jueves, 28 de agosto de 2014

donde empieza a morir la eternidad


Unos la critican por su procacidad, subrayan la plática obscena, la palabra convicta. Ah, y el escote demasiado
pronunciado, tanto como un acento en la quinta sílaba del cuerpo. Censuran. Hacen ciertas cábalas sobre su cabello,
repasan su libro de familia y hablan mal de su cariño, cargan contra su felicidad a galope tendido.

Otros la conocen poco y se dejan llevar por la emoción, corroboran el drama e instauran un régimen de soledad
entre sus labios (se dedican a oírla en la distancia).

Solo el poeta está solo con ella cuando nadie la absuelve. Solo el poeta calla y advierte. Solo el poeta
vive para ella cada segundo de duelo. El poeta se muere y es un acto de amor. Las palabras ya nacen
enviudadas, el luto enmarca sus gestos, sus cejas que se elevan y sus ojos cerrados a la única verdad
del universo.

Todos la juzgan por su moda y su manera, su modo y su espalda, sus tatuajes líricos, el corazón que lleva
donde está el corazón. Solo el poeta absorbe su pecado, encuentra la palabra exacta musicalizada.
Los críticos son duros y aceptan sobornos. El disco está en la calle, los escépticos lo buscan
y algunos ortodoxos lo queman en su casa. Es real. La gente más real ya lo recuerda,
se deja embaucar. Las rimas amanecen como soles apañados, evitan el fogonazo triste de la noche.

Tanta música funciona, tiene que funcionar a ser posible: su pobreza es su fuerza, su origen, su tesoro.

Solo el poeta es capaz de reunir la historia. Solo él confía en el ocaso y se despierta con la fiebre justa
que dimana del ansia y es reflejo estático del fuego. Él, de mañana, ha encendido un cigarrillo y ha incendiado los campos,
ha volcado las cestas y ha roído los huesos del hambre; ha contado las sombras que rodean el bosque.
Solo él ha besado.

Ella quiso esconder en el monte un pedazo de infancia, pero el monte vivía al otro lado del mundo.
Quiso salir, conmoverse, mirar en los escaparates con probada ilusión, con la mínima certeza
exigible al destino, pero sus ojos tenían que anegarse como tibias lagunas, su garganta debía consentir una soga,
su voz había nacido para el salmo y la reforma. Su voz.

Solo el poeta tiene una voz para ella, grande como una ópera prima, como el silencio del vacío al concentrarse en un punto;
el himno en las escuelas, la canción de todos los inviernos, la balada más honda que han reconocido las estrellas,
son señales que denotan la sonada aparición del ángel. Solo el poeta ha conseguido pronunciar su alma
con la autoridad que confiere el fracaso, su verdadero nombre con la piedad que el verbo se reserva
para designar la última función del arte o el peso aproximado del amor.

Algunos la critican. El poeta cree que dios es el espíritu de un verso,
su poema, la viva imagen de la belleza al borde del instante terrible en que comienza a morir de eternidad. 





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