miércoles, 1 de marzo de 2017

atalaya


Doble pared hacia la inmensidad;
es que no existe, ni siquiera derribada. El horizonte se pierde de lejos bajo unos matorrales ausentes,
la madera acuna sus respuestas. Teníamos la hierba,
atalaya y prado, particularmente diseñada, aumentada hasta la fragilidad de su epitafio, cerca de donde mirar atrás,
ventanuco y (pobre) balanceo de plomada verificado por un ángel
artesano.

Por mirar y sin limpiarse los ojos, encarcelados fueron. Y el balcón fue recogido,
plisado y escondido en un armario sin alma. En la prisión no había grietas ni oquedades, ni aun divisadero
alguno desde el que reconfortarse en soledad. Jordan permanecía sin asunto,
tersa poética, musa distante,
problemática artista al lado de los falsos demonios del soul.

Asomada al balcón: fue. Pero los edificios haraganeaban en el recuerdo de la música,
no reconocían las madres el camino directo de la escuela, ni hacían la compra ni volvían de la iglesia con el corazón
roto en mil escombros de pasión. También el coro había
enmudecido entre la hojarasca pérfida, que mudaba en semilla
combustible, rama por la que el humo se escurría y las estaciones precipitaban su aislamiento.

Pues monasterio fortificado hubo (el que ascendió a los cielos con dos remos de abeto)
y con celdas y todo, ya huérfanas de vista panorámica, solas con su piedra y su arquería, sus cruces
permanentes y, como terrones de azúcar,
sus ganas de comer (si hubiera lugar). Muchachas que arriesgaron su encanto 
en el instante del avistamiento general: primero unas alas vírgenes, tan dobles
que volaban sin esfuerzo ni encomienda, de cuya fortificada estructura una sola pluma pudiera dividirse en cien galeras
victoriosas o tal vez en una terrible aviación de numerosos bólidos.

Habrá Dragones –dice Jordan. Que taparán el sol con su humareda:
sin rastro del amor. Estábamos en lo importante –dijo ¿quién? Al borde del poema con una catapulta
pertrechada en el sueño; de forma sigilosa presionando una palabra azul contra el silencio.

Con una suave voz y una grave incitación a la simetría del canto,
con un ritmo desbordante que podía tocarse con la punta de la nariz.
Así se carcomía la confianza y vacilaba el ánimo con muchas letras y un significado perverso. Las oraciones
tendían a un infinito terrestre y un placer dorsal y subcutáneo que retomaba su doctrina.
En el aire, la pálida muestra de una debilidad superior, el cable para destacar y una pluma sin número.




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