martes, 4 de agosto de 2015

sin trabajo


Compromiso y pompas de jabón. Una gran depresión coloniza el barrio. Las chicas reanudan sus trenzas
divergentes. Consecutivamente, las nubes otean el panorama y se deshilan aburridas y mancas;
dos gorriones inician su gran salto y fallecen de un golpe de calor. El árbol más hermoso ha caído enfermo
y la avenida se hospitaliza, rugen sus sirenas. Lluvia viene al rescate, gime, gripa el motor
gigante de la calle, que ronronea ronco, insatisfecho. Un masaje líquido y venial por las primeras ramas,
un jilguero doctor, como en la gloria.

Se abre paso la hierba: es natural. Entre fogatas de mañana y cubos de basura desiguales,
la luz finge autoestima, se desploma derrocada sobre el mustio encerado, sobre el asfalto que rinde pleitesía a la ciudad.
Los bloques anuncian su violencia endémica, endógena, sobresaliente, la victoria de la seguridad social.

Los agentes del orden desenfundan sus mentes (con desenfado), arrastran por los pelos a una chica negra;
uno de ellos dobla su rodilla pesada sobre la espalda de la joven
y parece feliz. La población observa desde las ventanas, arropada en la cama,
en la sala de estar lo ve por la televisión apagada, lo escucha por la radio que dejó de funcionar.

No hay ratas hoy, las más gordas se han quedado en una página de Danilo Kiss.
Dicen que el KRIT pasó un día por el barrio con su cadillac y Jim Dodge tomó nota apalancado en su suite infernal, nada menos;
no andaba con Mara, que es más de ir al campo a oxigenar su figura. En la ciudad
mandan los químicos y sus auras fabulosas, sus chicos automáticos. La mercancía fluye de costa a costa;
multitud de seres familiares contribuyen al desarrollo del negocio familiar. La sangre por encima de la ley.

En el libro alguien ha escrito que la tarde va a morirse de historia. Suena un disparo
en el callejón y se abre la puerta del bar, un acto reflejo. Las chicas rompen filas hacia el parque que, a estas horas, empieza
a ponerse incomprensible. Hay un nubarrón de humo y un castillo con su Yung Rapunxel en la torre de control;
la música promete un baile tenebroso. El héroe está en casa rumiando su desgaste.

Nunca se vulnera el compromiso; doble o nada y los dados ruedan como impulsados por Einstein y su sombra a un tiempo;
el hampa cumple sus preceptos, es una religión desubicada, un perro grande
y silencioso, suelto para pisar las flores y embadurnar el álgido momento del jardín. Su buena acción: una política difusa,
una voz que se pasa de lista y pone faltas, tacha, pone cruces por el único motivo de su ausencia
y planta cruces reales delante de las puertas y los ojos.

Está el intelectual que fuma su marca en una pipa exótica. Toma notas -como Dodge-
para su próxima obra; el espectáculo fluye inagotable, las chicas con sus pantalones cortos no dan un respiro, se respiran
todo el aire que quedaba en el espacio abierto y llegan a la luna sin quemar un instante. La noche va embutiéndose
en el mundo con parsimonia y éxtasis: el público celebra el engranaje. De pronto, alguien cae en la cuenta:
ya es hora de fichar y no hay trabajo.



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