palabras rusas o con palabras falsas que se esfuman en un tris (stushevatsa!).

El hecho incuestionable: ella no está. Su voz se escucha como un martillo delicado
en el salón del trono, sonido previo al del cuarteto de cámara, previo al canto del cisne enérgico que corona las celebraciones.
Su voz es la matriz del parlamento, un discurso poético que vuela a mil verdades por segundo.
La manera de engancharse la voz en la garganta, de pronunciar su luz como si fuera una caricia, promesa de armonía.

Ella aceptará el amor y sonreirá en privado dentro de la boca. Cometerá un pecado en su tibieza,
renunciará al deseo en aras de la única esperanza, un suspiro exclamado en otro mundo que rozará su cuello
con la premura del ignorado aliento de la aurora e irá a posarse en la ranura blanca de su pecho, diamante
que rendirá su espejo al sonoro vaivén de la respiración, la fragancia continua y el adorable empeño.
Pronto, su corazón se asomará a la calle, saldrá al balcón a ver pasar la íntima corte de los primeros besos
y escuchará el poema más hermoso que soñaran los siglos, tan dedicado a ella como el rayo de sol se dedica a la rosa
y la nieve responde a la viva emoción de un cielo enamorado.




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