domingo, 19 de mayo de 2019

ciudad sin ángel


Detrás de la pobreza hay un estilista en ciernes captando el medio con su lente
humanitaria. Al contrario, hay quien acapara síncopes y penalidades, borda collares con la rústica esencia del amor
–pero no se los pone.

El hombre ha muerto en la ciudad, el hedor puede sentirse, acompaña como una purificación
sangrante; la farsa ha terminado, sus huesos
han firmado la paz con una cruz, su fisonomía ha transmutado en arte efímero, arte hueco y vertebral. Nada
sucede en torno al método establecido por la naturaleza,
su física palmaria, su extraordinario índice de casualidades.

Aparece la tisis con una parafernalia,
excesiva, de argumentos. La lente agranda el sufrimiento ajeno, aumenta la porosidad de la materia,
la pluma ya berrea, tiembla de pura expiación.

La ciudad masca tabaco barato que ensucia las encías, horroriza a las madres. Solo hay un compendio de grasa,
positiva, una contaminación
pausada, procesada en ambiente, la engañifa económica y su manto de estufas de leña, bidones
armados con fósiles de la beat generation.

Vamos a suturar en vivo, a cazar saltamontes. La cazuela vacía, sobre la mesa un cuerpo
que sacia el espíritu condecorado por la nobleza académica. En la puerta del museo los pobres y los cojos, tipos
de interés que fingen una distorsión; el mecanismo del arte a pleno
rendimiento, funcionando a base de viveza cultural.

Ahora los ángeles obran en la ciudad, mueren en cualquier parte, su humanidad
revienta el cielo de fracasada nostalgia, sus alas crujen bajo el peso de la fantasía. La gente les teme
por su implacable capacidad poética, el grado sumo de plástica impaciencia; cuando aterrizan, la tierra gime, los árboles
teorizan el destierro, alzan sus raídos sombreros de copa.

Detrás del arte siempre hay un mendigo pidiendo alegorías, cartas y mendrugos,
piñones y zapatos de charol. Siempre una muchacha entregada a la causa del hurto, al completo desarraigo y la inanición:
sus muslos que aprovechan el tirón de la página siguiente, su rostro
que madura a pesar del espacio inundado de luz, precisamente a salvo de la luz,
dividida su sombra en dos líneas quebradas de horizonte.



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