martes, 30 de junio de 2015

grace


Tuvo una visión: un ángel rubio y terrible se materializó como un estrago, defendió su argumento
calcinante e incendió la casa, puso fin al trasiego de recuerdos, la nostálgica rueda
del ayer infinito. El ángel se llamaba Grace y tenía el cabello ensortijado, redondo como un casco militar,
sucio como la luz que atravesaba el cielo en ese instante. De aquella turbiedad; olas de luz
comenzaron a dislocar el tiempo, andanadas de luz caían del espacio retribuyéndose en el acto, hojeando
sus manecillas tísicas, ardillas temporales, sus bracitos áureos, similares a tallos, cuerpos de rosa. El ángel no tenía
nombre y se mostraba tan iluso, divertido de su acción aleatoria, exclamatoria, la brillante condición
de su muda retórica. Ni siquiera una palabra, un gesto rítmico y demasiado fácil
incluso para la guerra que no requiere de ninguna diplomacia ni procura guardar la compostura y las formas. Su forma
era territorio, ámbito invadido por el alma gigante de algún dios enterrado. El alma de Yahvé, desinteresada
de los negocios humanos y sus tribulaciones, hecha al desgaste de la incongruencia.

Pues has de creer en el desierto como único asilo, arca contra el desamparo. El diluvio vendrá
desordenado en sus credenciales, río bravo. Pero la arena absorberá las aguas. Esta es la playa que no encuentra su mar,
el punto crítico en el que habrá que desaparecer del mundo, la zona muerta, más muerta que un carretera solitaria,
muerta como un silo nuclear. Una cualidad del desierto es lo arrebatador. Te arrebata la palabra en primer término,
termina arrebatándote el silencio. Escena total, cielo por todos lados, bajo los pies, el cielo, a la izquierda,
a la derecha, por encima del cielo, el cielo; una maldición para retirarse, reiterativa. El demonio haciendo de las suyas
con la piel. El cielo es la piel del mal, cuando lo pinchas sangra la miseria de la humanidad. Más: el desierto
es la entraña misma, el organismo que entra en metamorfosis y dispara la metáfora,
significa un proyecto adecuado a un entorno pasado por las armas, una ensalada de minúsculo vacío llenándose la boca
de verdad. Ni estrellado es tan bello, no emociona como un árbol ejemplar y no rinde tributo a su tamaño.

La metáfora es una lluvia de fuego. Fue el destino. Fue la decisión de un ser exagerado, vestido de luz
como un poeta. Las palabras descendieron, fina lluvia de rayos pálidos, todas ajenas al poema, ajenas al verso
que integraban, que se deshacía en explosiones ideales. La belleza fue suya durante un breve lapso, un suspiro,
mientras desentrañaba el aire la pertinencia del verbo y su cargo doméstico y procuraba evitar el maleficio,
el espectáculo del arte desdeñó la curvatura de la llama que ascendía de raíz en raíz como un reguero de sueños
y lanzó su pronóstico firme, en el tono exacto, la verdadera música que retumba en los oídos del templo
y se conmueve en cúmulos y catacumbas, vertiginosa nube de futuro.

Así, vibró el ave con alas de granizo; el pájaro en la física como una solución, más que una fórmula,
desarrollando la longitud del arco. El aire que contrae matrimonio con el alba y se proclama esclavo de otra raza
procedente de un falso paraíso. Así buscaba el ángel el talón del día para rematar su labor de sombra, daba vueltas al amor
con el alma entre los labios como un secreto que no pudiera demorarse, como esperando un tren
cargado de razones en la estación final del firmamento, donde no alumbra sino un corazón roto.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores