lunes, 28 de diciembre de 2020

autoestima

 

Alma de ciudad, nubes pálidas de smog, humo de chimeneas
(al dente), humo de corazones preciosos. El alma de una ciudad hace daño, es propensa
a los accidentes domésticos, atropellos en el paso de cebra. Podas
salvajes, días de otoño, jardineros sin mano. Hace frío en la ciudad,
pero el asfalto exuda propiedades, trama un mundo fantástico para la ofuscación.
 
Buceamos en el cielo de la urbe, plana y poco fiable,
desintegrada; por no decir que el cuerpo es lo interesante, lo flexible, lo ritual. El cuerpo entero de la ciudad
recibe atenciones y rutinas presupuestarias, admite un incremento
constante de población.
 
¡Eh!, que el cuerpo de la ciudad obtiene su medalla y su medida,
es un museo al aire libre; miles lo transitan, lo surcan las palomas, los gorriones, los gatos
callejeros, los perros que realizan sus hazañas conspicuas, personas que divagan, paseantes sin crédito,
objetos tirados por ahí, al sol.
 
El barrio es una obra de Arte, de sus calles penden las insignias del imperio, ropa
tendida, rostros asomados a todas las ventanas posibles; ítem más, aparecen muchachas altruistas, Ángeles reincidentes,
trabajadores espabilados con sordas pretensiones. Los edificios mutan de repente de fachada
y se ventilan, requieren maquillaje, andamios (quieren) y poleas, ascensores eléctricos con motores de fin de semana,
desean color y autonomía (y autoestima).
 
Varios edificios instituyen la calle, que puede hacer alguna ese o puede
aplazar su recorrido. Y la gente existe en números reales, en códigos, respeta un orden prerromántico; en el 3º C
se está llevando a cabo un exorcismo harto silencioso; en el 8º se escribe. El silencio completo corresponde a los cuartos
sin ascensor, tan volubles. La poesía forma parte
increíblemente de la programación artística, contiene todo lo necesario para desarmar a sus oponentes,
para diseñar un espacio generoso. La ciudad a subasta, alguien ofrece un verso,
¿quién da más?



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