ÉRASE UNA VEZ
un espejismo que indagaba en los ojos del hambre,
nuestros ojos.
De noche, alguien que arañaba la puerta de la casa
nos despertaba
y acudíamos vivos a su llamada errónea;
una gélida tos traspasaba entonces la cancela metálica
para romper la membrana del primer pecho,
luego se extendía como un fantasma prepotente
alcanzando a las madres.
Un ser perverso a las doce de la noche, algo indecente de la madrugada.
Nosotros lo llamábamos
el hombre que susurraba a las mirillas.
¿QUÉ FUE DE AQUELLA SOMBRA?
La lóbrega paciencia de los campos malheridos de escarcha,
invita al jornalero a soñar con rotundos olivares.
Olivos retorcidos bajo el hacha y una blancura sin despojo gris.
¡Cultivemos un ansia de la huerta!
Las liebres no son ciervos de claqué.
El cuervo es más radiante que la urraca
(nunca pasa de moda: es su color).
¿Adónde va a parar el clima con tanta refutación de principios?
Volvíamos del campo con las manos reventadas
y las narices frías,
un vuelo colosal nos entregaba al sueño.
¿Qué fue de aquella sombra del ciprés?
ÁNIMA TRISTE
Triste como un infierno en obras,
triste como el amor calado hasta los huesos,
ánima triste.
Tengo una que me sube por la espalda,
alma de robot.
Cuando lucho por algo se me escurre y convoca a su ejército de tibios
-alma de pravia, ánima triste-,
su batallón de harapos y suspiros gigantes.
Con esa arquitectura, me repongo, cabalgo desde el sueño a la palabra.
IDENTIDAD NACIONAL
El banco y yo somos parecidos: ambos necesitamos capital.
Con el colt a la cintura, como el forajido Watson,
doy un paseo hacia la cristalera manirrota,
el escaparate cabrón.
Al entrar, un tipo de uniforme me interroga en silencio,
escruta hasta mi escroto,
me vuelca y me sacude con los ojos mecánicos.
Simpatizo con él, no obstante, le desarmo y me llevo la guita.
El banco y yo somos uña y carne:
solo robamos para complacer a nuestras locas familias.
MESSING WITH MY LIFE (bonus track)
Daisy se casa de blanco en la campiña.
La imponente torre gótica de la iglesia invita a cometer solemnidades.
Dentro, el vino congelado de los cálices entra en ebullición,
un ángel decadente roza con su espada de juguete la frente de la novia.
¡No!
Y las hermanas salen de milagro
ofreciendo sonrisas diferentes al imprevisto azul.
El descapotable arranca un pedazo de historia.
Presas de cierta derrota, las muchachas burbujean en el asiento de atrás;
corre el carmín.
Kitty lleva una armónica en la liga,
Lewis acelera el pulso a la guitarra
y Daisy lleva el ritmo con un pie al otro lado del mundo.
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