sábado, 14 de abril de 2012

éxodo

Será preciso el exilio de uno mismo,
la diáspora desde el íntimo centro hacia la masa compacta
de los que no buscan respuesta a su desánimo.
Nuestros músculos hacen necesario el camino,
porque habrá que correr sin escuchar la voz de la conciencia.
Nos pondremos en marcha con el cuerpo a la espalda
y montaremos trenes varados más allá de las ciudades.
Cruzaremos ríos de fuego y comarcas profundas,
como falsos cometas estrellando el crepúsculo.
Por la página en blanco, avanzará de noche
nuestra pequeña caravana clandestina;
iremos cada uno todos juntos levantando columnas
de polvo universal, meditando bien nuestras imperfecciones.
Ahora, basta una máscara que nos preste atención,
tenemos suficiente con un beso sin carne;
hacemos nieve, nos protegemos del frío, rodeamos la hoguera
y bailamos quietos sobre el barro con la música densa, intacta,
que interpretan los árboles y el aire traslada con delicadeza.
¡Ah, nuestra aventura de metal! Nuestra acristalada vida,
tan sucia, toca a su fin, el ansia se desvanece, se va desvaneciendo
con escaso estallido, sin deliberación, ni pausa.
Aquellos días felices de tristeza infinita no volverán a hacernos desgraciados.
Aquella soledad que no se hallaba seguirá llamando a una puerta cualquiera.
Habrá que recorrer largos espacios en los que la emoción será un desierto
sembrado de fronteras. Y al bajar por las calles del pueblo abandonado
jaleará la piedra nuestros pasos idénticos,
el rizo monumental del movimiento airoso, la cuadratura exacta de las filas,
el vacío momento de los ojos.


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