En la espiral de su nombre se reorganiza una galaxia.
En su sonrisa rompen las olas del tiempo. Hace frío para
quererla tanto.
Los besos han pasado a integrar la sombra. Solo hay un
beso huérfano por la calle como un niño
sin techo; se ha lanzado supersónico a la búsqueda de una
mano inocente, un labio articulado, también roto.
Donde todas las muchachas hacen rimas y se combaten en
broma. Donde está el ritmo
radical, la madre y su violencia.
Sus ojos blanden
una cuarta de luz, bailan solos. El pájaro aterriza dentro de la habitación,
no quiere irse, es negro como el futuro y no es un
cuervo.
Sus ojos han atrapado en la red a la bestia del cuento,
han hundido su acero en el vientre extraordinario.
La bestia era ignorante pero sabía besar.
Los cadáveres son parte de la soledad. A un cadáver no
se le puede diagnosticar una depresión,
pero ellos necesitan más que nadie de la medicina, necesitan al hombre-medicina, un hechicero
Sioux que contemple la hierba antes de nacer (y le asigne
color).
Ahora ella que ve el pájaro y lo espanta con cierta
economía de su nombre, una palabra corta.
Fuera, todo es azul. No vuela el cuervo, ni esparce
cromos brillantes ni hace llover espuma
del cielo gris. Y es que todo es azul menos el cielo,
aunque haya un pájaro negro en el desván.
Huye vertical, la falda columpiándose en la noche. Una
bestia guarda cada minuto de sombra.
La hierba alta escupe manojos de rosas, asalta la colina,
invade caminos hechos a imagen del viento.
Ella se cansa de sonreír hacia la forma pura que no le
corresponde. Es un acto religioso
y nimio, un sacramento inocuo, sin efecto moral.
Esperar cuesta un momento que se prolonga hacia la
eternidad. Todas aguardan la inspiración
con el humo dentro. La tos hace reír, se congestiona como
un verso malo hundido en la miseria,
la base se recorta nítida contra el silencio, el paisaje
de la creación. Todas pasan por la primera base,
ligan un ramo de verbos intocables. El aire besa cada
último aliento necesitado de fe.
Alguien ha pronunciado Amor, el eco arrasa el valle, la
ciudad, arrasa un espejismo con su onda, su temblor.
La resonancia turbia pero hermosa, su fuerza expresiva y
estoica. Han pronunciado su nombre
y el aire de repente se equivoca de sueño, la soledad se
encuentra con el tiempo.
En el mundo exterior, los cadáveres juegan a estar vivos.
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