sábado, 24 de febrero de 2018

cada día



Ella es hermosa solo para el río,
en él su rostro se refleja y muere cada día, ejecuta la piedra sus cabriolas y el cielo
se desprende al azar de su quimera, deja
caer una ventanilla de verano, el soplo de otra ilusa madrugada de abril.

La luz recorre el parque sin nada que ocultar, hasta de noche
vigila la lividez de las sombras, construye un arte
visionario debajo de la piel, se entierra para volar más hondo.

Jordan se repone,
bebe despacio, se viste de manera que su encanto fructifique en una poderosa
calma, un rutilante espacio donde colorear. Sus labios, ahora, brillan con el espíritu de la presa, se unen
a la corriente y pesan algo más, y besan algo que no tiene nombre
todavía.

Hay espejos por todas partes, la voz del aire es un arco mineral, la hierba es un raso mineral; toda respiración incluye
minerales y formas, rectángulos, trapecios cortados
de forma que la luz incida en su mirada culpable, extraiga una connivencia
inmaterial de ese roce perpetuo con la resolución y el orden.

Pero no todos los espejos son para ella, algunos se le quiebran de pronto en el regazo,
otros balbucean una imagen contraria, se disputan el regalo frutal de su íntimo
estado, la fascinación que genera su inocente confianza.

Jordan espera un suave logro, aguarda una epifanía. Espera algo
que no viene de parte de la espada, ni es un ángel, ni cuenta las hazañas del amor. Pues no es amor lo que arranca
desde la fría palidez del campo, lo que acude al prudente reclamo de la idea.
Su belleza ha permanecido inerte durante el sueño,
diríase que ha muerto como un pájaro verde, una hoja seca; yace
tendida en el umbral del alma, donde la pisan los tíndalos y la Luna la recoge para acunarla dulcemente en su lengua de plata.



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