Ella no entiende el idioma masculino de los automóviles.
En vano trata de encontrar entre el maremágnum de signos una vena poética
que afirme la miseria de los sagrados viajes a ninguna parte:
la columna es sólida, el templo, confortable.
El Hotel es un punto de retorno, el agujero negro que escupe sinsustancia.
Los viajeros agitan sus folletos artísticos resoplando como caballerizas,
sudan profusamente su conocimiento,
creen ver, pero sólo son vistos.
La discreta muchacha alardea de rumbo,
funciona sus caderas con mayestática humildad, festonea el ambiente,
asalta las conciencias con una solución innovadora.
Cruza la calle a diez metros del paso de cebra
y los toyotas crujen sus sistemas de freno
-desde su burladero alicatado, la clac peatonal
investiga el periplo de la intrusa con relativa felicidad:
sólo la brisa atrapa su genuino flow-.
En la estación del Metro el mundo es socialista y el vagón es el mensaje.
Se hace la luz. Hay una luz que muerde la elipse de los túneles,
otra que purifica el cuello de los ángeles
y, un poco más allá, flamea el resplandor que dinamita las tinieblas.
Ella conoce el truco, y se deja llevar.
La soledad es un producto del destino.
Qué estupendo final! La soledad y su negrura acicalada; la intemperie urbanita, moral y psíquica de los hombres a merced de sí mismos...
ResponderEliminarAplausosssss y un beso grande, poeta.
Gracias, Hallie.
ResponderEliminarYo tampoco entiendo el idioma (masculino o femenino) de los automóviles.
Me alegra que te guste el final.
La parte de "la clac peatonal" no está del todo bien resuelta..., pero no podía prescindir de esos versos, no sé por qué...
No te he visto en el premio de los Addison; yo sí que he mandado un poema, aunque no es muy profundo que se diga, creo que no tiene ninguna posibilidad. La peña profundiza que no veas, Hallie, jajaja...
Un beso y gracias de nuevo por el comentario.
Esteban