sábado, 14 de noviembre de 2015

aquí se nace


Aquí se nace. Antes del poema fue un sonido. Antes, el poema fue un sonido. Un corte
limpio de horizonte; ella en equilibrio sobre una línea infinita, caminando. Los ojos rotos de mirar a dios,
de mirar al sol y ver la luz de otras estrellas: el pozo de sus ojos
que retiene la luz.
Iban a oscuras todos por el estrecho sendero y el relámpago era un instrumento coral, era un arpa de dios
pulsada por los dedos del viento, el cielo era... El cielo era como una procesión
de pájaros silenciosos, elegantes. Jessie seguía acodada en la barra del bar del cielo suyo
y nadie le había roto la nariz. Los ángeles mostraban sus dientes de oro,
carnívoros, que amedrentaban y supuraban algo parecido a la sangre de los inocentes. Todos bebían agua bendita
-salada y con sabor a ron- que al final era sangre, un afluente
extraño surgido de la tierra misma.

Todos vestidos de negro, pero no de luto, en otra moda del espacio,
la moda del espacio vacío, donde los espejos trinan achatados y pálidos. Y Jessie allí inspiraba
algún temor, alguna duda, alguna sofisticación de su sonrisa en especial, espacial, tan
turbadora; sus piernas convocantes, personales y hechas de felicidad. El poema era feliz con ella,
sonreía el paisaje atravesado de rápidos jilgueros, oh, tigres de Bengala, Ganesha instalado
en la consola del televisor, todo un dios también . A repetir su mantra. Era de creer la proliferación de estructuras cósmicas
terminadas en punta (puntiagudas), terminales ocultas para reírle las gracias al destino. La aviesa fortuna
insuflaba ardor a los seres visibles que refulgían torpemente contra
el baño de claridad integrado en la escena, producido con gran despliegue de montones de dinero y belleza. Y Jessie
se acogía a la belleza, la cogía de la mano, se la metía en el bolso y salía a disfrutar de
aquella soledad impenitente (pues no le quitaban ojo desde los árboles).

Cuando la música parecía estar desenterrando el alba, mil auroras simultáneas, nadie había librado su batalla. Los dioses
descendían por su escalera mecánica o en carruajes ardientes,
se burlaban de la ley, arremetían con suma autoridad y violencia. El paisaje se centraba entonces
en una minoría de palabras grises, estáticas, que no cedían el paso
ni soportaban lenguas de fuego, palabras milagrosas contrastadas en el aula secreta, pinchadas en la última disco(grafía)
selecta, el claro donde el aire se comportaba como una rebelión. Jessie afinaba su hermosura
distinta, su infancia dolorosa y traía bombones en el alma. Su alma retirada, sola entre las almas,
entre falsos destellos de eternidad y júbilo: para escucharla, oír su respiración (adivinar
qué sueño la despierta: partículas de seda y un valle creador).

Aquí se nace. Se inventa una vista panorámica
de la nada existente, lo que podría ser. Jessie ha vuelto a soñar. El mundo está invitado a escucharla y mirar por sus ojos de artista;
mira, hay un dispositivo en la pared que permite ver el mundo con sus ojos, que permite
restaurar la velocidad normal del pensamiento y que los pájaros transiten al mismo tiempo por su mirada líquida,
el campo realista que forma la marejada de sucesos que la envuelve, permanente y onírica, engañosa como
un milagro, una cruz dificultosa, un verso hermoso
escrito en el latín vulgar de los amantes.




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