lunes, 26 de febrero de 2018

venid



Es grandiosa la infancia, nada ocurre de golpe, cada nueva
desgracia se va fraguando meticulosamente, durante una eternidad va calculando su impacto (su espanto). En el parque
existe un campo para cada desorden, todo se multiplica como en un océano
de incertidumbre, las chicas navegan la profundidad de la hierba; hasta Jordan naufraga en el área,
deposita un tesoro en la cresta de la primera ola, la que noquea con un gancho
perfecto. El parque es un trocito del pastel, un gran copo de nieve –su arquitectura fractal.

La vida va consumiéndose desde el primer puñetazo en el pecho, sigue tiznándose. El terreno
semeja una fuerte depresión, como un pozo estipulado en el cine. El mar se encrespa,
pero en el pensamiento, es en la mente donde arrecia la tempestad y los barcos descomponen su figura
errante, las chalupas agonizan entre carnavales de espuma.

En el parque quedan pocos niños; algunos juegan con Gris, que solo muerde una pelota
roja, y Jordan asegura: venid, que no hace nada. Desorientarse aquí no sale gratis, la cueva de la bruja
está por todas partes, antes de verla suele divisarse un huerto distinto, una senda de mármol
junto al árbol del ahorcado. Antes de verla, a veces asoma un rayo de sol y entonces los pecados pueden perdonarse
como si fuesen riñas de muchachos; en el parque, el verano
cuenta sus días por elegantes frontones de maquinaria infernal, los aviones airean sus trofeos
y el pronóstico siempre ocupa una casilla en blanco.

También los espejos determinan la mentalidad del día, su duración o su spin; un quark extraño
significa un desembarco en el río, un chapuzón en el agua que riza su antojo, depura la formación de su presente.
El río muestra esplendor y coraje, angustia por la palabra perdida. Y los niños
violan el código saltando por las piedras, propietarios de una risa
oxidada: su ágil desempeño pertenece a otro margen, ofrece un pretexto a la sorpresa de las ninfas,
el crispado desconcierto del ángel.

Jordan ha probado la luz y ahora no hay modo de disuadirla de tanta claridad como acumula en sus manos,
su pecho ha sentido el pudoroso contacto de la piel del silencio y necesita un arte de confianza. Los mapas
no señalan dónde acaba el poema y el espacio es cada vez más
estrecho entre la sombra y el fuego, entre el último verso y el abrazo elusivo de la inspiración.



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